Un virus llamado intolerancia

Intento que no me afecte, pero es imposible. De verdad. Y no quiero enfadarme, no quiero esta sensación de tristeza conmigo. Esta decepción constante que sufro por vivir en una sociedad individualista y tan poco solidaria. Estoy harto de vídeos de bulos que rulan en whatsapp y alucino cuando escucho canciones xenófobas haciendo las veces de himnos en manifestaciones contra los que vienen de fuera. Idiotas, ¡que nacimos aquí de casualidad! En serio, estoy muy jodido.

Hoy he visto un post en Facebook. Alguien compartía una noticia sobre el drama que se vive en las islas y el rechazo que provoca el fenómeno migratorio. En él, una respuesta contra este colectivo, aderezada con insultos, justificada con información falsa y auspiciada por la frustración de quienes confunden las cosas. El comentario lo había hecho una persona que no sabía que ya no estaba en mi lista de amistades dicha red social. Supongo que es fácil entender el porqué. Yo no la eliminé (suelo ser más de silenciar, sobre todo cuando reconozco brotes de intolerancia). Sin embargo, es evidente que mi pensamiento choca directamente con sus dogmas y que ella dio ese paso. En realidad, debo decir que en el fondo estoy hasta agradecido de que tomase esa decisión. Ojalá no tener que encontrarme con publicaciones supremacistas que me provocan arcadas. Lo digo así de claro: me dan asco y siento una profunda decepción cuando me topo con algo así, ya que viene de gente de la que muchas veces no lo espero.

Las Islas Canarias están sufriendo la mayor llegada de pateras desde la crisis de 2006. La coyuntura no es la deseada. La maldita pandemia complica y condiciona todo lo que nos rodea. La economía está en horas bajas. Dependemos del turismo y si la hostelería no camina nos quedamos sin nuestro principal motor (también digo que igual deberíamos potenciar otros ámbitos, pero esto es cuestión aparte). Así, con un paro superior al 25% la inseguridad crece y el miedo alimenta la desconfianza. Un pueblo en dificultades que se encuentra acogiendo a gente aún más pobre, a personas más vulnerables, desamparadas. Lo siguiente es que luego barrios desestructurados que necesitan agarrarse a algo recelen de lo que no conocen. Porque hay que identificar al culpable, ponerle cara al enemigo.

Yo me pregunto cuántas y cuántos nos hemos parado a preguntar a esa gente por qué está aquí. Resulta que el mundo está peor que en 2006. Y lo vivimos en nuestras carnes, en el supuesto primer mundo. Así que imaginen cómo deben estar esos países donde desde hace mucho la miseria es compañía y la violencia una amenaza constante. Añadan la carencia de recursos sanitarios. Vaya cóctel. Si aquí el maldito virus está causando estragos, en lugares donde la ciencia brilla por su ausencia es la sombra de un monstruo con guadaña. Ya no es perseguir una vida mejor, es huir de la muerte.

No hace mucho leí un tweet de un trabajador de salvamento marítimo (respeto máximo a quien se juega el pellejo para salvar vidas), que se secaba las lágrimas tras imaginar en sus hijas la experiencia que vivió una niña cuando vio, en presencia de su madre, cómo el cuerpo inerte de su hermana era arrojado por la borda antes de tocar tierra. Recuerdo el nudo en la garganta y la sensación de impotencia cuando pensé en esa gentuza que niega una vida digna a quienes no tienen nada.

Lo peor de todo es esa sensación de legitimidad de ese pensamiento miserable. Porque siempre ha habido gente racista, pero jamás sacaron pecho. Precisamente porque saben de su mezquindad. Y, por el contrario, quienes siempre acogieron a aquellas personas que dejaban atrás el infierno ahora parecen asustadas ante esa caterva que justifica la xenofobia (se esconden las buenas y los buenos, es para cagarse).

Cada individuo que compra el discurso del odio se convierte en una nueva pieza de un fracaso colectivo del que forman parte medios de comunicación nauseabundos que priman el clic por encima de la dignidad, políticos que sobre el papel defienden los derechos humanos mientras eluden la confrontación directa o ministerios que no se coordinan… Cada cual debe asumir su responsabilidad y plantarse, practicar un poco la pedagogía y combatir la discriminación de una vez por todas, sin paños calientes.

No puede ser que el ruido de los bulos sea más potente que el altavoz de la verdad. Que hay peña que decide creerse mentiras tan grandes como que a los migrantes irregulares se les da una paga, que disponen de ayudas para pagar un alquiler o que reciben dotaciones en principio destinadas a otras cuestiones (lo de las pensiones como recurso recurrente de las y los ignorantes que ni se molestan en contrastar lo que leen). No puede ser, tú. Así calan después mensajes de partidos ultraderechistas en barrios humildes, joder. Y luego las protestas que crecen hasta convertirse en amenazas, reyertas, peleas, palizas… Todo este rechazo que se está generando se sostiene en el desconocimiento y las falacias. Y no pasa nada. Es terrible.

Yo trabajo con menores migrantes. Me he enfrentado a la xenofobia en administraciones públicas, centros de salud y la propia calle. Y estoy muy harto. Si es que hasta personas del sector llegan a dudar cuando reciben una avalancha de vídeos de algún conocido, o escuchan de broncas, o les llega el eco de lo religioso ligado a supuestas invasiones ideológicas. Eso es muy duro. Te cruje el piso y se tambalea la fe en el ser humano.

Ojo, sé que estamos lejos, que hay mucho trabajo por hacer. Sé que el modelo migratorio es un desastre. Entiendo que se nos compare con Lampedusa o Lesbos, porque allí también les han dificultado alcanzar el continente. Soy consciente de que la gestión es un desastre, de que hay un 60% de plazas libres en la península para personas migrantes y de ayudas económicas mal gestionadas. Y yo también creo que no hay propuestas de verdad, alternativas reales. Pero no comprendo a quienes sitúan los derechos económicos por encima de los humanos, no valido que un mierda, aspirante a rapero, componga un tema segregacionista y haya quien lo cante, y no comparto que permitamos que se vulneren derechos como si nada. Somos un pueblo mejor que todo eso, puente entre Sudamérica, África y Europa, que en un pasado no muy lejano se movió en masa buscando un mejor porvenir. Hay que ser gilipollas para posicionarse en contra de seres humanos que dejan su tierra y sus familiares movidos únicamente por el deseo de seguir con vida. Y sí, sé que ha habido incidentes. Pero es que han llegado casi 10.000 personas en los últimos meses en una situación límite; gente que quiere seguir su camino y a la que le dicen que no puede. La desesperación y la crispación van de la mano. Es un hecho y aquí también sufrimos las consecuencias, incluso con más frecuencia, aunque no se amplifica por igual.

En fin, que de verdad ando tocado. Por lo que estamos viviendo y por lo que puede venirse. Por este enfrentamiento en lo más bajo entre plebe y olvidados en una sociedad que, cada vez más, parece contagiarse del virus llamado intolerancia.