Tú huyes. Yo me escondo.

Parece que ya hubiera pasado demasiado tiempo desde que la foto de aquel niño ahogado nos partiera por la mitad a todos. Poco a poco el drama de los refugiados va pasando a segundo plano en un mundo que avanza siempre con las prisas de lo inmediato, que olvida rápido y aunque aparente preocuparse, se ocupa muy poco. La noticia deja de serlo cuando lo extraño se convierte en habitual, y lo aceptamos como parte de la vida sin pararnos a cuestionarnos su lógica. Pero siguen muriendo cada día personas que solo aspiran a poder prosperar. Creyentes o no, a ninguno nos parece atractivo el infierno y corremos en busca de las puertas del cielo en la tierra, que el otro ya se verá si existe.

La huida de los refugiados debería seguir en primera línea, continuar siendo actualidad. Porque continúa ocurriendo. Todos los días. A todas horas. En cualquier lugar. Y sigue doliendo. A mí me duele. No sé a ustedes, pero a mí me duele. Muchísimo. Duele dentro, ahí donde no llegas a curarte y te asfixias.

Imagina un mundo en el que la única manera de vivir sea desertando. Dejando todo atrás, dejando tu lugar atrás. Imagina familiares que mueren: hijos, hermanos, padres, abuelos… Amigos que mueren. Imagina que no conoces otra vida, que ésa es la que existía desde que llegaste. La única. Imagina que con un poco de suerte, puedes correr, marcharte. Repito, con suerte. Porque hay quien no puede escapar. Que esa es otra… Imagina que tú, que has conseguido salir, ves como tu propia especie, tus iguales, te cierran el paso, poniendo excusas de mierda que únicamente esconden sus pocas ganas de compartir lo que tienen.

Imagina…

¿Sabéis? Nadie elige donde nace. Que tú seas español, por poner un ejemplo, es una casualidad. Cuestión de azar. Si cualquiera de nosotros pudiera decidir, no sería en Siria, ni en Irak, ni Sudán del Sur, ni en Somalia, ni en Palestina… Pero es ahí donde algunos ven la luz. Porque les toca. Y no por ello son menos. Son congéneres. Personas que habitan un mismo planeta, Personas con menos fortuna. Sin fortuna. Que, igual que el resto, buscan un futuro. Un futuro que en la tierra de sus antepasados no existe. En ese lugar el futuro es pasado.

Pero solo te ponen pegas por escapar de tu pesadilla. Y es que ni siquiera estás persiguiendo tu sueño. Solo corres.

Yo me avergüenzo y maldigo a todos los que tienen coartada, los que se exculpan alegando que las condiciones económicas no son las mejores, en que no pueden decidir por sí mismos al estar sometidos a un conjunto de naciones que deben ponerse de acuerdo en cuántos humanos se pueden salvar (¿CUÁNTOS? ¿Se trata de eso, de dar cifras, de ser un número y esperar que te toque la lotería de la salvación?), o en cualquier otra estupidez que les valga. Cualquier vida vale más que toda la burocracia mundial.

No me valen los pretextos. No me vale el «primero los de aquí»; que joder, también los de aquí. Pero es que quizás se pueda con todo. Pero eso no se mira. Solo el «primero los de casa». Ahora, que llegan además los de fuera. Porque antes, cuando te cruzabas con los de casa, mirabas a otro lado. Asco de sociedad. Asco de gobernantes. Asco de actitud.

A Syrian refugee kisses his daughter as he walks through a rainstorm towards Greece's border with Macedonia, near the Greek village of Idomeni, September 10, 2015. Most of the people flooding into Europe are refugees fleeing violence and persecution in their home countries who have a legal right to seek asylum, the United Nations said on Tuesday. REUTERS/Yannis Behrakis - RTSFW6

Tenemos un problema muy serio. Un problema de conciencia. Y afecta a toda la humanidad. A la que precisamente le falta eso, humanidad.

Estoy harto de que no hagamos nada. De que nunca hagamos nada. Estoy harto de mí mismo.

Ir a medias, no ir

Hoy me dirijo a ti, que una noche bajaste las estrellas para ella y pintaste un mundo de colores lleno de senderos por los que caminar de la mano. Invertiste tu tiempo en ganarte su corazón y conseguiste que decidiese pasar su tiempo a tu lado. Te entregó su cuerpo y su mente, su alma y sus labios. Sí, hablo contigo, la misma persona que hacía piruetas con la imaginación para contrarrestar la falta de recursos, con quien esperaba ansioso sus mensajes o llamadas. Contigo, maldita sea, ese ser humano al que se le dibujaba una sonrisa en la cara al despertar y leer sus buenos días, ese individuo que sufría sus ausencias y deseaba una próxima vez colmada de oxígeno para sobrevivir dentro de una realidad asfixiante. Te hablo a ti, que temblabas al girar la esquina de esa calle en la que habíais quedado para tomar café.

Ya no recuerdas cómo veías amanecer cuando mirabas al fondo de sus ojos, te has olvidado del miedo a encontrarla y no saber si podrías controlar las ganas de acercarte a su boca, olvidaste la magia del roce de su piel. Luego, la primera vez que se quedó dormida en tus brazos, el olor de su pelo, la camisa arrugada de andar por casa en la mañana y el calor de su rostro en tu pecho. Después, todas las noches en vela hablando de nada y de todo, arreglando una vida en común o los problemas universales. Las miradas cómplices, las canciones que hablaban de ambos y el fuego escondido bajo las sábanas.

Ya no te acuerdas de todo eso, ahora no te la ganas cada día… Ya no te vale aquello, es solo rutina y la emoción se ha diluido, de modo que dispones buscar en otro lugar. Eso sí, sin abandonar tu trinchera.

¿Por qué te has acomodado? ¿Por qué tus esfuerzos se mudan a otra parte?

Y es que de pronto deseas más, y el tiempo no da para tanto. Así que decidiste una tarde no bregar a diario. Pensaste que ya estaba hecho y te habías ganado la eternidad. Sin entender que el infinito se inventa cada día, se pelea cada día, para que se valore asimismo cada día. Mientras, jugando en otros jardines en las noches de rocío porque de pronto la rutina te ha comido la ilusión. Te ves apostando en la ruleta rusa del amor convencido de que tú sí podrás ganar a la banca. Pero no sabes que quien cree poder ganar ante ella, se engaña a sí mismo. ¿Merece la pena? ¿De verdad?

Y entretanto, ella sigue mirando por ti. Aunque por suerte, otros la miran a ella.

Tal vez un día vuelvas a despertar y desees volver a centrar tus ganas y sea tarde. Cada minuto que no le dedicaste fue un minuto en el que corrías un riesgo. Un riesgo hermoso, por otra parte, que en condiciones normales te mantiene alerta. Es el riesgo de perder. Ése que te empuja a ser diferente al resto, una mejor persona, a buscar su risa entre las sombras. Pero con un poco de suerte, alguien la habrá descubierto como en su día lo hiciste tú, aunque sin descuidarla como sí te permitiste. Y se hará justicia. Precisamente por no haber sido justo. Por no hacerle saber que te guardarías algo, que no era un todo o nada, sino un veremos. O por no confesarle tu desencanto, si se trata de eso, cuando éste llegó sin avisar.

engaño

Amigo, cuando se va, se va con todo. Y si no es así, mejor no vayas. Es mejor esperar a estar preparado que, como hacen tantos, tomar una carta de la baraja que te permita una buena partida en lo que llega la mano ganadora. A mí nunca me gustaron los que pretenden ganar con trampas.

Si vas, ve con todo. Si vas, sé honrado. Y si no, no hagas que se la jueguen contigo.