Las buenas personas

Decía un personaje de un libro de Murakami que a nadie le gusta la soledad, pero que él no estaba dispuesto a hacer amigos a cualquier precio. Creo que, a medida que vamos madurando, validamos ese pensamiento en toda clase de relaciones. Sobre todo, si sabes quererte (cuestión que requiere de un aprendizaje). Supongo que con el paso de los años no estamos dispuestos, dispuestas, a tolerar ciertas cosas, determinadas actitudes. Y esto es algo que se va extendiendo hasta reconocer una suerte de mínimo ideal que puede que tal vez (y ahí viene lo que complica todo) no se alcance.

Veo en personas cercanas el miedo a quedarse solas. Y aceptan compañías que opacan su brillo. Se adaptan. Se hacen más pequeñas. Y priorizan mantener vínculo, aun sacrificando su propia naturaleza. “Sin”, como expresión que asusta. “Sin”. Ausencia o pérdida de algo importante. Y lo asociamos con el fracaso. Siempre ante el resto. Porque, ¿acaso fracasamos si somos lo suficientemente valientes como para mantenernos firmes en nuestros principios? Se me ocurre probar a darle la vuelta. “Sin”. Sin condicionantes, sin lastres, sin cargas. Libres para avanzar, para evolucionar, para mejorar.  

Hace poco me preguntaba una (mi mejor) amiga qué buscaba yo en una chica. Tengo la sospecha de que empieza a verme muy adulto y me imagina como caso perdido (Pausa. ¿Qué es perdido? ¿No caminar por donde otros, otras, esperaban que hicieras? ¡Sigamos!). En realidad no sé lo que busco, pero tengo clara una cuestión que, a día de hoy, es inamovible. A mí me gustan las buenas personas. Luego, a partir de ahí, va lo demás.

A veces me ocurre que conozco a alguien que responde a unos estándares de belleza ideales según nuestra sociedad y, cuando hablamos, me empieza a (entiéndase correctamente) “parecer fea”. No puedo evitarlo. Deja de molarme. Aunque también viceversa. Quiero decir, puedo tropezar con una persona que me parece más bonita cuanto más me cuenta, cuanto más la entiendo. Me puede parecer fantástica en conversaciones a priori triviales (pese a estar de acuerdo con Eric Draven en aquello de que nada es trivial) y hacer crecer ese deseo de saber más y más (*extender a la gente en general y extrapolar a todo tipo de relaciones). Las personas más bonitas son siempre buenas personas.

Sospecho que tendemos a escuchar más que a escucharnos. Cuando pocas cosas más increíbles que reírte con otra persona nada más verla, sin hablar. Ya saben, esa gente que tiene buena vibra. O que la tiene contigo. Que encaja. Que entiende tu humor. O tus preocupaciones. Y eso lo escuchas únicamente tú. Pienso, sinceramente, que nos tiene que dar igual todo lo externo. Los estereotipos, las presiones. Si estás a gusto, es ahí. Y no hay que darle más vueltas.

En ocasiones conservamos relaciones afectivas o amistades solo por el tiempo que llevamos manteniéndolas. Como si existiera una especie de contrato. Y si todo está bien, perfecto, lo compro. Pero no siempre sucede. Si las cosas dejan de ser bonitas, hay que moverse. Que, mientras, pasa la vida. Mientras a ese tiempo anterior se le sigue sumando más tiempo. Y más tiempo. Y más tiempo… Y luego no hay tiempo.

Si escribo esto hoy quizá sea porque alguna vez malgasté el mío. O porque estuve pendiente de opiniones que no eran la que cuenta (siempre es la propia). Y también porque soy consciente de que hay lugares donde no quiero estar y entiendo (y acepto) que hay sitios a los que me encantaría llegar, algunos de los que no quiero irme y otros en los que quisiera permanecer.

En realidad, no sé a qué viene todo esto. No sé. Hoy. De repente y porque sí. De veras, no lo sé. Solo sé que ojalá tuviéramos más tiempo. Pero es el que es. Así que a lo importante.

PD: Eric Draven es un personaje ficticio de una peli, por si te lo estás preguntando 😉