Ojalá más amor incondicional

«Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales». Inmanuel Kant.

Dos meses. Una pata rota. A su suerte en la puerta de una clínica veterinaria. Seguramente abandonado por no ser un perro de raza. Arreglar una fractura conlleva un gasto, y la persona que le dio la espalda tendría otras prioridades en ese momento. Aunque pueda no parecerlo, éste es el comienzo de una historia de amor verdadero…

Hoy ella juega con él en la cama, donde lleva retozando varias horas. Una mano traviesa se esconde debajo de las sábanas y llama la atención de ese revoltoso que cumplirá pronto nueve años, todo un señor. Mueve la cola mientras trata de adivinar el próximo movimiento, con la desventaja de no saber por dónde asomará esa presa ficticia que trata de capturar. Al fin, ella le muestra la palma, y tras recibir una suave mordida, gime fingiendo un dolor que más bien le da risa. Él suelta, y tras una breve mirada, acaricia con su lengua los dedos de su amiga. Amor. Amor de verdad. Amor incondicional.

Han pasado ya muchos inviernos. Una joven descubre que hay otro animal desamparado. No es el primero, ni será el último. Días atrás el timbre del veterinario de su pueblo había sonado, y en la entrada se encontraba él: pequeño cachorrito blanco de orejas negras y mirada auténtica. Ella planea una visita para aliviar el dolor de ambos. No soporta saber del sufrimiento animal y entiende que él agradecerá unas caricias sinceras. Flechazo. A casa juntos, su hogar definitivo. La mejor decisión de su vida. El mejor momento de la vida de ambos.

Golfillo

Un muchacho con suerte. Una chica afortunada. La historia de un amor inmortal.

Mientras, en el mismo mundo, a diario leemos noticias tristes. El pan de cada día en una sociedad enferma. Absuelto un hombre que castigaba a su mascota echándole sal en los ojos, una perrita encerrada en un coche a más de 40 grados, un cachorro lanzado desde un segundo piso, animales muriendo asfixiados en centros comerciales, en tiendas donde olvidan que ellos también beben y necesitan que el calor recibido no sea precisamente el provocado por la falta de aire, el de una nula ventilación. Estamos en verano, época favorita del año. Vacaciones en familia. Solo que algunos no entienden que ellos también son familia. Abandonos, y albergues al límite de su capacidad, desbordados, superados. Tristeza en las calles. Dolor en un asfalto caliente de día y lúgubre por las noches.

Lo siento. No entiendo a las personas que quieren a un perro de determinadas características, despreciando a aquellos que no llevan pedigrí en su ADN. Al igual que nosotros, debajo todos ellos comparten lo mismo. Asiático, caucásico, negro o albino: todos con un corazón y dos pulmones, sangre roja y un cerebro, ojos para ver, oídos para escuchar, tacto para sentir. Del mismo modo, tras esos pelos más o menos desordenados, los suyos, hay tanto cariño que no sé a ciencia cierta cómo les cabe dentro. Quien no ha tenido nunca una mascota, no conoce el amor de verdad.

Dos realidades. La historia de un can venturoso, las historias de tantos desvalidos. Yo sé cuál prefiero, cuál pretendo…

Ojalá cada día fuese como aquel de 2006. En el que aquella joven conoció a quien más alegrías le proporciona y más seguridad le trasmite. Ojalá cada ser humano pudiera sorprenderse una y otra vez, como le ocurre a ella, con ese sexto sentido animal que adivina estados de ánimos y actúa en consecuencia. Ojalá más recibimientos desbordados, más besos espontáneos, más mimos sinceros. Ojalá más personas como ella, y más fortunas como la de ese pequeño desamparado.

SeñorGolfo

Ojalá más humanidad. De esa en la que nos aventajan ellos. Ojalá más amor. Del que son unos maestros. Y menos mirar para otro lado. Ojalá más responsabilidad.

«La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados». Gandhi.

Comportamientos aprendidos

¿En el trabajo la gente hace las cosas de la manera correcta porque es la propia o porque les están supervisando? A veces se trata de lo que proyectemos a la otra persona implicada. En este caso, a un responsable, a alguien que está por encima en la empresa en cuestión. Y es que casi siempre, cuando hacemos algo, esperamos respuesta de otro implicado: aprobación, consentimiento, atención, afecto… Se trata de provocar un sentimiento, una reacción. En el trabajo y en la vida. Un niño llora porque quiere comer, más adelante por obtener algo y luego aprenden que con determinados comportamientos conseguirán lo que desean. La cuestión es hasta cuándo un ser humano puede mantener esa actitud.

Queda más o menos claro, que de un modo u otro que todo tiene relación y que la postura que alguien tenga repercute en un segundo actor. Una acción conllevará una reacción. No hay más. Así de simple. Hacer algo esperando una respuesta por parte de otro.

Partiendo de lo expuesto, creo que absolutamente todos en algún momento de nuestra vida hemos sido egoístas, poniéndonos por delante del resto para conseguir lo que hemos deseado. Es algo innato en el ser humano. Hacer lo que hay que hacer para lograr un objetivo. El asunto es que tal vez no sea un juego limpio. No cuando una forma de actuar implica condicionar la vida de otro sujeto. No cuando entramos en el terreno de la manipulación.

Algunos individuos reconocen que ciertas conductas harán que puedan lograr de otros lo que desean. Consideran que todo vale si logran su fin. No piensan en que implican a otra parte solo porque quieren algo. Yo lo llamo egoísmo social. Y engaño. Engaño propio, sí. Pero sobre todo engaño emocional. Como cuando somos pequeños, asimilamos que determinadas maniobras provocarán en el receptor una acción que es la que deseamos. Pero siendo mayores y con cosas más serias en juego… ¿Es también la que ellos desearían? Eso ni se plantea. Tampoco importa si se le roba la energía a quien sufre este trato, que poco a poco vayan minando su paciencia o que anulen su persona. ¿Para qué? Si ellos están logrando lo que deseaban…

Me canso de ver personas vinculadas a otras porque estas últimas saben lo que tienen que hacer, qué tecla tocar. Saben hasta dónde pueden tensar la cuerda, llegando siempre a un punto límite pero sin que llegue a romperse. Así no hay desapego, y una especie de nudo invisible priva de la libertad a quienes, condicionados por ciertos actos, sienten que deben mantenerse ahí, que tienen que permanecer ahí. Y casi nunca lo merecen.

Hacerlo es rastrero. Sufrirlo un sinvivir. Distinguirlo desde fuera, desasosegante. Todos hemos estado en alguna de estas situaciones. O en dos. Incluso puede que en las tres. La idea es reconocerlo lo antes posible. Te encuentres en la posición que sea. Y pararlo.

Careta

Igual la clave sea tratar de ser íntegro. Tratar de hacer lo justo. Sin pensar en el propio beneficio, sino en lo correcto. Nos iría mejor a todos. Le iría mejor a los demás.