Noviembre

Las dos de la mañana. No consigo dormir. Tiro de teléfono. Entretenimiento en redes sociales. Accedo a una de ellas que uso ya muy rara vez, por distraerme, por ver si el sueño llega de algún modo. Voy a recuerdos y lo que veo me parte por la mitad. Me invitan a celebrar años de amistad con alguien que se ha ido hace poco. Ojalá pudiera…

Noviembre fue un mes extraño. Una noche, sin querer, me llega la triste noticia de la pérdida de alguien que amaba la vida y lograba que amases la vida. Era el pegamento de un grupo dispar que compartía afición. Hay personas que hacen que todo fluya, que dentro del desorden todo esté en orden. O como debe estar. Y que priorices lo correcto. Las risas, los abrazos, la paz. Quiero pensar que, cuando toda esa gente que lo rodeaba nos reunamos, mantendremos ese espíritu tan suyo. Y bromeemos. Y compartamos. Y recordemos. Y soñemos…

La semana siguiente mi perra me da un aviso. No estoy en casa. Sí mi hermano, que se encarga de ella. Acudo a la clínica veterinaria donde me confirman que todo queda en un susto. Más medicación, pienso. Pero al cabo de unos días corre como siempre. El peaje es correcto si sigue teniendo calidad de vida. La que sea que le quede.

Me atrevo a abrirme como hacía tiempo y le digo a alguien que me ha traspasado poco a poco, sin darme yo cuenta. Tiemblan las montañas y se me abre el suelo. Caigo. Ya ha pasado antes, pero no así. Conciencia plena de lo que quiero en la vida, de qué y quiénes deseo en mi camino. La comodidad y serenidad que un alma aporta puede hacer que te replantees todo y que te asomes al abismo, a pesar de que hayas evitado las alturas durante lustros. Vértigo. Peligro. Daño. Pero menos mal. Sigo vivo y sigo sintiendo. Incluso de aquella manera que había enterrado.

Podría creer que ha sido un mes de mierda, seamos claros. Tengo tres motivos que valen por mil de los habituales. O más. Pero ya estamos en otro. Y vendrán más. Y después más todavía.

Repaso. Recuerdo. Resalto.

Fueron cientos de batallas y otras tantas tardes de charlas. Aprendizaje de un gurú que no sabía que lo era. Genio sin lámpara que concedía deseos sin darse cuenta.

Fueron y siguen siendo toneladas de amor por parte de algo que piensa que soy lo más grande del mundo. Seguramente he sido su mundo todos estos años. Objetivo imposible ser lo que ella proyecta de mí. ¡Qué responsabilidad tan bonita!

Fueron días de complicidad y aire, mensajes interminables con acento mágico que me arrancaron sonrisas incluso antes de escucharlos. Ganas casi olvidadas. Ni siquiera sé explicarlo y no sé si logré hacer entender lo profundo. Hogar en alguien, aunque sin acceso a zonas privadas… Bueno, seguirá siendo, espero, al menos lo que ha sido hasta ahora. Que no es poca cosa.

La vida da para lo que da y es como es. Cada vez lo tengo más claro. Hay cosas que no elegimos y otras que nos eligen. Para lo que esperamos o para lo que no tenemos ni idea. Entiendo mejor que la mortalidad es un recordatorio. Para ser la persona que deseamos ser. Para decirles a esas que nos importan lo que son. O lo que significan. Para transitar por la existencia armados con nuestra mejor versión. Para entregarla a quienes nos rodean. No podemos controlar lo que provocaremos en otros corazones. Sólo lo que compartimos con y en ellos. Lo que sembramos, sea cual sea la cosecha. Y eso es lo que importa.

Ya lo dijo el artista: cuanto más amor das, mejor estás.

Llegan fechas de reencuentro. Así que ya saben…

Valor a las cosas buenas

Suenan las campanas de la iglesia por segunda vez en dos días. Me asomo al balcón y veo cómo la gente se amontona en la puerta de la parroquia. Otro entierro. Cierto es que en la zona en donde vivo hay mucha población mayor y supongo que es normal, pero no gusta. Regreso a la habitación. Mafalda duerme en el espacio de la cama que le corresponde, sobre su manta. Con esos diecisiete años que han pasado en un suspiro.

En las últimas semanas he sabido de la enfermedad de dos personas que en algún momento fueron relativamente cercanas a mi círculo y para una de ellas no hay esperanza. Vaya mierda, pienso. Demasiado joven. No es justo.

Pero es que la vida no va de justicia. Ojalá. Imaginen… Sería fantástica una meritocracia por comportamiento, por valores, por hábitos. Posiblemente la única manera de que el ser humano fuera bueno todo el tiempo y dejase de primar tanto el individualismo. Tal vez habría menos egoísmo y más empatía, menos avaricia y más generosidad, menos odio y más solidaridad. Hay quien sostiene aquello de “la vida colocará a tal o cual en su lugar”. O un ser superior, o el universo. O lo que toque. No lo compro, y es que luego hay gente horrible (y) nonagenaria.

Hace unos días cumplí años. De pronto son un montón. Creo (o quiero creer) que aparento menos. Porque, en realidad, es como si no los sintiera. Un día tienes veinticinco palos y de pronto treinta. Luego treinta y cinco. Y después cuarenta… Tienes los que sean. Y te preguntas que cómo es posible. Por otro lado, es bueno tenerlos. Estoy aquí. Respiro. Vivo. Siento. Y entiendo cada vez más aquello de que la edad es sólo un número.

La otra cara de la moneda es la que es. ¿Ya voy por la mitad (o más) del camino? ¿Quién le ha dado al x2 al tiempo? A mí nadie me ha consultado…

Te paras y piensas de qué va esto. Yo tengo mis ideas. Partiendo siempre de la base de que no estoy solo en este mundo y de que no soy más que nadie. De que soy un privilegiado por haber nacido un poco más al sur, pero no tan al este. Eso te toca y no hay más. Como te toca la gente a la que vas conociendo en el camino. El barrio, el colegio, el equipo en el que juegas, el trabajo… Luego ahí vas eligiendo. Y te van eligiendo. Vas descartando. Y te van descartando. Cierto es que también el campo se amplía en función de las decisiones que tomas. A veces tan simples (y en este caso que pongo como ejemplo tan importante) como si tienes o no algo peludo de cuatro patas en casa contigo.

Creo que esto va de ser buena gente. Podrá sonar buenista, pero es la realidad. Va a llegar un día en el que nos tengamos que marchar y al final se va a tratar de quién eres, no de qué tienes (o has aspirado a tener). Y va de qué has hecho con tu tiempo. O de qué vas a hacer. Va de quién está o no en tu vida. Y de qué haces al respecto. Con quién compartir…

Esta semana cambian la hora. Las tardes van a dar para menos. Además, se me están acabando las vacaciones, así que tocaba aprovechar para ir de charco (y/o playa) antes de que la noche recorte nuestras tardes. El día después de mi cumpleaños no fui solo. Fue el tercer gran momento del comienzo de mi nueva vuelta al sol.

Hay que darle el valor que merecen las cosas buenas. Entre las muchas felicitaciones hubo una que me alegró especialmente (todas me alegraron, pero ahora entenderán). A un amigo al que quiero mucho le va bien. Aprovechó el mensaje de audio para ponerme al día. Se está dando otra oportunidad en otro sitio, con otra gente. Es un tipo al que admiro, porque siempre que la vida le ha golpeado ha sabido reponerse y mostrar una mejor versión. Está haciendo algo bueno. Trabaja ayudando a quien lo necesita. Y le ha llegado alguien bueno(a). Sentí su felicidad como el primer gran regalo del día.

Lo segundo fue una tarjeta. Así de simple. Escrita por mi madre, mi padre y mis hermanos. Leí sólo buenas palabras, tanto que me desarmaron. Se suele dudar sobre qué pensarán de uno. Es algo que normalmente me da igual, pero no con mi familia. No es lo mismo que te juzgue quien no te conoce a que lo haga quien te ha acompañado mientras crecías. O alguien que te importa. Me he marcado como objetivo intentar ser merecedor de lo redactado.

El tercer gran momento que mencioné antes fue todo un día de paz. Bajarse del mundo y flotar. En el mar, en el tiempo. Sensación de estar bien todo el rato. De sanación incluso. Hacer cosas que te gustan con alguien a quien también le gustan, mola. Estar a salvo en una conversación cualquiera, mola. Reír con ganas, mola. Esa noche llegué a casa con el corazón (también el estómago) lleno.

Tengo a Mafalda roncando a mi lado ahora mismo. Con esos diecisiete años que apunté. Qué suerte haber podido disfrutarlos. Nos encontramos y me eligió. Pasar tanto con ella ha sido aprovechar el tiempo. A veces pensamos que nos queda tanto por delante… Pero la vida pasa. Las oportunidades pasan. Las personas pasan. Algunas, muy pocas, son irrepetibles. Valen demasiado. Tanto como para haber necesitado escribir hoy. Que vale, ya lo dejo.

Aunque creo que, de todos modos, yo me voy a quedar un ratito en ese mensaje de audio, en esa increíble tarjeta, en ese fantástico día. Me voy a quedar en esos ratos de felicidad, si no les importa. Hasta que visite a mi amigo, hasta que me toque a mí escribir en una tarjeta, hasta que pueda repetir un día como ese.

Que oye, mientras, haremos también otras cosas. Las que traiga la vida. Eso sí, buenas, espero.

El Efecto Miguel Ángel

Tras animarme a escribir, me senté con la idea de añadir aquí la típica introducción que precede a lo serio de la entrada de turno, pero después de varios intentos he entendido que posiblemente sobre. La idea era reflexionar acerca de lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas y, a partir de ahí, llevar el texto al lugar donde cobra sentido. Porque lo que quiero contar tiene que ver con nuestro tiempo, con cómo lo empleamos y con quién lo compartimos. Supongo que a medida que cumplimos años vemos las cosas de otro modo. O a medida que adquirimos experiencia. O mejor, cuando aprovechamos esa experiencia y aprendemos de ella. Porque los años son sólo eso, un número, y nuestro grado de madurez no nos llega a todos y todas por igual. Como tampoco sabe cualquier persona cómo adaptarse a los tiempos o es capaz de mantener el entusiasmo por según qué cuestiones de la misma manera que podía un lustro atrás. O una década atrás.

Joder, menos mal que no iba a haber intro… Lo mejor es que me he desviado un poco ¯⁠\⁠⁠(⁠ツ⁠)⁠⁠/⁠¯

Hace pocos días, uno de mis hermanos compartió en sus historias de Instagram un post sobre cómo había evolucionado el empleo de nuestro tiempo a medida que avanzamos como sociedad. No voy a liarme con el proceso; únicamente voy a señalar que hoy en día más del sesenta por ciento de nuestra jornada estamos online. Esto quiere decir que el espacio reservado a otros asuntos ha sufrido una merma considerable. Entre ellos, los ratos que pasamos con otras personas, lo cual considero negativo.

Y para enfrentar eso hay dos caminos. El primero es el más obvio: pasar un poco más de la tecnología y hacer otro tipo de vida. Sin embargo, esto no depende exclusivamente de la persona que elija ese cambio, a no ser que te guste estar solo o sola (ojo ahí, que los momentos de soledad son necesarios, pero no hablamos de eso). La otra alternativa pasa por compartir.

Compartir tiempo…

No sé a ustedes. A mí me sucede que no me gusta compartir con cualquiera. Porque hablamos de tiempo. Nada más valioso, creo yo. Cuando una persona te dedica su tiempo o tú le entregas el tuyo, se trata de lo más preciado de lo que dispone o dispones. Lo demás es material, pero el tiempo no. Es algo superior. Y no sé, pero ya que no nos sobra, diría que lo ideal sería darle el valor correcto.

Recientemente descubrí por causalidad (me llegó como sugerencia a una de mis redes sociales) un fenómeno psicológico llamado Efecto Miguel Ángel. Yo lo veo más como una idea. Digamos que describe una situación en una relación donde cada persona ve lo mejor de la otra y trata de ayudarla a sacarlo, a mostrarlo. Si existe reciprocidad, la suma de las partes confluye para mejorar cada una por separado. La teoría continúa explicando los beneficios de una relación de pareja basada en esta premisa y vertiendo claves para reforzar el planteamiento, aunque yo quiero quedarme hoy con algo en concreto que se puede extraer de ahí, pero que no es el todo de este movimiento. Se trata la importancia de una premisa clave: buscar a personas que crean en ti, que saquen lo mejor de ti. Sea una amistad o alguien que te guste. Vale para todo. Incluso para una amistad que te guste cada vez más (lo bonitas que se vuelven algunas personas a medida que las conoces mejor, ¿verdad?).

Pienso que no nos encontramos con demasiadas personas así en la vida. De hecho, me da que no nos las encontraríamos si las buscásemos. Mi creencia es que simplemente aparecen. El día menos pensado. En el lugar más inesperado. Por eso no las detectamos. Porque no están en nuestro pensamiento, en nuestra lógica, en nuestros planes. Simplemente un día te cruzas con ella, te mira, te habla, te acompaña, te alivia… Te gana.  

La cuestión es que en nuestra vida siempre vamos a tener una red de apoyo, eso está claro. Nuestra familia y/o nuestras amistades de siempre. Van a estar ahí, seguro. Para lo que necesitemos, siempre y cuando puedan dárnoslo. Pero hay algunos trenes que pasan únicamente de cuando en cuando. Que tienen esas cosas que nadie más nos puede entregar. Estrellas que parecen fugaces. Y que pueden incluso descolocarnos… Pues son justo esas las que no deberíamos dejar que se nos escapen. Y es que a veces las perdemos por permanecer en satélites varados que tan solo aceptamos. Habitualmente por la seguridad de los lugares comunes, conocidos. Y no… Todo eso del Efecto Miguel Ángel no se va a dar ahí. Sino en el abrigo de esa(s) persona(s) diferente(s). La(s) que quiere(n) sacar lo mejor de ti y de la(s) que tú también sacas lo mejor.

La vida no vuelve

Hace unos días comentaba El Chojin en un directo de Instagram que allá por los 90 asistió a un concierto de Michael Jackson que le resultó de lo más espectacular. Yo, que casi soy de la misma quinta que el rapper y pude acudir en 1993 al que celebró en Tenerife, doy fe de ello. Jamás contemplé ni he vuelto a presenciar algo similar. Sin embargo, el propio Chojin continuaba su exposición explicando que recientemente pudo ver de nuevo, grabado, un concierto de aquella gira. Supongo que, por fechas, se refiere a la misma, el Dangerous World Tour. La sensación que le dejó esta nueva visualización fue muy distinta al recuerdo que albergaba su mente, valorando como infinitamente superior la visión que mantenía en el disco duro de su cabeza.

El Chojin manifestaba todo esto a colación de una reflexión acerca de los dispositivos móviles. La grabación jamás va a ser mejor que la experiencia en sí. Confesaba que él mismo ha sacado su teléfono para capturar momentos concretos, pero que le daba mucha tristeza ver a gente cuando él actúa más pendiente de almacenar una vivencia única que de disfrutarla. Ese instante ya no vuelve. Por mucho que quieras, ya no vas a estar dentro, no vas a sentir ese ambiente, no vas a ser partícipe. Porque ya fue. Estuviste. Pero estabas grabando, ¿recuerdas?

Pepe Mujica nos dejó hace nada. Siempre había que escucharle, porque, además de un gran político y referente, era un hombre sabio. Entre sus muchas enseñanzas nos recalcaba la importancia del tiempo y (o en) la vida. Hay que amar la vida. Pero la vida es ahora. Y la vida no es tanto lo que tienes, sino lo que sientes. El ejemplo de El Chojin es perfecto. Gastas tiempo de tu vida capturando un momento para, en el mejor de los casos (porque a veces almacenamos grabaciones para no reproducirlas nunca), emplear un tiempo que podrías dedicar a otra cosa volviendo a algo que ya no va a ser igual. Luego te pones un podcast o una serie en x2 para que te dé tiempo de hacer más cosas.

Semanas atrás asistí a unas conferencias que poco tenían que ver con esto que hablamos, pero un ponente dejó una reflexión importante, que indirectamente sí guarda relación, acerca de la inmediatez. La necesidad de querer todo ya. Lo de la serie al x2 es un ejemplo. Hay una oferta desmesurada en las diferentes plataformas y de pronto se pone de moda algo que a ti no te da tiempo de ver. Pero todo el mundo habla de ello, así que debes buscar el momento o quedarte fuera. Casi nadie se quiere quedar fuera. Por lo que te tragas algo que a lo mejor (o a lo peor, en este caso) no va contigo, pero claro, ¿de qué hablas luego si es el tema del momento? Se estrena tal película en el cine, hay partido de tu equipo, tu familia programa un almuerzo… El fin de semana no te da. Porque tienes que ver la puñetera serie de marras. Y lo que tú querías hacer, ¿qué? Y si tú prefieres ponerte a otra cosa, ¿qué? El tiempo no regresa. Y, como bien dijo Mujica, no puedes ir al supermercado a comprarlo.

La cultura de la inmediatez nos hace, en cierto modo, esclavos y esclavas. Desayunamos con el teléfono en la mano, comemos con prisa y, haciendo un juego de palabras, tragamos con todo. Aunque no tiene sentido hacer lo que otras personas esperan que hagamos y no lo que realmente deseamos hacer. La sociedad va a toda pastilla, pero para ir a ninguna parte. Y deberíamos ir a donde de verdad queremos ir.

No hace mucho tuve una conversación con alguien cercano. Cuestionaba que yo hiciera menos planes de lo que él consideraba que debía. Lo que no valoraba es que yo hago los planes que me parecen. En ese sentido, algunas personas también me han tildado de exagerado por la atención que le presto a Mafalda. Pero, ¿saben qué?, Mafalda va camino de los 17 años y no sé cuánto tiempo nos queda. No sé si han pensado que tal vez mi deseo sea acompañarla en su vejez, disfrutar de esos instantes que son ahora, no mañana. Porque mañanas ya quedan menos. Porque mañana puede no estar. Si a ti lo que te llena estar con tu perro, estás y ya, sin sentirte culpable por ello (¡estaría bueno!).

Mafalda es solo un ejemplo. Pero cada cual tendrá sus motivos, o sus motivaciones. No digo que no socialicen, únicamente que no lo hagan porque se ven forzadas o forzados. A mí me gusta ver a mis amistades. Y lo hago. Y disfruto. Sin embargo, debe ser una elección. De cada persona. De tus amigas, de tus amigos, y tu elección. Que, por cierto, también es lícito preferir no hacer algo si te vas a sentir incómoda o incómodo. Tal vez formes parte de un grupo que programa encuentros, pero en según qué momento no desees compartir con una amistad común. Y no porque no quieras a esa persona, sino porque entiendes que, para tu salud mental, es lo mejor. Simplemente pasa que a veces hay gente a la que quieres, incluso en algunos casos hasta mucho, pero por lo que sea no mezclan bien. Y ya está. Sin que haya culpables.

Así que no le des más vueltas, no te sientas responsable. Haz lo que te pida el cuerpo siempre que no perjudiques a nadie (y que sea legal, claro). No te sientas condicionada o condicionado. Pero eso sí, disfruta de lo que estás haciendo. En ese momento. Es importante. Que tu cabeza ya se encargará de guardar lo que deba y como crea que debe. Apostaría a que será de la manera más acertada, seguro.

Y oye, también cuando quieras, tómate tu tiempo. Porque tu vida es tuya.

Y la vida no vuelve.

Empatía

Estaba pensado en una conversación de no hace mucho. Una persona sacaba el asunto del lenguaje inclusivo para criticarlo, insistiendo en el viejo mantra de que, si lleva así toda la vida y es correcto, para qué se demanda tanto cambio. Es un comentario que no tendría demasiada historia de no ser por lo recurrente en diferentes esferas.

Pero este post no va de eso. O sí. Pero no sólo de…

En realidad, esto del lenguaje no es sino otra metáfora de los tiempos que vivimos. Gente a la que no le afectan las cosas se oponen a que estas puedan cambiar. Tiene sentido en el aspecto sociológico, pues mantener determinadas cuestiones beneficia a grupos concretos que creen que sus privilegios son derechos, aunque exclusivos. Pero la lógica no se sostiene cuando eres uno o una más. La ausencia de solidaridad o empatía como punta del iceberg de una sociedad demasiado individualista.

Bajo a la cafetería a comer algo a media mañana. Diviso una mesa en la que cuatro personas atienden al teléfono. Sólo interactúan para mostrar algo de la pantalla. No sé si concursan por rescatar el mejor meme. Entiendo que, como yo, están en una pausa laboral. Puede ser que no desconecten. Puede ser que desconecten de todo, incluidas las personas. La vida en torno a un dispositivo móvil. Qué ironía. Cuando este aparato estaba sujeto a un cable éramos más libres. Cuando servía únicamente para hablar, más cercanos. Recuerdo pasar horas charlando con compañeras o compañeros de clase. Hoy es impensable. Tenemos que hacer otras cosas. Tal vez más urgentes, quién sabe. Dudo que más importantes.

Para no variar, me estoy desviando. Algún día habría que hablar sobre las pantallas y las redes…

Sigamos.

El individualismo nos vuelve a su vez egoístas. Preocupados o preocupadas por nuestras causas particulares. Olvidamos el principio de la solidaridad.  Hoy todo va de sacar algo a cambio. La empatía por intereses. Incluso si pertenezco a un colectivo minoritario. Reclamo comprensión y apoyo a una sociedad sin estar dispuesto o dispuesta a respaldar otros procesos. A mí no me afecta negativamente utilizar el lenguaje inclusivo y sé que de esa manera estoy siendo solidario con otras personas. ¿Es tanto problema? Pregunto… Lo traigo a colación como el ejemplo más básico.

Yo trabajo con un colectivo cuya cultura es tradicionalmente machista, pero que también padece señalamiento por su condición. Migrantes. Sufren de racismo casi cada día y lo único que piden es que no se les discrimine. Sin embargo, a muchos les cuesta aceptar que una persona no sea hetero. Incluso alguno de ellos niega una (su) orientación sexual que no eligen, del mismo modo que no eligen nacer donde lo hicieron. Pero precisamente lo segundo condiciona lo primero. Y no son libres. Tampoco todos aceptan de buen grado las figuras de autoridad femeninas, (mal)entendiendo que para liderar está la figura del hombre. Ni que alguien no sea religioso. La cuestión es que reclaman (legítimamente) no ser un grupo estigmatizado, pero mientras tanto apuntan a otros con una problemática distinta. Ojo, que esto también sucede a la inversa.

Creo firmemente que el objetivo es ser una buena persona. Al final no se trata de quién eres y de si estás en paz sabiendo que otras personas sufren persecución por lo que son. Yo pertenezco a ese grupo privilegiado en cuanto a lo socialmente aceptado. No me van a discriminar por ser mujer, por ser negro, por ser homosexual, por ser trans, por ser musulmán o por lo que sea. Porque salvo en lo de cristiano (en líneas generales pienso lo mismo de todas las religiones), ya que soy ateo, cumplo con todo lo establecido por el sistema. Que tu casilla de salida incluya todo esto puede hacer que pases de todo, incluso sin darte cuenta. Sin embargo, también puede hacer que te preguntes por qué ocurre todo lo que ocurre y nunca (o casi) sea a ti.

Hace pocas fechas, una figura pública que influye directamente en el pensamiento de mucha gente (además joven), se congratulaba porque jueces del Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminaron que la definición legal de mujer en la Ley de Igualdad de 2010 se refiere a una mujer biológica y un sexo biológico, no incluyendo a las mujeres trans que poseen certificados de reconocimiento de género. J.K. Rowling, creadora de la saga de Harry Potter, subía una foto a sus redes fumándose un pequeño puro a modo de celebración. Mi pregunta es: ¿qué tanto le importa que nieguen derechos a personas que no tienen nada que ver con su vida y cuyo reconocimiento no influye en su día a día? Sin embargo, con su post crea corriente de opinión y valida pensamientos arcaicos.

Yo sé que siempre que se avanza en derechos aparecen sectores reaccionarios que pretenden mantener el statu quo. El asunto trans es doloroso. Igual que otras causas. Me sorprenden que haya personas feministas (o personas que así se consideran) marcando líneas rojas en un tema tan sensible. Y es justo a lo que voy. ¿Hay causas que sí y causas que no? Hablamos de derechos, de progreso y de justicia. Si tienes ventaja, lo tuyo es privilegio.

En un mundo sin moral, en el que según dónde hayas nacido, si eres hombre o mujer, homo o hetero, blanco o negro, tu vida vale más o menos, o en el que se justifican genocidios y barbaries, lo único que nos queda es la integridad. Porque el final va a ser el mismo para todas y todos. Pero no es lo mismo morir a que te maten. No es igual ser tú (libre) a tener que ser tú solo en según qué contextos. El espacio, el momento o la compañía no debería condicionar a personas que únicamente quieren ser lo que son.

Comenzaba el post haciendo referencia al lenguaje inclusivo. Qué banalidad, dirá mucha gente. Pero tiene más importancia de la que piensan. Por ahí se empieza. Por detalles menores. Si somos capaces de entender que un pequeño gesto puede mejorar nuestro entorno, tal vez comencemos a dar los pasos correctos. A salirnos del sistema tradicional que no tiene en cuenta a minorías. Tu vida va a seguir siendo la que es. Pero las de otras personas pueden depender de cómo seas.

Aprender de un libro, aprender de un animal, aprender de la vida…

Mafalda está ahora mismo entre mis piernas. No debe encontrarse muy bien. Sus problemas estomacales derivados de su lupus han precisado de una inyección esta mañana. Sin embargo, ha querido jugar a la pelota y ahora ha hecho algo muy particular en ella que a mí me da la vida.

Mi perra ha sido un trasto en algunos aspectos. Por ejemplo, todavía, de vez en cuando, me la lía porque no traga a según qué persona o no puede ver a algún perro. Pero tiene dos cosas mágicas desde siempre. La primera es que sabe cuándo alguien se encuentra mal. Y ahí no hay favoritos o favoritas. Cuando tenía novia se acostaba a su lado si la notaba enferma, pasando por completo de mí, y, estando en casa de mis padres, me ha despertado y pedido que le abriese la puerta cuando mi madre no podía dormir por alguna molestia física o algún episodio puntual de ansiedad; nunca por insomnio sin más. La segunda es que no le gusta ver a la gente llorar. Si ve que ocurre, se acercará a quien lo haga y meterá su cabeza entre las manos y la cara de la persona que sea hasta que las lágrimas dejen de caer por sus mejillas. Luego volverá a lo suyo.

Desde el principio he creído que mi perra es especial. No mejor o peor que otras. Especial. Y no digo que sea la única en esa suerte. Diría que todas las mascotas son especiales. Pero ella es especial a su manera. A la manera que yo necesitaba.

De las dos cosas mágicas que he mencionado, hoy ha hecho la segunda. He terminado un libro y no he podido contenerme. A veces me pasa (y no únicamente con libros), reconozco que soy muy emocional y que determinados relatos o ciertas cuestiones me afectan. Así que a veces lloro. Y menos mal, porque es algo sano. Diría que incluso valiente, al contrario de lo que pueda parecer porque la sociología del hombre así lo dictamina. Por fortuna, vamos cambiando estas estupideces, aunque el poso queda. Pero bueno, ndank ndank, que dirían muchos de mis chicos (de ahora y de antes). Significa poco a poco en wolof.

Cuando la que era mi pareja trajo a Mafalda a nuestra casa yo trabajaba organizando el transporte en una empresa de prefabricados. Ahora soy educador de menores. Curro con adolescentes migrantes.  La diferencia entre una profesión y la otra es abismal. Hay un pensamiento recurrente en mi cabeza con respecto a mi perra: ha sabido sacar una mejor versión de mí. Sinceramente, creo que ahora soy mejor persona. A lo largo de todos estos años (en octubre Mafalda hará catorce) he ido pasando por situaciones que no entendía, pero en verdad necesarias. Con ella a mi lado, enseñándome a ser paciente, comprensivo, empático. De modo que esas situaciones las he ido encarando cada vez de mejor manera (creo). A veces pienso que antes era un poco gilipollas. Habrá quien todavía lo piense. No pasa nada, está en su derecho. En el pasado me enfadaba por estupideces o mentía para evitar problemas, discusiones o, en el peor de los casos, aparentar (vaya idiota, ¿eh?). Si me he enfadado contigo o te he mentido, que sepas que ya me he dado el sermón yo solo. Y me he perdonado. Molaría que hablásemos, pero no pasa nada si no lo hacemos. Ojalá te vaya bien. Seas quien seas. De verdad.

Esto es algo importante. Aprender a perdonarse. Igual otro día tocamos el tema. Por lo pronto, diré que el perdón en uno mismo o en una misma es vital. Es volver a respirar. Es saber soltar lastre. Y liberarse. A menudo esperamos al perdón ajeno. Pero este no siempre llega. Porque no todo el mundo es como te gustaría que fuese o tiene ganas de aclarar las cosas. Y no se puede vivir con ese lastre todo el tiempo. Por eso tenemos que aprender a perdonarnos, más que a que nos perdonen.

El libro que he acabado es Hermanito, de Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia. Que yo pasaba por aquí a contar algo al respecto y después me he enrollado. En ocasiones la gente me pregunta por lo que hago, por qué digo que, no siendo yo importante, mi día a día sí que lo es. También pasa que leo en redes sociales o en según qué medios gilipolleces sobre la migración. Yo no puedo contar los casos de los menores con los que desempeño mi profesión. Pero conozco historias que estremecerían a cualquiera. La cuestión es que, como no puedo hacerlo, te voy a recomendar esta lectura. Con toda mi alma. Quizás así entiendas un poco mejor de qué va la vida. Y no hablo sólo de la de la gente que migra. La vida, en general.

El libro apenas alcanza las 130 páginas en tres partes diferenciadas y se lee muy fácil, así que no te va a costar. Si eres de esas personas que compran discursos de mierda sobre migración y después de leer el relato de Ibrahima no varías tu pensamiento, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que además de ser muy ignorante, cuando te armaron se dejaron el corazón en la caja.

PD: mil gracias a los autores. Y a la editorial.

4 de febrero

Hoy he abierto Facebook. De todas las tonterías que se van añadiendo en esta red social, hay una que solemos chequear habitualmente, casi siempre por curiosidad. Es el botoncito de «un día como hoy».  En ocasiones una imagen o un estado se convierte en una puñalada inesperada. Luego, por el contrario hay momentos que nos sacan una sonrisa, o simplemente hacen que nuestro humor sea mejor. La lotería de remover el pasado…

No es ni el primer caso ni el segundo lo que motiva esta pequeña entrada.

El 4 de febrero es el Día Mundial contra el Cáncer, una enfermedad de mierda que convive con nosotros. En silencio. Un silencio insoportable. No podía ser un recuerdo alegre. Pero sí que lo considero importante. Bueno, pues hace justo un año, publiqué esto en mi muro…

Ayer hubo cáncer, también hoy lo hay. Y mañana…

El cáncer existe durante la enfermedad, terrible para quien la padece.
Y también existe después, por el vacío que deja, la ausencia en los demás.
El cáncer es el dolor sufrido por el paciente.
Pero además por quienes lo rodean, por quienes lo aman.

El cáncer se lleva por delante las esperanzas de un adolescente.
O el futuro de un niño. Y con ello a sus padres.
Acaba con la madre de tu amigo, o con el primo del vecino.
Hace pedazos familias y destroza las entrañas.

Dicen que ataca a cualquier órgano salvo al corazón
Pero es mentira. La mentira más grande.
Porque ha roto más corazones que el desamor.
Porque un solo caso puede atacar a mil corazones.

Y tristemente el cáncer es más, no es solo eso…

El cáncer es una INDUSTRIA FARMACÉUTICA que negocia.
El cáncer es un GOBIERNO que no invierte en investigación.
El cáncer son los RECORTES en sanidad.
El cáncer son las OTRAS PRIORIDADES de los que mandan.
El cáncer es la POCA SOLIDARIDAD de quienes tienen mucho y no aportan.
El cáncer es mi ESCASA COLABORACIÓN activa, o la tuya.

El cáncer es creer que a ti no te afecta.
Porque no te ha tocado convivir con él.

El cáncer, como el alzheimer, el sida, el ébola…
Algún día será gripe. Cuando nos propongamos que sea gripe.
Pero mientras, nos va dejando por el camino.
Directa o indirectamente, nos va jodiendo.

Y pienso que el mayor cáncer somos nosotros.
Porque al final, somos los que tenemos que plantarle cara.
Y no…
No hacemos todo lo que podemos.

Mucha fuerza a quienes están luchando hoy contra esta terrible enfermedad. No estáis solos.

Agua fría y mis abuelos

Hoy he llegado a casa ya de madrugada y me he encontrado sin agua caliente. Odio el agua fría, y en la zona en la que vivo hay que tener mucho valor para ducharse en diciembre si el termo no te ayuda. La solución ha sido calentar agua en el caldero más grande de los que dispongo, e ir mezclándola con la que sale del grifo de la mejor manera posible.

No es algo nuevo…

Cuando era pequeño, mis padres me enviaban a casa de mis abuelos maternos durante el verano. A veces un mes, otras dos… El tiempo que tocase. Yo vivía entonces en Santa Cruz de Tenerife, y estaba acostumbrado a todas las comodidades frecuentes. La vivienda de mis abuelos se encontraba (se encuentra, puesto que ahí sigue) en un pueblecito de la isla de La Gomera. Y no era como mi casa. En aquella época, ese hogar ni siquiera tenía un acceso normal. Tras atravesar un camino, dabas con un porche y un pasillo descubierto con habitaciones a ambos lados del mismo. Las puertas eran de madera, y cada una tenía una llave de esas antiguas que hoy parecen sacadas de baúles viejos donde se guarda algún recuerdo que jamás revisamos. En los cuartos, las camas eran metálicas, y apenas había muebles. Teníamos una televisión en la que veía la serie favorita de cualquier niño por entonces (El coche fantástico) en blanco y negro. Ojo, que hablo de finales de los ochenta, principios de los noventa. Y, como imaginarán, tampoco gozábamos de agua caliente. El baño no disponía de bañera, ni plato de ducha. En el suelo, un desagüe. Suficiente. Por las noches, llegada la hora del aseo, mi abuela calentaba agua en la cocina, que pasaba a un barreño grande, y con un viejo cazo yo me manejaba como podía.

No, lo de hoy no ha sido nuevo. Y durante un rato he regresado a mi infancia…

Recuerdo que siempre quise tener un aro de baloncesto. En Tenerife era imposible, pese a disponer de una gran azotea en mi casa terrera. Pero en La Gomera mi abuelo fabricó uno, hecho con alambres, al que le tenía el truco cogido: era mejor que el lanzamiento quedase un poco corto a excederse con la fuerza, puesto que el peso del balón (si mi memoria no me falla, uno siempre desinflado) hacía que la parte anterior cediera, cayendo continuamente dentro de la circunferencia. Fueron increíbles los partidos que disputaba con los vecinos, o solo. Por las mañanas, mi abuela se levantaba de madrugada para atender unas tierrillas que, tras décadas de servicio a una familia adinerada, de algún modo consiguieron adquirir. Los huevos de gallina recién puestos, fritos, con pan, era el mejor de los manjares cuando me despertaba. A decir verdad, la comida de mi abuela era fantástica. El almuerzo,el gran momento del día. Porque me gustaba, y porque justo después, partía hacia la piscina natural pueblo (y al Peñón, un rincón único para darse un baño si conocías las corrientes del mar), en un trayecto de más de una hora a pie. Bajar no era nada duro. La subida sí que costaba. Hablamos de un puñado de kilómetros. Ya de vuelta, a veces, si debía volver a la finca por la tarde, acompañaba a mi abuela para contemplar a los animales. Así de simple. Otro entretenimiento habitual se vivía en un pequeño muro de la carretera; por el pueblo circulaban pocos coches, así que, de cuando en cuando, me sentaba con otros niños a ver algunos pasar. Tan acostumbrado en Tenerife, tan sorprendido allí. Los días se tornaban en gloriosos si aparecía mi abuelo con alguna caña de azúcar antes del ocaso. Y cuando oscurecía, el sonido de las ranas y el calor que proporcionaba la más suave de las mantas me acompañaba hasta la llegada de Morfeo.

03-Hermigua piscinas naturales.jpg

Recuerdo ser inmensamente feliz. Sin necesitar de nada material.

Y todo ello me ha hecho pensar en cómo esto también forma parte de mi manera de entender la vida. Detesto el dinero, aunque lo necesite. Yo prefiero otras cosas. Esas que te dan las personas que no se guardan nada. Esas que me daban mis abuelos.

No hace tanto, por estas mismas fechas, tuve el mismo problema una noche con el agua. Y además, ese día se había ido la luz. Por entonces me enviaba muchos mensajes con alguien. Recuerdo aquel momento. El agua, como hoy, estaba fría, y tuve que tirar del viejo recurso de los calderos. En el baño me manejaba con una linterna que enfocaba a la ducha mientras hacía malabares para darme un remojón en condiciones. Pero yo solo miraba el incesante parpadeo de mi móvil. Un sábado, ya de madrugada (?) Mi única preocupación, que regresase la corriente. No para iluminarme o disponer de todo lo que conlleva la electricidad, sino para poder cargarlo. Para que aquella conversación que en ese instante me llenaba no se detuviese. Para seguir hablando.

Resulta que la felicidad son momentos. Y casi siempre el afecto tiene que ver. Ya sea porque lo recibes, ya sea porque lo entregas. De la forma que sea y para quien sea. Todo lo demás, sobra. Una tele en color, un aro de baloncesto reglamentario, o incluso el agua caliente.

Con cualquier persona, se trate de una chica, un familiar, o un amigo, a mí dame una buena conversación, dame unas risas, dame un ratito… Y olvida el resto. Que yo no necesito lujos o lugares exclusivos. Mis abuelos, tal vez sin darse cuenta, me enseñaron que lo más valioso no es lo que se tiene, lo valioso es quién eres. Lo que puedes ofrecer de ti, sin adornos. El fondo.

Concluyo que quien más te da, quien más te enseña, suele ser quien menos tiene.

Igual en los tiempos que corren, y para según qué cosas, no es una buena táctica eso de vender realidad, sin aderezo. Pero yo no conozco otra mejor. Y no debe ser tan mala, en serio: quizá con otra me rodease más gente, pero difícilmente de la misma calidad humana.

Reflexiones de agua fría en la madrugada de un sábado de diciembre.

Mecanismos incorrectos

Hay personas que funcionan de otra manera, que son más complicadas. Les cuesta mucho decir según qué cosas. No todo el mundo lo entiende. Quizá porque en realidad es difícil de entender. Estas personas también vienen con sentimientos, aunque no lo parezca. Pero a veces, no son capaces de expresar lo que llevan dentro. Y en otras ocasiones, se lo guardan. Normalmente porque ya les han hecho daño antes. O porque creen que la respuesta que van a obtener de quien les interesa será un no.

Esta gente quiere avanzar, y no puede. Y se frustran. De modo que no hacen nada. Se quedan ahí, parados, en stand-by, creyendo erróneamente que el tiempo pondrá las cosas en su lugar… O a lo mejor creyendo acertadamente. Y es que igual lo pone en su lugar, solo que no es el que ellos creían que debía ser. Imagino que si no muestran interés de un modo más serio, si no son capaces de decir que sienten otro tipo de atracción, o si una vez dicho se impacientan, lo lógico sea que se vayan de vacío; habiendo perdido con ello un tiempo precioso.

Para estos sujetos fue una mierda en su día perder lo que tuvieron, y ahora es una mierda perder lo que ni siquiera han tenido. O lo que sí tienen pero no como aspiran a tenerlo. O lo que sin darse cuenta tal vez tienen solo que de una forma diferente.

Hay que hacer algo con ellos.

Por fortuna, la mayoría de estos individuos están rodeados de amigos que les demuestran amor. Y que independientemente de los “te o dije”, les tienden la mano y los levantan tantas veces como sea necesario. Resulta extraño como para esas amistades son tan fantásticos, cuando ni ellos mismos son muchas veces capaces de verlo.

¿Y sabéis qué pienso? Que aunque sea por esos que siempre empujan, esta gente tiene que convencerse de que no queda otra que seguir avanzando. Y modificar comportamientos. Ni unos ni otros merecen que no levanten la cabeza…

_20160623_232119

Para los wawers y mis hermanos de enfrente.

Aparco el blog por un tiempo. Tengo cosas que hacer.

¡Hasta la vista!

El sitio equivocado, el momento incorrecto

Siempre a la sombra. Cuesta un mundo cuando creas barreras. Levantas un muro para que no vuelvan a hacerte daño. Nunca más. Un pasado que decidiste dejar atrás. Para siempre. Ya no más caídas por querer, por arriesgar.

Mejor avanzar solo. Si acaso tontear; y dejar que se acerque gente que en realidad sabes que no te va a gustar más allá del corto plazo. Relaciones del momento sin momentos reservados en el futuro. Si te aproximas a alguien, es porque sabes que no será nada serio. Duermes en paz.

Pero todo llega. Un día sonríes con un pensamiento. Y luego un encuentro inevitable que se te va de las manos. O más bien del pecho; las manos no se mueven. Usas la boca, la lengua. El instrumento de la comunicación es el más poderoso, es lo que aborda el alma. Que ya el físico lo ve cualquiera.

Más tarde, ya a solas, los miedos. Brotando de nuevo.

A la mente lo que te ocurrió esa vez. Y también aquella otra cuando lo habías olvidado. Sí, te volvió a suceder en más ocasiones. Así que crea cierta distancia, te dices. Piensa coño: ¡mira cuántas cicatrices! No te expongas.

Muéstrate impasible, lo que empiezas a experimentar es un error. No se lo digas. No vuelvas a condenarte. Mantente firme. Que no sepa de tus sentimientos. No es eso lo que tenías planeado, sé consciente.

¡Pero mierda! Pese a que lo niegues, te gusta. Cuando compartes tanto tiempo… Es de verdad y no puedes esconderlo.

Ni esconderte.

Tarde o temprano, queda de manifiesto, las cartas sobre la mesa. Y ya no hay retorno. Sin excusas, vas de frente.

Y se lo cuentas:

“Esto es lo que hay y me gustaría saber si hay camino.

…Contigo”.

No sé si arriesgarse te hace débil… O un valiente, por ofrecer el corazón para que hagan y deshagan.

Sé que cuando la otra persona permanece impasible, duele. Que cuando no te tiene en cuenta, duele. Que cuando tus mariposas mudan obligadas en espejismo y la sonrisa que se adueñó entonces de tus labios va menguando, duele.

Que cuando te toca renunciar, duele.

Vuelves entonces a lamerte las heridas.

mat1_260

Aunque yo pregunto…

Si no se ha alegrado cuando se lo contaste, si no planteó un después, si la ventana se cerró de golpe… ¿Sigues creyendo que se trataba de la persona correcta?

En realidad no hay buenos y malos en estas historias.

Ella. O tú. Uno de los dos estaba en el sitio equivocado, o en el momento incorrecto.