Por si se me olvida, por si se te olvida…

Juro que esta semana quería hacer muchas cosas, más allá de compromisos ineludibles que tienen que ver con citas médicas, revisión de Mafalda, compra de víveres o una entrevista televisiva que llegó sin avisar. Tenía ganas de ver a mucha gente, de terminar esa serie de la que ya he consumido las tres temporadas anteriores, de subir el nivel de los entrenamientos, de hacer algún pateo. Juro que cuando supe que tendría siete días planifiqué al detalle todo ese tiempo que parecía iba a ser eterno, visualicé situaciones, encuentros, momentos. Si yo quería, de verdad, pero…

Una cosa es lo que tu cabeza te diga que debes hacer. Otra distinta, lo que tu cuerpo necesita. Demasiado estrés últimamente. La mente sobrecargada por un curro que va más allá de la jornada laboral y atrofiada con decisiones que habrá que tomar más bien pronto que tarde. A veces querer no es poder, aunque se pueda.

Quiero que se entienda esto.

Claro que pude hacer todo eso. Seguro. Se habría forzado y fijo que hasta lo hubiera disfrutado. Sin embargo, ¿qué hay de mí? Quiero decir, ¿qué pasa con lo que de verdad necesito, necesitamos en general? No sé a ustedes, a mí este mundo me debe tiempo. Un tiempo que vamos metiendo en el cajón del para luego. Respiros que no tomamos, asfixiándonos después en no sabemos qué, con no sabemos qué. Tiempo no para hacer todo aquello que creemos pendiente, sino tiempo para no hacer nada, para parar, para desconectar un poquito de la vida. Del debo, del tengo que hacer, del me están esperando y del qué van a decir.

Lo siento, mi ser de cuando en cuando exige pausa. Y soltar. Y silencio. Y resetear. Y paz. Y ya.

Ocurre que mientras estamos encima de esa espiral llamada presente no nos detenemos a sentir, a sentirnos. Y al darle al stop llega la avalancha. No sé por qué no duermo bien, si estoy de vacaciones, no sé por qué me siento cansado o cansada, si estoy de vacaciones, no sé por qué este malestar, estas extrañas sensaciones, este dolor de cabeza, esta falta de aire… No sé por qué, si estoy de vacaciones. Pues a lo mejor porque es ahora, en vacaciones, cuando tu cuerpo se permite somatizar. Y no es malo, aunque lo parezca. Lo que ocurre es que no deberíamos necesitarlo.

Hoy escribo porque siento que quizás le he fallado a gente que me importa con la que quería hacer cosas, escribo porque me pregunto por qué no he visto ni un solo capítulo de esa serie de la que hablaba antes, escribo porque me cuestiono qué he estado haciendo estos días. Vaya… ¿Qué he estado haciendo? Bueno, en realidad, lo sé. No he hecho nada. Y he hecho bien. No hacer nada (o hacer nada), cuando toca, es hacer un montón. Es hacer lo que necesitas. Y lamento mucho haber pospuesto los encuentros. De verdad. Pero es que no podía ser. O sí. Aunque no de la manera que, creo, deben darse.

Desconectar para reconectar.

Mañana vuelvo al trabajo. Con un montón de cosas pendientes. Pero vuelvo con menos carga emocional. Sé que no todas las personas funcionamos igual. Y que algunas pueden seguir y seguir y seguir y seguir, hasta el fin de los tiempos. Lo sé porque yo antes era así. Y es algo a lo que no quiero volver. Solía estar de peor humor, solía ser más seco, más áspero. Ahora no me pasa. Y creo, sinceramente, que es porque a veces me tomo mi tiempo. Mi tiempo de ausencia o lo que sea. ¿Saben? No se puede ser simpático o simpática en todo momento, no se puede estar en todo momento, no se puede agradar en todo momento. Pero, sobre todo, no se debe forzar nada de lo anterior. Nunca.

A lo que voy. Está bien no estar siempre operativo, operativa, disponible. Está bien no estar siempre al cien por cien. Está bien cuidar tu salud mental. Porque, en realidad, es de lo que va todo esto. Sí, el objeto final de este pequeño texto es recordarlo, recordármelo, recordártelo. Por si se me olvida, por si se te olvida…

Aprender de un libro, aprender de un animal, aprender de la vida…

Mafalda está ahora mismo entre mis piernas. No debe encontrarse muy bien. Sus problemas estomacales derivados de su lupus han precisado de una inyección esta mañana. Sin embargo, ha querido jugar a la pelota y ahora ha hecho algo muy particular en ella que a mí me da la vida.

Mi perra ha sido un trasto en algunos aspectos. Por ejemplo, todavía, de vez en cuando, me la lía porque no traga a según qué persona o no puede ver a algún perro. Pero tiene dos cosas mágicas desde siempre. La primera es que sabe cuándo alguien se encuentra mal. Y ahí no hay favoritos o favoritas. Cuando tenía novia se acostaba a su lado si la notaba enferma, pasando por completo de mí, y, estando en casa de mis padres, me ha despertado y pedido que le abriese la puerta cuando mi madre no podía dormir por alguna molestia física o algún episodio puntual de ansiedad; nunca por insomnio sin más. La segunda es que no le gusta ver a la gente llorar. Si ve que ocurre, se acercará a quien lo haga y meterá su cabeza entre sus manos y la cara de la persona que sea hasta que las lágrimas dejen de caer por sus mejillas. Luego volverá a lo suyo.

Desde el principio he creído que mi perra es especial. No mejor o peor que otras. Especial. Y no digo que sea la única en esa suerte. Diría que todas las mascotas son especiales. Pero ella es especial a su manera. A la manera que yo necesitaba.

De las dos cosas mágicas que he mencionado, hoy ha hecho la segunda. He terminado un libro y no he podido contenerme. A veces me pasa (y no únicamente con libros), reconozco que soy muy emocional y que determinados relatos o ciertas cuestiones me afectan. Así que a veces lloro. Y menos mal, porque es algo sano. Diría que incluso valiente, al contrario de lo que pueda parecer porque la sociología del hombre así lo dictamina. Por fortuna, vamos cambiando estas estupideces, aunque el poso queda. Pero bueno, ndank ndank, que dirían muchos de mis chicos (de ahora y de antes). Significa poco a poco en wolof.

Cuando la que era mi pareja trajo a Mafalda a nuestra casa yo trabajaba organizando el transporte en una empresa de prefabricados. Ahora soy educador de menores. Curro con adolescentes migrantes.  La diferencia entre una profesión y la otra es abismal. Hay un pensamiento recurrente en mi cabeza con respecto a mi perra: ha sabido sacar una mejor versión de mí. Sinceramente, creo que ahora soy mejor persona. A lo largo de todos estos años (en octubre Mafalda hará catorce) he ido pasando por situaciones que no entendía, pero en verdad necesarias. Con ella a mi lado, enseñándome a ser paciente, comprensivo, empático. De modo que esas situaciones las he ido encarando cada vez de mejor manera (creo). A veces pienso que antes era un poco gilipollas. Habrá quien todavía lo piense. No pasa nada, está en su derecho. En el pasado me enfadaba por estupideces o mentía para evitar problemas, discusiones o, en el peor de los casos, aparentar (vaya idiota, ¿eh?). Si me he enfadado contigo o te he mentido, que sepas que ya me he dado el sermón yo solo. Y me he perdonado. Molaría que hablásemos, pero no pasa nada si no lo hacemos. Ojalá te vaya bien. Seas quien seas. De verdad.

Esto es algo importante. Aprender a perdonarse. Igual otro día tocamos el tema. Por lo pronto, diré que el perdón en uno mismo o en una misma es vital. Es volver a respirar. Es saber soltar lastre. Y liberarse. A menudo esperamos al perdón ajeno. Pero este no siempre llega. Porque no todo el mundo es como te gustaría que fuese o tiene ganas de aclarar las cosas. Y no se puede vivir con ese lastre todo el tiempo. Por eso tenemos que aprender a perdonarnos, más que a que nos perdonen.

El libro que he acabado es Hermanito, de Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia. Que yo pasaba por aquí a contar algo al respecto y después me he enrollado. En ocasiones la gente me pregunta por lo que hago, por qué digo que, no siendo yo importante, mi día a día sí que lo es. También pasa que leo en redes sociales o en según qué medios gilipolleces sobre la migración. Yo no puedo contar los casos de los menores con los que desempeño mi profesión. Pero conozco historias que estremecerían a cualquiera. La cuestión es que, como no puedo hacerlo, te voy a recomendar esta lectura. Con toda mi alma. Quizás así entiendas un poco mejor de qué va la vida. Y no hablo sólo de la de la gente que migra. La vida, en general.

El libro apenas alcanza las 130 páginas en tres partes diferenciadas y se lee muy fácil, así que no te va a costar. Si eres de esas personas que compran discursos de mierda sobre migración y después de leer el relato de Ibrahima no varías tu pensamiento, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que además de ser muy ignorante, cuando te armaron se dejaron el corazón en la caja.

PD: mil gracias a los autores. Y a la editorial.

El éxito y la naranja

En la película ‘7 años’, cuatro socios de una empresa tecnológica han de tomar una decisión compleja. Han sido pillados evadiendo impuestos y alguien tiene que pagar. Pagar en este caso significa declararse culpable e ir a la cárcel, liberando al resto. Para tal cometido, deciden contratar a un mediador para que les ayude. Sin embargo, uno de los socios no cree que sea la mejor opción. Entonces, para hacerle ver que la mediación es una buena idea, el mediador le pone como ejemplo una naranja que dos personas desean, cuestionándole cómo podría contentar a las dos partes. La respuesta que da el interrogado es la que seguramente daría cualquiera: partirla por la mitad y repartirla. Sin embargo, como dice el mediador, ahí las dos personas involucradas saldrían perdiendo, porque ambas quieren una naranja, no media. La siguiente sugerencia es darle a una la naranja y prometerle a la otra la siguiente naranja, pero nuevamente existe una fisura: “la promesa de una naranja no es lo mismo que una naranja, como no es lo mismo casarse que prometer que te vas a casar”, explica de nuevo el mediador, quien invita al resto a aportar ideas que puedan dar con la solución. Así, otro de los socios propone dar la naranja a una parte y hacer un regalo a la otra. Pero claro, haciendo esto volverían a sentirse perjudicadas. Una porque la naranja es tan buena que la han tenido que comprar con un regalo y la otra porque el regalo sería desmedido (en el film se plantea un reloj de lujo) en comparación a su naranja. Cuando la rendición es generalizada, el mediador explica que la solución pasaría por preguntar a ambas partes para qué quieren la naranja y así averiguar que una quiere la cáscara para hacer tarta y la otra la pulpa para hacer zumo. Tras escucharlo, uno de los socios se ríe y le dice que no, que en realidad todo el mundo querría la pulpa para hacer zumo, porque, según sus palabras, “todos queremos lo mismo, lo que ocurre es que unas personas lo consiguen y otras no”. Y justo entonces llega el mejor momento. El mediador lo mira y le dice: “Tienes razón, Carlos. En esta vida todos queremos lo mismo”. Y señalando al resto de participantes en la reunión, prosigue: “tú quieres lo mismo que él, quieres lo mismo que ella y quieres exactamente lo mismo que yo”.

A mí la escena me parece brillante y siempre he pensado que es un gran ejemplo de vida. Algo a aplicar en nuestro día a día y que tiene mucho que ver con el respeto hacia las decisiones de otras personas. Supongo que a todas y a todos nos ha pasado: familiares o amistades que nos incitan a tomar uno u otro camino. «Estudia esto porque ganarás más dinero». «Sal esta noche, que igual conoces a alguien». «Cómprate una casa». «Ten un hijo». Y mil ejemplos más. La realidad es que no creo que estas personas quieran presionarte, todo lo contrario; estoy seguro de que desean lo mejor para ti. Sin embargo, se basan en su escala de valores, no en la tuya. Y esa es la clave.

Yo he tardado en encontrar un trabajo en el que me sienta realizado. Mis salarios anteriormente fueron superiores (hubo alguno inferior también) haciendo otras cosas, pero no creo que haya sido igual de feliz, haya tenido la misma motivación a la hora de desempeñar mis funciones ni me haya sentido tan realizado y en paz. Claro que el dinero es importante, aunque en su justa medida. Si tengo mis necesidades bien cubiertas y me puedo permitir algún capricho de cuando en cuando… ¿Para qué más? Vale, puede que a los ojos de determinada gente esto no puede parecer exitoso. Sin embargo, mi concepto de éxito posiblemente sea diferente al suyo.

Cuando pienso en el éxito siempre me viene a la mente Ralph Waldo Emerson, para quien era, en sus propias palabras, “ganarse el respeto de las personas inteligentes y el cariño de los niños. Apreciar la belleza de la naturaleza y de todo lo que nos rodea. Buscar y fomentar lo mejor de los demás. Dar el regalo de ti mismo a otros sin pedir nada a cambio, porque es dando como recibimos. Haber cumplido una tarea, como salvar un alma perdida, curar a un niño enfermo, escribir un libro o arriesgar tu vida por un amigo. Haber celebrado y reído con entusiasmo y alegría, y cantado con exaltación. Tener esperanza incluso en tiempos de desesperación, porque mientras hay esperanza hay vida. Amar y ser amado. Ser entendido y entender. Saber que alguien ha sido un poco más feliz porque tú has vivido”. Tal vez no se parezca mucho a lo que la sociedad de hoy entienda como éxito. Hoy, con las redes sociales proyectando la mejor imagen y siendo tan visuales. Claro que esto va, como apuntamos antes, de la escala de valores que cada persona haya establecido para sí misma. Al final, para cada ser humano el éxito puede significar una cosa diferente.

No debes tener hijos porque sea lo socialmente establecido. Igual prefieres tener la libertad de viajar, de atender tus inquietudes. Y no pasa nada. Hay gente que es madre o padre y luego son un desastre. Porque en el fondo no querían. O porque la responsabilidad que implica es superior. Si no estás dispuesta o dispuesto, no lo hagas. No pasa nada. Yo no soy padre, aunque tengo una perra. Está claro que no es lo mismo, pero es algo que también implica responsabilidad. Mafalda tiene casi 14 años y un lupus que la lleva al veterinario mucho más que a cualquier otro can sano. En lo que va de año pocas semanas no hemos pisado la clínica. Pero fue mi decisión ir con ella hasta el final. Adquirí ese compromiso con gusto. En ocasiones hay quien me dice que salga más de casa, que haga más planes. Pero, ¿y si yo prefiero estar con mi perra? ¿Está mal eso? El tiempo no vuelve y ella me ha demostrado amor todos los días. Soy feliz saliendo a cenar, por supuesto, aunque también quedándome a su lado. Es más, según cómo esté ella, puedo preferir claramente lo segundo.

No sé. Entiendo lo de tratar de aconsejar a las personas que nos importan, pero hay aristas que tal vez no controlemos. Yo tengo un piso que compré con veintipocos años. Sin embargo, entiendo que haya quien prefiera pagar alquiler y moverse cada vez que así lo sienta. Qué carajo, yo no quiero vivir en ese piso. No me arrepiento de haberlo comprado, pero en algunos momentos en los que económicamente iba un poco justo fue una carga. ¿Cómo no voy a entender la otra posición?

En fin, que me estoy enrollando y yo solo quería dejar una reflexión muy básica: la vida de cada persona es suya y sus anhelos también. Y, aunque pueda sorprenderte (porque piensas como Carlos el de la peli), pueden ser muy diferentes a los tuyos. Así que no presiones a ese amigo, a esa amiga, para que haga lo que crees que debe. Propón, claro que sí, pero ya. Porque sentir que debes hacer algo que no te apetece es molesto e incluso hay quien no lo soporta, cediendo para encajar y siendo infeliz a escondidas. Que esto también va de salud mental, por cierto.

Bueno, resumiendo, que recuerden lo de la naranja, ¿vale? Se los dejo por aquí abajo 😉

Y ya.

La película está bastante bien, por cierto…

Carta de una mascota que se va

¡Hola, colega! Si estás leyendo esto es que yo ya me he ido. Lo primero que quiero hacer es pedirte disculpas, porque sé que el vacío que dejo es enorme. Pero tú y yo sabíamos que esto iba a suceder. Es la vida. Y la naturaleza dicta que mi estancia aquí debe ser más corta que la tuya.

Yo tengo una teoría: creo que muchas de las especies que habitamos este planeta venimos aquí para dar amor. Aunque nosotros, los perros, somos expertos en eso, de modo que nos basta un periodo de tiempo menor que el vuestro. Sé que piensas que es una estafa, pero… ¿A que mirado de esta manera tiene sentido? Y haz memoria; ya has visto cómo otros de mi especie se apagan cuando son ellos quienes quedan huérfanos.

Por fortuna, los humanos tenéis la capacidad de aprender y mejorar. Así, amáis mejor con el paso de los años, vuestro afecto es más sano, más sincero, más puro. Y dejáis de ser egoístas (aunque hay excepciones, claro). Nosotros traemos todo eso de fábrica y desde el primer momento demostramos lo que llevamos dentro. Además, no cargamos con ese absurdo orgullo que hace que escondamos sentimientos y que ustedes tienen, estúpidamente, tan presente. ¿Sabes aquella amiga a la que siempre ladraba? ¿Qué puedo decir? No me caía bien. Yo no sé fingir…

Pero es justo por eso que sabes que mi amor hacia ti ha sido incondicional. Y es que lo nuestro resultó único. Tú puedes pensar que me elegiste, pero te voy a confesar algo: fui yo quien te eligió a ti. Miré en el fondo de tu corazón y decidí entregarte el mío. Sin importarme tu estatus, tu condición, tu posición. A mí me importaba tu mirada, que te mostraba sin adornos, sin artificios, simple, natural. Como no podía ser de otro modo, la honestidad sentó las bases de nuestra relación.

Betty

Quiero que comprendas que yo no he querido marcharme. ¿Dónde iba a estar yo mejor que a tu lado, jugando con una pelota, paseando contigo por el parque o simplemente durmiendo entre tus piernas mientras miras fijamente esa caja que emite destellos y sonidos? ¿Acaso crees que mis noches van a ser mejores que aquellas de las que disfrutaba cuando me subía a tu cama? Ni de broma. El tacto de tu piel sobre mi pelo es la sensación más bonita del mundo, del mismo modo que saber que estás sonriendo por mí le da sentido a mi existencia.

Sin embargo, es lo que hay y ahora a ti te toca seguir. Y tendrás que aprender a vivir con eso. Sé que querrías encontrarme esperándote en la puerta del baño, que echarás de menos que te dé la lata cuando no quieras perder tu concentración delante del ordenador y que no te acostumbrarás a mi ausencia en cada comida. Ya no voy a clavarte más mi súper mirada de pena ensayada tratando de que caiga algo de esas cosas tan ricas que tú te echas a la boca, ni me adivinarás al otro lado de la puerta al llegar a casa. Lo siento, de verdad.

¿Qué puedo decir? La vida sigue. Y la vida mola. Mi vida moló. Y fue gracias a ti. Es por eso que te pido que, cuando te sepas capaz, vayas a por otra u otro como yo. Y que le des todo ese cariño que te va a sobrar, que guardabas solo para mí. Puede que pienses que no volverás a sentir esa conexión, lo sé. Mira, no te mentiré (no sé hacerlo), posiblemente estés en lo cierto, pero es un favor que te pido por mi especie. Y te lo pido porque sé de lo que eres capaz. Hiciste de mi vida un viaje increíble. Ahora conoces el camino y es el momento de que lo recorras de nuevo en otra compañía. Ese perro o perra que venga va a alucinar, en serio. Y, como yo, te va a dar todo lo que tiene. Que no va a ser igual, es cierto. Pero será mucho. Piensa que es una manera de mantener nuestro recuerdo, de honrar nuestra relación. Y no te agobies, no va a ocupar mi espacio. Va a querer el suyo. Dáselo. Quizás un día, si el paraíso existe también para los humanos (de que todos los perros van al cielo no cabe la más mínima duda), podrás presentarnos y yo le diré que es cierto todo eso que le has explicado de mí.

Yuna

Una cosa más. No he muerto, ¿vale? Jamás moriré. Solo que ahora vivo en ti, estoy en ti. En cada paso que das, en cada bocanada de aire. Iré contigo porque me quedé a vivir para siempre dentro de tu corazón. No me preguntes cómo, pero he encontrado la manera (ya sabes, los perros hacemos cosas que no pueden explicarse). Y te ayudaré siempre, en todo. Te ayudaré a sonreír cuando tengas un mal día, porque volveré a tu mente como cuando te notaba mal de ánimos, cuando pensabas que el mundo era más fuerte que tú y te examinabas insignificante (menos mal que estaba yo ahí para recordarte que para mí tú eras el mundo, enorme como el mar que se perdía en el horizonte). Pero también te ayudaré en cosas más simples y placenteras, como en la educación de esa nueva mascota; que la experiencia es importante.

Es muy probable que me encuentres a menudo en tus sueños. No será cosa tuya. Seré yo, para que sepas que todo va genial, que te estoy esperando en un lugar maravilloso. Aquí somos un montón y no nos falta de nada. Bueno, nos faltan ustedes, pero ya llegaréis. Así que no tengas prisa, estaré bien. Vive y así tendrás muchas cosas que contarme, que me encanta cuando lo haces. Y sabes que te guardaré cada uno de tus secretos. Tú y yo, como siempre ha sido.

Por último, quisiera agradecerte cada cosa que hiciste por mí. Cada caricia, cada plato de comida, cada salida, cada conversación. Te agradezco hasta las vacunas que no quería ponerme, porque lo hacías para mejorar mi existencia, para que estuviese a tope de energía y con mis defensas listas. Insisto, mi vida ha sido absolutamente fantástica. Me he sentido el animal más especial del mundo. Y, si volviera a nacer, haría lo posible por volver a tu lado para no cambiar absolutamente nada. Lo perfecto no puede mejorarse.

Bueno, que me despido. Cuando quieras verme, hazlo. No tengas miedo. Ni tristeza. Regresa a esos momentos. Estaré moviendo mi cola y correré hacia ti para llenarte de lametones. Te voy a querer hasta el fin de los tiempos. Y sé que tú a mí también. Me lo demostraste cada día.

Me marcho en paz. Hasta que volvamos a encontrarnos.

Tu querida mascota.

IMG-20200620-WA0011

Mecanismos incorrectos

Hay personas que funcionan de otra manera, que son más complicadas. Les cuesta mucho decir según qué cosas. No todo el mundo lo entiende. Quizá porque en realidad es difícil de entender. Estas personas también vienen con sentimientos, aunque no lo parezca. Pero a veces, no son capaces de expresar lo que llevan dentro. Y en otras ocasiones, se lo guardan. Normalmente porque ya les han hecho daño antes. O porque creen que la respuesta que van a obtener de quien les interesa será un no.

Esta gente quiere avanzar, y no puede. Y se frustran. De modo que no hacen nada. Se quedan ahí, parados, en stand-by, creyendo erróneamente que el tiempo pondrá las cosas en su lugar… O a lo mejor creyendo acertadamente. Y es que igual lo pone en su lugar, solo que no es el que ellos creían que debía ser. Imagino que si no muestran interés de un modo más serio, si no son capaces de decir que sienten otro tipo de atracción, o si una vez dicho se impacientan, lo lógico sea que se vayan de vacío; habiendo perdido con ello un tiempo precioso.

Para estos sujetos fue una mierda en su día perder lo que tuvieron, y ahora es una mierda perder lo que ni siquiera han tenido. O lo que sí tienen pero no como aspiran a tenerlo. O lo que sin darse cuenta tal vez tienen solo que de una forma diferente.

Hay que hacer algo con ellos.

Por fortuna, la mayoría de estos individuos están rodeados de amigos que les demuestran amor. Y que independientemente de los “te o dije”, les tienden la mano y los levantan tantas veces como sea necesario. Resulta extraño como para esas amistades son tan fantásticos, cuando ni ellos mismos son muchas veces capaces de verlo.

¿Y sabéis qué pienso? Que aunque sea por esos que siempre empujan, esta gente tiene que convencerse de que no queda otra que seguir avanzando. Y modificar comportamientos. Ni unos ni otros merecen que no levanten la cabeza…

_20160623_232119

Para los wawers y mis hermanos de enfrente.

Aparco el blog por un tiempo. Tengo cosas que hacer.

¡Hasta la vista!

El sitio equivocado, el momento incorrecto

Siempre a la sombra. Cuesta un mundo cuando creas barreras. Levantas un muro para que no vuelvan a hacerte daño. Nunca más. Un pasado que decidiste dejar atrás. Para siempre. Ya no más caídas por querer, por arriesgar.

Mejor avanzar solo. Si acaso tontear; y dejar que se acerque gente que en realidad sabes que no te va a gustar más allá del corto plazo. Relaciones del momento sin momentos reservados en el futuro. Si te aproximas a alguien, es porque sabes que no será nada serio. Duermes en paz.

Pero todo llega. Un día sonríes con un pensamiento. Y luego un encuentro inevitable que se te va de las manos. O más bien del pecho; las manos no se mueven. Usas la boca, la lengua. El instrumento de la comunicación es el más poderoso, es lo que aborda el alma. Que ya el físico lo ve cualquiera.

Más tarde, ya a solas, los miedos. Brotando de nuevo.

A la mente lo que te ocurrió esa vez. Y también aquella otra cuando lo habías olvidado. Sí, te volvió a suceder en más ocasiones. Así que crea cierta distancia, te dices. Piensa coño: ¡mira cuántas cicatrices! No te expongas.

Muéstrate impasible, lo que empiezas a experimentar es un error. No se lo digas. No vuelvas a condenarte. Mantente firme. Que no sepa de tus sentimientos. No es eso lo que tenías planeado, sé consciente.

¡Pero mierda! Pese a que lo niegues, te gusta. Cuando compartes tanto tiempo… Es de verdad y no puedes esconderlo.

Ni esconderte.

Tarde o temprano, queda de manifiesto, las cartas sobre la mesa. Y ya no hay retorno. Sin excusas, vas de frente.

Y se lo cuentas:

“Esto es lo que hay y me gustaría saber si hay camino.

…Contigo”.

No sé si arriesgarse te hace débil… O un valiente, por ofrecer el corazón para que hagan y deshagan.

Sé que cuando la otra persona permanece impasible, duele. Que cuando no te tiene en cuenta, duele. Que cuando tus mariposas mudan obligadas en espejismo y la sonrisa que se adueñó entonces de tus labios va menguando, duele.

Que cuando te toca renunciar, duele.

Vuelves entonces a lamerte las heridas.

mat1_260

Aunque yo pregunto…

Si no se ha alegrado cuando se lo contaste, si no planteó un después, si la ventana se cerró de golpe… ¿Sigues creyendo que se trataba de la persona correcta?

En realidad no hay buenos y malos en estas historias.

Ella. O tú. Uno de los dos estaba en el sitio equivocado, o en el momento incorrecto.

Volver

A ratos sigo queriendo volver. Sobre todo por las noches, cuando lograba bajarme del mundo y no me apetecía irme a dormir.

Este blog cumple un año y tuvo un motivo de inicio…

Creo que la vida te pone delante a personas que solo estarán en la tuya durante un tiempo. El necesario. Para ti o para ellas. Es algo tan cíclico como natural. Llegan para sacudirte y limpiarte la cabeza, para que cambies tu perspectiva y te abras a nuevos horizontes. Avanzas de la mano y te sorprendes con todo aquello que desconocías. A veces es recíproco. Y en otras situaciones eres tú quien enseña. Solo que el conocimiento es limitado. De modo que un día alcanzas el umbral de la puerta de salida y termina la novedad. A partir de ahí no queda nada que mostrar. Entonces se plantean dos opciones: agarrarse y explorar lo que de repente se presenta extraño o soltarse para seguir caminando por separado.

Las amistades que se acaban, las relaciones que se cortan, el querer que no se da, la nostalgia de lo que jamás ocurrió, la incertidumbre.

Lo peor de esto es cuando una de las dos partes sabe que no hay más recorrido, o no quiere más recorrido, y la otra espera queriendo continuar. Lo peor para la última, digo.

Yo, en ocasiones…

Regreso al campo de fútbol y le digo a mi compañero que no volveremos a jugar juntos el próximo año, y solo porque debe saberlo. Acepto el abrazo sincero de una chica que me llena abril de estrellas antes de que continúe con su vida. Miro a los ojos de un camarada de instituto y me despido como debo hacerlo. Confieso a este ligue de verano que después de esta tarde ya no habrá más besos furtivos. Espero una conversación que nunca llega con mi mejor amigo porque creo que me la debe. Le confieso a la muchacha de la calle de al lado que me tuvo enamorado a mis 14, antes de que, con 23, esté abandonando el barrio. Guiño un ojo a mi abuelo a pesar de su chiste malo y le dedico una sonrisa. Le cuento a mi novia que lo sé todo, y que estoy harto de tragar y fingir, como hace ella; que mejor acabar. Busco un rato y enseño un truco al renacuajo que me idolatra en la cancha antes de marcharme a la playa con su hermano y resto de la tropa. Y mantengo la calma cuando aparece en mi vida aquello que no espero y me alegra las mañanas en la distancia en lugar de atropellarme y no reconocerme. 

Decisiones de punto y final o de punto y aparte. Decisiones que debí tomar o esperé que tomasen. En cualquier caso, actos que aclararían el panorama y restarían lastre a estos y otros recuerdos que vienen y van. Algunos con más asiduidad.

Dejar ir, que todo se difumine lentamente es de cobardes. Quisiera poder volver a tantas fechas y ser más transparente… Claro que dos personas no son solo una. Pero al menos haber hecho lo que sí dependía de mí.

¡Joder!

313.banqueta

Recuerdos que vienen y van. Que vienen, algunos con más asiduidad. Como el de este 20 de abril, o como el de hace justo un año…

 

“Aunque ya no,

yo sí.

Siempre.

Todavía”.

Mónica Carrillo.

No pasa nada, pero…

Hoy no voy a ser amable. No me apetece ser amable. No quiero ser amable. Estoy harto de ser amable. Y no procede ser amable…

Lo siento, pero no puedo más. Ya está bien de tanta mentira, de tanta palabrería, de tanta hipocresía… No, ya no me lo trago. Y supongo que cada vez somos más los que lo pensamos.

Hoy me dirijo a vosotras, chicas. A las que mentís. A las que os mentís. A vosotras. Porque me da que con los chicos hay poco que hacer.

Estoy enfadado. No puedo evitarlo.

Y es que habláis de una cosa y luego hacéis otra cuando os referís a esa persona que esperáis que llegue. Me aburrís. Porque cuando idealizáis a un chico no os dais cuenta de que no puede ser ese gilipollas del que acabáis enamoradas. Porque perdonad, la realidad es otra. Buscar los sábados a las 2 de la madrugada en una discoteca a tu príncipe azul no me parece lo más adecuado. Tampoco hacerlo en un gimnasio. ¿Qué puedo decir? Evidentemente yo no soy diferente. También salgo cuando puedo (y me apetece, que esa es otra) los sábados. Y voy al gimnasio siempre que el tiempo me lo permite. Pero no espero que allí esté la mujer de mi vida, sinceramente. Que puede estarlo, de acuerdo. Aunque las posibilidades son ínfimas, seamos claros. No, quizás el primer error sea el lugar.

Me cansa mucho escuchar aquello de “quiero que alguien me haga sentir especial”. Eso no es cierto; siendo objetivos la frase correcta sería “quiero que el chico que me gusta físicamente me piense especial”. O, en su defecto, “ojalá encuentre un chico con todos los atributos que me agradan y/o con los recursos necesarios que sea capaz de hacerme sentir especial”. Y ahí entramos en terreno discordante nuevamente. ¿Conocéis el motivo? Posiblemente os hagan sentir especiales por capacidad. Me explico. Yo me sentiría especial si me llevasen de viaje a París, o a Londres. Me sentiría especial si cada día pudiesen permitirse salir a cenar fuera, o asistir al teatro. Me sentiría especial conduciendo un coche de 60.000 euros. Me sentiría especial, claro que sí. Solo que no me sentiría especial por la persona, sino por lo que es capaz, con su poder adquisitivo o posición, de ofrecerme. Y después… ¿Qué? Tal vez a exista gente a la que les valga. Son justo esas personas que desde mi humilde punto de vista no valen. Igual soy un romántico que espera que exista una conexión que esté por encima de lo material, de lo posible. Quizás yo me equivoque tratando de buscar pureza. Puede ser.

Pero…

Os quejáis diciendo “no se me acerca el que yo quiero”, sin daros cuenta de que quien se acerca realmente os quiere. Sois un poco idiotas, he de decirlo. Y es que aquellos que hacen todo lo que en realidad deseáis pasan a ser vuestros amigos. Maldita “friendzone”. Estos chicos siempre están. Os atenderán a las 4 de la mañana si es necesario y os irán a buscar a la otra punta del mapa. Estos no tendrán jamás nada mejor que hacer, ni os pedirán que los llames más tarde. No. Estos además os darán su punto de vista más sincero en cualquier asunto que os preocupe pensando primero en ustedes. Y sobre todas las cosas, desearán vuestra felicidad. Esto es muy importante. Repito: desearán vuestra felicidad. Sin condiciones. No al lado suyo. No provocada por ellos. Desearán vuestra felicidad. Sin más.

Todo eso que queréis, ellos lo ofrecen. Aunque claro, ellos no son quienes queréis que lo hagan. Estúpida paradoja a la vista.

Así que la cuestión es que a estos últimos tendéis a ponérselo más difícil o directamente no darles oportunidad, incluso enfadándoos si se les ocurre sugerir un paso más. O los descartáis al primer error. Mientras que a los capullos ególatras les ofrecéis siempre otra oportunidad. Y si fallan, una más. Y si vuelven a fallar, pues otra. Descartáis a los que lo darían todo, mientras soportáis los desaires de quienes quieren todo (para ellos mismos).

¿Sabéis lo que pienso? Que mentís. Que os mentís. Si lo que buscáis es otra cosa, manifestadlo claramente y no pasa nada. Pero no digáis que esperáis algo que no es cierto. O posible donde queréis encontrarlo. Sed valientes. Que insisto, no pasa nada. Os ayudará mucho (y ayudará a los demás). No perdáis el tiempo. No hagáis que quien no os vale pierda el suyo. Y si perseguís popularidad, pues de acuerdo. Si anheláis posición, correcto. Si buscáis una figura pública, vale. Eso sí, sin mentiras.

clingy-woman

Sí, estoy enfadado hoy. Y no ha apetecido ser amable. Aunque os enojéis. Y es que yo solo pienso que deberíais dejaros querer por aquellos que os busquen por lo que sois. No por lo que son ellos mismos y representa vuestra compañía. Y que os respetéis. Esto es muy importante. Porque la mayoría valéis más que toda esa mierda

O eso creo yo.

Espero no estar equivocado al respecto.

Dilo a tiempo

Tengo una hermana y un puñado de hermanos. A dos de ellos me los regalaron mis padres después de haberme traído a mí antes al mundo. Supongo que conmigo practicaron para luego hacer mejor las cosas… Les salió bien; son dos tipos fantásticos. A los otros me los regaló la vida. A la mayoría de pequeño (algunos en el colegio, otros en el barrio); y luego hay dos con los que topé ya con cierta edad. A uno lo conocí en una página web caduca en la que disfruté como un enano muchos años atrás, y desde el primer momento fue como verme reflejado, solo que con otro acento. El mismo que comparte con mi hermana. De ella supe en la universidad y me costó muy poquito quererla. Fue quien inspiró este post…

Con mi hermana hablo de cuando en cuando. No soy muy amante de las llamadas, pero necesito escuchar a algunas personas cada cierto tiempo. Con ella me pasa una cosa: suelo mostrarle mi cariño muy a menudo y jamás nos enfadamos, a pesar de que muchas veces no entendamos algunas decisiones del otro. Más ella las mías, he de confesar; y es que soy un desastre, aunque eso ahora no viene a cuento. La cuestión es que siempre que nos comunicamos trato de que no se me quede nada que decirle con respecto a nuestra relación.

¿Y sabéis? Tal vez eso sea algo que debiéramos hacer con cada una de las personas que forman parte de nuestra vida.

Porque nunca se sabe. Un día, por lo que sea, no estás. O no está alguien. No me estoy poniendo en lo peor, que también. Hablo de cualquier circunstancia que haga perder la conexión. Imaginad. Nosotros con cosas en el tintero. Sin decir, sin hablar, sin soltar… Recrea en tu mente la imagen de ti mismo en ese instante en el que te das cuenta de que ya no vas a volver a conversar con esa determinada persona. Añádele la pregunta que siempre quisiste hacerle pero que posponías en el tiempo y de buenas a primeras ya no tendrá respuesta. O súmale lo que pensabas contarle cuando llegase el momento adecuado.

Momento adecuado… (¿?)

Vale, sal de esa situación. Que es una mierda no es agradable.

No sé ustedes; yo a veces, cuando me bajo del mundo y me quedo a solas conmigo, recreo escenas en las que tengo charlas con mucha gente. Que luego no se dan. Y pienso que no tendría que ser así. Ya que si llega el día en el que vas a tener que callar todo aquello que antes no dijiste, el desasosiego puede acompañarte siempre que ese alguien regrese a tu mente. Definitivamente no me parece una buena idea.

Porque un día no está. O no estás.

¿Y entonces?

Entonces nada. Salvo las dudas, los silencios, la ausencia…

Nada, salvo cosas negativas.

¿Me vais pillando? Sí, de eso se trata; hay que decir las cosas. Y si es el caso de una persona que merece la pena o quieres, decirlas bien. A pesar de que no sea agradable, de que no exista acuerdo si llegáis a discutir. A pesar de todo… Cuando vayas a dormir, ve en calma. Hoy comprendo que es casi vital no irte a la cama enfadado con quien te importa. Enfadado tú, o enfadada la otra parte. Yo he permitido que me ocurriese alguna vez; la última no hace mucho. Un error, esas semanas aún me pesan. Me duelen. Crean distancia… No, cuando llegues al catre, hazlo en paz. Que no se te haya quedado nada.

Y si significa algo, díselo. Si algo te molestó, díselo. Si tienes un plan, díselo. Si te cae bien, díselo. Lo que sea, díselo.

Sé que no suena muy positivo.

0140

Mirad… Ojalá todos estemos aquí mucho tiempo. El suficiente para que no se nos quede nada por decir, el suficiente para charlar de todo lo que algún día tendremos que contarnos. De lo que te apetece decirle a tu familia, a tus amigos, a esa persona que te enamora o a cualquier otra que estés deseando conocer.

Ojalá. En serio. Ojalá.

Pero el tiempo, y sobre todo la vida, no hacen pactos. No te dan oportunidades extras. No puedes echar otra moneda y seguir la partida.

Por eso yo te planteo… ¿Piensas irte hoy a planchar la oreja así?

Reflexiona antes.

Siempre te estoy diciendo que te quiero

“Dime que me quieres”. Hace años tuve una novia que me pedía constantemente que le enunciara esa frase. Me lo preguntaba una y otra vez. “¿Me quieres?” “¿Me quieres?” “¿Me quieres?” Continuamente. Yo le respondía que sí, pero su contraataque llegaba veloz. “Nunca me lo dices”. “Siempre te lo tengo que demandar”

Creo que no se enteraba de nada.

Ella era insistente. Sus te quiero me taladraban masivamente. Como si necesitase reivindicarse. Martilleo incesante. Me lo decía al despertar, mientras desayunábamos; antes de irnos al trabajo, en las tardes de películas, cuando íbamos a acostarnos… Lo recalcaba en todo momento, legitimando su sentimiento, aunque también advirtiendo. Dejando constancia. Como para que no se me olvidase. Yo eso ya lo tenía presente, sin necesidad de que me lo repitiese. Es más, nunca me hicieron falta esas palabras. Es algo que se sabe. Del mismo modo que uno entiende cuando esa misma frase deja de tener validez pese a seguir escuchándola. Cuando deja de ser de verdad. Se siente.

Yo, por el contrario, apenas se lo decía.

O en realidad sí (al menos mientras existió el sentimiento) Pero se lo decía diferente…

No obstante insisto, creo que ella no se enteraba de nada. 

Era su caso. El de esa persona. No debería tener mayor trascendencia, puesto que únicamente afecta a sus relaciones. Solo que pienso que hablamos de un asunto universal. De algo que le ocurre a mucha gente. Resulta que lo he visto más veces. Le pasa a todos esos individuos que no son conscientes.

Y es que del mismo modo que el amor no es echar polvos, sino otra cosa, hay que escuchar cuando te dicen te quiero de otras maneras. Se trata de estar atenta o atento. De entender pequeños detalles que marcan la diferencia. Porque igual que amar, por ejemplo, es decidir estar siempre sin que nadie te lo imponga o te lo pida, un te quiero es algo que se puede manifestar de diferente modos.

¿Te has parado a pensarlo? ¿Has querido entenderlos?

¿No se te ha ocurrido prestar más atención cuando alguien te dice que le avises al llegar a casa? ¿Por qué motivo querrá saber que llegaste bien? Igual te quiere. ¿Y esas mañanas en las que abres el ojo y ves un mensaje de buenos días en la pantalla de tu móvil? Resulta que se están acordando de ti. Y no, no se hace con cualquiera. Pese a que tú, yo o quien sea nos cubramos las espaldas diciendo que es normal. Imaginad que fuésemos a darles las buenas noches a todas y cada una de las personas que figuran en nuestra agenda o lista de amistades en Facebook…

No, no es eso. Pero tienes que estar alerta.

Un te quiero es ten cuidado con el coche, no cojas el teléfono mientras conduces.

Un te quiero es cuando te compran ese helado que te gusta.

Un te quiero es contar los planes, o las dudas, o las ilusiones a otra persona.

Un te quiero es cuando te desean suerte para un examen, o en una entrevista de trabajo. Es cuéntame al salir.

Un te quiero es que te hagan compañía cuando debes ir a ese sitio que no te agrada.

Un te quiero es estar en un lugar y querer sacar una foto para enviarla.

Un te quiero es un me gustaría que estuvieses aquí y pudieras contemplar esto.

Un te quiero es un te llevarías bien con este amigo mío o te reirías mucho con mi madre.

Un te quiero es un estaría encantado de cocinar para ti en alguna ocasión.

Un te quiero es frustración por no poder aliviar un dolor.

Un te quiero es un libro, una película, una canción que te digan que debes leer, ver u oír.

Un te quiero es cuando te hace partcipe de su jornada, ya sea de manera presencial o no.

Un te quiero es una botella de vino, un perro, un color, un amanecer, una ocasión especial… Todo lo que comparten contigo cuando no tienen por qué.

Un te quiero es una llamada inesperada, un mensaje a altas horas de la madrugada, un detalle que aguarda la ocasión adecuada para ser entregado.

Un te quiero es hablar hasta que uno de los dos se quede dormido.

Un te quiero es que deseen que formes parte de sus planes.

Un te quiero es cuando te miran a los ojos y no a otra parte.

Un te quiero es inspiración…

Un te quiero es un yo siempre estoy, a cualquier hora.

¿Escuchas de verdad cuando te dicen te quiero? ¿En serio? Yo no estaría tan seguro.

experimento-Mirar-desconocido-ojos

Y quiero creer que a mí me lo han dicho, aunque no me haya dado cuenta. Y quiero creer que se han dado cuenta, cuando he sido yo quien lo ha dicho.

Yo quiero creer que todos decimos, y nos dicen te quiero. Más veces de las que pensamos.

Quiero creer que sabemos escuchar.

 

PD: este texto está incluido (ligeramente modificado) en el libro «Cartas a Destiempo». Disponible, aquí: https://www.amazon.es/Cartas-destiempo-Jacobo-Correa/dp/8491601228