El Efecto Miguel Ángel

Tras animarme a escribir, me senté con la idea de añadir aquí la típica introducción que precede a lo serio de la entrada de turno, pero después de varios intentos he entendido que posiblemente sobre. La idea era reflexionar acerca de lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas y, a partir de ahí, llevar el texto al lugar donde cobra sentido. Porque lo que quiero contar tiene que ver con nuestro tiempo, con cómo lo empleamos y con quién lo compartimos. Supongo que a medida que cumplimos años vemos las cosas de otro modo. O a medida que adquirimos experiencia. O mejor, cuando aprovechamos esa experiencia y aprendemos de ella. Porque los años son sólo eso, un número, y nuestro grado de madurez no nos llega a todos y todas por igual. Como tampoco sabe cualquier persona cómo adaptarse a los tiempos o es capaz de mantener el entusiasmo por según qué cuestiones de la misma manera que podía un lustro atrás. O una década atrás.

Joder, menos mal que no iba a haber intro… Lo mejor es que me he desviado un poco ¯⁠\⁠⁠(⁠ツ⁠)⁠⁠/⁠¯

Hace pocos días, uno de mis hermanos compartió en sus historias de Instagram un post sobre cómo había evolucionado el empleo de nuestro tiempo a medida que avanzamos como sociedad. No voy a liarme con el proceso; únicamente voy a señalar que hoy en día más del sesenta por ciento de nuestra jornada estamos online. Esto quiere decir que el espacio reservado a otros asuntos ha sufrido una merma considerable. Entre ellos, los ratos que pasamos con otras personas, lo cual considero negativo.

Y para enfrentar eso hay dos caminos. El primero es el más obvio: pasar un poco más de la tecnología y hacer otro tipo de vida. Sin embargo, esto no depende exclusivamente de la persona que elija ese cambio, a no ser que te guste estar solo o sola (ojo ahí, que los momentos de soledad son necesarios, pero no hablamos de eso). La otra alternativa pasa por compartir.

Compartir tiempo…

No sé a ustedes. A mí me sucede que no me gusta compartir con cualquiera. Porque hablamos de tiempo. Nada más valioso, creo yo. Cuando una persona te dedica su tiempo o tú le entregas el tuyo, se trata de lo más preciado de lo que dispone o dispones. Lo demás es material, pero el tiempo no. Es algo superior. Y no sé, pero ya que no nos sobra, diría que lo ideal sería darle el valor correcto.

Recientemente descubrí por causalidad (me llegó como sugerencia a una de mis redes sociales) un fenómeno psicológico llamado Efecto Miguel Ángel. Yo lo veo más como una idea. Digamos que describe una situación en una relación donde cada persona ve lo mejor de la otra y trata de ayudarla a sacarlo, a mostrarlo. Si existe reciprocidad, la suma de las partes confluye para mejorar cada una por separado. La teoría continúa explicando los beneficios de una relación de pareja basada en esta premisa y vertiendo claves para reforzar el planteamiento, aunque yo quiero quedarme hoy con algo en concreto que se puede extraer de ahí, pero que no es el todo de este movimiento. Se trata la importancia de una premisa clave: buscar a personas que crean en ti, que saquen lo mejor de ti. Sea una amistad o alguien que te guste. Vale para todo. Incluso para una amistad que te guste cada vez más (lo bonitas que se vuelven algunas personas a medida que las conoces mejor, ¿verdad?).

Pienso que no nos encontramos con demasiadas personas así en la vida. De hecho, me da que no nos las encontraríamos si las buscásemos. Mi creencia es que simplemente aparecen. El día menos pensado. En el lugar más inesperado. Por eso no las detectamos. Porque no están en nuestro pensamiento, en nuestra lógica, en nuestros planes. Simplemente un día te cruzas con ella, te mira, te habla, te acompaña, te alivia… Te gana.  

La cuestión es que en nuestra vida siempre vamos a tener una red de apoyo, eso está claro. Nuestra familia y/o nuestras amistades de siempre. Van a estar ahí, seguro. Para lo que necesitemos, siempre y cuando puedan dárnoslo. Pero hay algunos trenes que pasan únicamente de cuando en cuando. Que tienen esas cosas que nadie más nos puede entregar. Estrellas que parecen fugaces. Y que pueden incluso descolocarnos… Pues son justo esas las que no deberíamos dejar que se nos escapen. Y es que a veces las perdemos por permanecer en satélites varados que tan solo aceptamos. Habitualmente por la seguridad de los lugares comunes, conocidos. Y no… Todo eso del Efecto Miguel Ángel no se va a dar ahí. Sino en el abrigo de esa(s) persona(s) diferente(s). La(s) que quiere(n) sacar lo mejor de ti y de la(s) que tú también sacas lo mejor.

Deja un comentario