El éxito y la naranja

En la película ‘7 años’, cuatro socios de una empresa tecnológica han de tomar una decisión compleja. Han sido pillados evadiendo impuestos y alguien tiene que pagar. Pagar en este caso significa declararse culpable e ir a la cárcel, liberando al resto. Para tal cometido, deciden contratar a un mediador para que les ayude. Sin embargo, uno de los socios no cree que sea la mejor opción. Entonces, para hacerle ver que la mediación es una buena idea, el mediador le pone como ejemplo una naranja que dos personas desean, cuestionándole cómo podría contentar a las dos partes. La respuesta que da el interrogado es la que seguramente daría cualquiera: partirla por la mitad y repartirla. Sin embargo, como dice el mediador, ahí las dos personas involucradas saldrían perdiendo, porque ambas quieren una naranja, no media. La siguiente sugerencia es darle a una la naranja y prometerle a la otra la siguiente naranja, pero nuevamente existe una fisura: “la promesa de una naranja no es lo mismo que una naranja, como no es lo mismo casarse que prometer que te vas a casar”, explica de nuevo el mediador, quien invita al resto a aportar ideas que puedan dar con la solución. Así, otro de los socios propone dar la naranja a una parte y hacer un regalo a la otra. Pero claro, haciendo esto volverían a sentirse perjudicadas. Una porque la naranja es tan buena que la han tenido que comprar con un regalo y la otra porque el regalo sería desmedido (en el film se plantea un reloj de lujo) en comparación a su naranja. Cuando la rendición es generalizada, el mediador explica que la solución pasaría por preguntar a ambas partes para qué quieren la naranja y así averiguar que una quiere la cáscara para hacer tarta y la otra la pulpa para hacer zumo. Tras escucharlo, uno de los socios se ríe y le dice que no, que en realidad todo el mundo querría la pulpa para hacer zumo, porque, según sus palabras, “todos queremos lo mismo, lo que ocurre es que unas personas lo consiguen y otras no”. Y justo entonces llega el mejor momento. El mediador lo mira y le dice: “Tienes razón, Carlos. En esta vida todos queremos lo mismo”. Y señalando al resto de participantes en la reunión, prosigue: “tú quieres lo mismo que él, quieres lo mismo que ella y quieres exactamente lo mismo que yo”.

A mí la escena me parece brillante y siempre he pensado que es un gran ejemplo de vida. Algo a aplicar en nuestro día a día y que tiene mucho que ver con el respeto hacia las decisiones de otras personas. Supongo que a todas y a todos nos ha pasado: familiares o amistades que nos incitan a tomar uno u otro camino. «Estudia esto porque ganarás más dinero». «Sal esta noche, que igual conoces a alguien». «Cómprate una casa». «Ten un hijo». Y mil ejemplos más. La realidad es que no creo que estas personas quieran presionarte, todo lo contrario; estoy seguro de que desean lo mejor para ti. Sin embargo, se basan en su escala de valores, no en la tuya. Y esa es la clave.

Yo he tardado en encontrar un trabajo en el que me sienta realizado. Mis salarios anteriormente fueron superiores (hubo alguno inferior también) haciendo otras cosas, pero no creo que haya sido igual de feliz, haya tenido la misma motivación a la hora de desempeñar mis funciones ni me haya sentido tan realizado y en paz. Claro que el dinero es importante, aunque en su justa medida. Si tengo mis necesidades bien cubiertas y me puedo permitir algún capricho de cuando en cuando… ¿Para qué más? Vale, puede que a los ojos de determinada gente esto no puede parecer exitoso. Sin embargo, mi concepto de éxito posiblemente sea diferente al suyo.

Cuando pienso en el éxito siempre me viene a la mente Ralph Waldo Emerson, para quien era, en sus propias palabras, “ganarse el respeto de las personas inteligentes y el cariño de los niños. Apreciar la belleza de la naturaleza y de todo lo que nos rodea. Buscar y fomentar lo mejor de los demás. Dar el regalo de ti mismo a otros sin pedir nada a cambio, porque es dando como recibimos. Haber cumplido una tarea, como salvar un alma perdida, curar a un niño enfermo, escribir un libro o arriesgar tu vida por un amigo. Haber celebrado y reído con entusiasmo y alegría, y cantado con exaltación. Tener esperanza incluso en tiempos de desesperación, porque mientras hay esperanza hay vida. Amar y ser amado. Ser entendido y entender. Saber que alguien ha sido un poco más feliz porque tú has vivido”. Tal vez no se parezca mucho a lo que la sociedad de hoy entienda como éxito. Hoy, con las redes sociales proyectando la mejor imagen y siendo tan visuales. Claro que esto va, como apuntamos antes, de la escala de valores que cada persona haya establecido para sí misma. Al final, para cada ser humano el éxito puede significar una cosa diferente.

No debes tener hijos porque sea lo socialmente establecido. Igual prefieres tener la libertad de viajar, de atender tus inquietudes. Y no pasa nada. Hay gente que es madre o padre y luego son un desastre. Porque en el fondo no querían. O porque la responsabilidad que implica es superior. Si no estás dispuesta o dispuesto, no lo hagas. No pasa nada. Yo no soy padre, aunque tengo una perra. Está claro que no es lo mismo, pero es algo que también implica responsabilidad. Mafalda tiene casi 14 años y un lupus que la lleva al veterinario mucho más que a cualquier otro can sano. En lo que va de año pocas semanas no hemos pisado la clínica. Pero fue mi decisión ir con ella hasta el final. Adquirí ese compromiso con gusto. En ocasiones hay quien me dice que salga más de casa, que haga más planes. Pero, ¿y si yo prefiero estar con mi perra? ¿Está mal eso? El tiempo no vuelve y ella me ha demostrado amor todos los días. Soy feliz saliendo a cenar, por supuesto, aunque también quedándome a su lado. Es más, según cómo esté ella, puedo preferir claramente lo segundo.

No sé. Entiendo lo de tratar de aconsejar a las personas que nos importan, pero hay aristas que tal vez no controlemos. Yo tengo un piso que compré con veintipocos años. Sin embargo, entiendo que haya quien prefiera pagar alquiler y moverse cada vez que así lo sienta. Qué carajo, yo no quiero vivir en ese piso. No me arrepiento de haberlo comprado, pero en algunos momentos en los que económicamente iba un poco justo fue una carga. ¿Cómo no voy a entender la otra posición?

En fin, que me estoy enrollando y yo solo quería dejar una reflexión muy básica: la vida de cada persona es suya y sus anhelos también. Y, aunque pueda sorprenderte (porque piensas como Carlos el de la peli), pueden ser muy diferentes a los tuyos. Así que no presiones a ese amigo, a esa amiga, para que haga lo que crees que debe. Propón, claro que sí, pero ya. Porque sentir que debes hacer algo que no te apetece es molesto e incluso hay quien no lo soporta, cediendo para encajar y siendo infeliz a escondidas. Que esto también va de salud mental, por cierto.

Bueno, resumiendo, que recuerden lo de la naranja, ¿vale? Se los dejo por aquí abajo 😉

Y ya.

La película está bastante bien, por cierto…

Instrospección

Es martes. Bastante tarde. Casi miércoles. Y me ha apetecido darle a las teclas. Ayer un amigo pasó un texto, por un grupo de whatsapp, que alguien había escrito el día en el que cumplía 39 años. Me vi reflejado de inmediato. Una niña había llamado ‘señor’ al autor y ello provocó en él una profunda reflexión sobre el tiempo que llevaba en este mundo y el que le quedaba por delante. Acto seguido, justo tras hacer esa valoración, enumeraba en ese escrito una lista de 21 cosas que hace 10 años no sabía. Debo admitir que el repertorio es maravilloso. Al completo. En mi caso, algunos de esos puntos han provocado que le dé al coco. Irremediablemente. Quizá porque voy madurando y, con ello, entendiendo. Ojo, madurar no es añadir otro dígito a la cuenta en cada aniversario, como tampoco es ser adulto. Creo que pese a la edad, nunca nos vemos mayores (aunque reconozcamos costumbres de, según nuestra perspectiva, gente mayor). Desde mi punto de vista, madurar es saber valorar más determinadas cosas o cambiar procedimientos buscando propósitos concretos. Uno de ellos podría ser actuar diferente para, de este modo, ser mejores; buena gente, vamos. Porque queremos que nos piensen así. Pero, aunque a veces lo creamos, en ocasiones no lo somos tanto. Principalmente porque el ser humano es egoísta por naturaleza. Consciente o inconscientemente, no deja de ser una realidad, nos guste más o menos.

Cuidado. Que yo no digo que esté mal pensar en primera persona. Incluso añado: el auto respeto es igual de importante que el respeto por el otro. Por tanto, considero obligatorio buscar nuestra propia felicidad. Hace años, cuando yo no lo tenía tan claro, una amiga me envió una postal con la siguiente frase: “La relación más importante y significativa de la vida es la que tenemos con nosotros mismos”. Aún la conservo. De hecho, acabo de cogerla para releerla. La tengo siempre a mano porque para mí tiene un valor sentimental inexplicable. Por el momento en el que me llegó (que no era bueno), por quién me la envió, y porque desde entonces esa amistad no ha hecho más que crecer. Y esto me da pie para exponer los pensamientos que brotaron a partir de lo que leí, ya que tienen que ver con el significado e importancia de la amistad.

Respeta a tus amigos. Y trátalos bien. Decía el listado que contestemos cuando nuestros amigos nos llamen o escriban, y que no le echemos cebolla a la tortilla si sabemos que no les gusta. Me hizo gracia ese punto. Los pequeños detalles son la clave. ¿Sabéis? Igual hay cosas que nosotros intuimos triviales, pero que no lo son para ellos. Procede pues hacer un ejercicio de empatía; ponernos en su lugar y darles el valor que tienen. Sobre todo, no debemos dejarles llevar solos el peso de la amistad. Que en ocasiones nos abandonamos, y si ellos no nos envían un mensaje, ni nos acordamos. Y encima hay momentos en que somos capaces de no responder. A mí me ha pasado, lo he hecho, bien lo saben quiénes me rodean. Porque soy un despistado, aunque no sea justificación. No sé ni cuántas veces me he avergonzado tras encontrar una conversación en el móvil que dejé para luego. Y luego’ no llegó hasta tarde. ¿Qué nos pasa? No es tan difícil escribir un “después te respondo” o dedicar un par de minutos a esa persona que se acordó de nosotros.

¿Os cuento un secreto? Todos la jodemos. Y este es otro aspecto a tener en cuenta. Las decepciones forman parte de la vida. Lo que ocurre es que solo nos decepcionan las personas que nos importan, precisamente porque son ellas las que significan algo para nosotros. La decepción trae enfados. Y si es constante, indiferencia. Personalmente prefiero, de personas a las que quiero, lo primero a lo segundo. Que un enfado es de arreglo más sencillo. Oye, que tampoco es hacer un drama con las decepciones en general, se trata de la magnitud de las mismas: somos humanos, no siempre nos van a gustar las decisiones o actitudes de otros, ni a ellos las nuestras. A veces, incluso, decepcionamos sin querer, sin voluntad de hacerlo. Sin embargo, hay acciones reconocibles que sabemos que no van a gustar. Esas son las que podemos solucionar. ¡Yo qué sé! Si le hemos fallado a alguien, mejor intentar no volver a hacerlo, Y tampoco está de más pedir disculpas. Eso sí, si vas a excusarte con algo, que sea creíble. Se trata de mostrar respeto.

Volviendo a las llamadas y mensajes. A mí me pasa que soy muy malo por teléfono. Cuando digo malo me refiero a que a veces puedo parecer seco (y eso que he dejado de poner el punto al final de la frase en los mensajes…) No, en serio. Me ocurre. Me lo han explicado más de una vez. De modo que por eso me gusta, siempre que puedo, quedar en persona. Si hay algo bonito que entregar a los amigos es tiempo. Ni regalos, ni leches. Tiempo. Y que no se nos olvide, el tiempo de cualquiera de ellos vale exactamente lo mismo que el nuestro. No los pongas como segunda opción. Alguien una vez me dijo: «si un día no puedes quedar, no lo hagas». En aquella época yo quería estar en todas partes a la vez. Eso no funciona. Si crees que no vas a poder, no des largas. Sé claro. Queriendo quedar bien, en ocasiones quedamos mal. Que todos tenemos prioridades o días tontos en los que nos apetece no salir de casa y ver una peli. Pero oye, si te has comprometido, intenta cumplir. Que lo contrario jode mucho.

Y para finalizar, cambio de tercio. Uno de esos 21 puntos comentados al principio hacía referencia a plantearnos qué somos o cómo nos ven. Yo quiero apuntar que somos un poco gilipollas si pensamos que nos define aquello que creemos que somos. O lo que mostramos en redes sociales. No somos nada de eso. Igual que no somos nuestra profesión, ni nuestro dinero, ni nuestra vestimenta, ni nuestra casa o coche. No somos lo que podemos permitirnos. Y en mi caso, tampoco lo que pueda escribir aquí. Únicamente somos lo que hacemos. Nos definen nuestros actos. Ni más, ni menos. Intentar ser mejor sencillamente es tratar de ser bueno. Si todos pensamos en ello, sabemos cómo. Claro que hay que desearlo de verdad. Y llevarlo a la práctica. Como todo, es una rutina. Igual que salir a correr, ir al gimnasio o habituarse a unos horarios. Pongo ejemplos que nos ayudan lucir (por fuera). Pero lo de dentro se cultiva igual, con interés.

Bueno, no sé por qué hoy me dio el punto. Y no sé si esto es un escrito para los demás o una declaración de intenciones. Porque yo tampoco soy el paradigma de lo que he expuesto. Se me escapan muchas cosas. Eso sí, quiero intentar serlo. O, al menos, acercarme a serlo. Estaría bien.

Bonus: mientras redactaba este post una canción no dejaba de sonar en mi cabeza…

Al revés no es lo mismo

Habría que plantearlo al revés. A la hora de encontrar a alguien, digo. Al revés. Deberíamos dejar de pensar tanto en nosotros para pensar un poco más en nosotros. Suena a contradicción, lo sé. Pero tal vez no sea una locura. Y es que somos unos cobardes. Porque siempre estamos pensando en “ojalá no me equivoque con esta persona”. Jamás en “espero que esta persona no se equivoque conmigo”.

¿A que no es lo mismo?

El «no quiero equivocarme con ella o con él» ya implica una merma de nuestra pureza. Vamos con el freno de mano echado, por si acaso. Estamos esperando el fallo que nos diga que no es la persona adecuada. Funcionamos así. El no quiero equivocarme ya deja la puerta abierta a que exista el error. No creo que sea la mejor manera de ser libres. Con la mosca detrás de la oreja no se es libre. Pendientes de si no es, proponemos que no lo sea. Y nos descuidamos.

Pero el «espero que no se equivoquen conmigo» conlleva compromiso. Proclama que debes ser la mejor versión de ti mismo. Plántate, joder. Mira a esa otra persona y rétate. «Voy a ser lo mejor que haya encontrado, voy a merecer mucho la pena alegría». Sin ataduras, sin peso en los bolsillos. Enfrentando con nuestra mejor cara, siendo la propuesta interesante que buscan.

risas

Dejar de pensar en nosotros para pensar un poco más en nosotros.

Seremos nosotros los que saldremos ganando.

Pensadlo.

No es una locura.

Es un sí, pero no

Imaginad que conocéis a alguien a distancia. Por teléfono, por ejemplo. Una conversación que nunca debió darse pero que ha llegado. Pierdes tu móvil y llaman a tu casa para avisar de que lo han encontrado, te telefonean para devolverlo. Luego, por lo que sea, comenzáis a hablar banalidades y os reís. Resulta que no es posible veros hasta dentro de unos días y que repetís llamadas en los días posteriores. Y que os gusta esa persona. Os atrae. Existe magnetismo. Dice todas esas cosas que piensas y sabe cómo dar con la tecla si entre broma y broma le comentas algo personal que en ese momento te preocupa. No imaginéis tanto. Seguro que os suena aunque sea de otra manera. Las redes sociales ahora mismo son capaces de conectar a desconocidos que en la vida real jamás hubiéramos imaginado encontrar. Y seguro que habéis vivido algo parecido a lo que describo en alguna ocasión. Claro que sí, nos ha pasado a todos…

Pero un día llega el momento. De la entrega del teléfono en el caso que puse como ejemplo o del encuentro inevitable que se acaba dando con quien conociste. Pero no es lo que esperabas. Una pena. Ella es demasiado bajita, o le sobran unos kilos. A él le falta pelo en la cabeza, o lleva unas gafas enormes que no esconden su falta de vista. Ella resulta que tiene un tono de voz más grave de lo esperado. Él no gana demasiada plata o directamente no tiene trabajo. Ella hace ruido masticando. Él cojea. Ella calza un número de zapato muy grande. Él no ha terminado sus estudios. Ella no puede disimular una cicatriz en la ceja. Él fuma.

Pero no hace falta que ocurra todo eso. Con un solo caso, a veces basta.

¿Qué dirán mis amigas de un chico que ha tenido que volver a casa de sus padres? ¿Qué pensarán mis colegas de una muchacha que tiene estrabismo? ¿Cómo se va a tomar mi madre que él no comparta las creencias en las que me educaron? ¿Entenderá mi padre que ella trabaje en una discoteca?

Basta para poner pegas. Basta.

Putas preguntas de mierda de un mundo hipócrita que habitamos. Mundo hipócrita, habitado por hipócritas.

Estamos tan mal educados…

Y encima nos enfadamos con nosotros mismos. Porque no entendemos cómo nos podemos llegar a sentir atraídos por una persona que no encaja en nuestro círculo, por alguien que aun poniendo patas arriba nuestra vida no era lo que teníamos pensado.

Nos enfadamos y la jodemos.

La jodemos porque así es como perdemos.

Mierda de contradicciones debidas al peso de lo que estipula la comunidad, con sus cánones de belleza, sus varas de medir y su formal corrección. Mierda de cerebro que no nos deja hacer lo que el corazón nos pide. Ser libres para intentar ser felices. Mierda de sociedad que nos quiere perfectos. También en las apariencias.

Deberíamos ser todos ciegos por momentos, joder. Para así dejarnos de estupideces. Deberíamos además, ser sordos a ratos. Para que no nos afecte el qué dirán.

Bueno, no. En realidad deberíamos simplemente ser conscientes. Y justos. Sobre todo con nosotros mismos. Para que no influya el dinero, ni los estereotipos, ni lo que venga de afuera. Debería solo importarnos lo que sentimos. Y que pese más el que alguien te haga reír, te escuche, te entienda…

222264_2080553012636_1209365338_32609396_6969984_n_large

Debería importarnos lo que solo va a afectarnos a nosotros mismos. Que nadie va a vivir nuestras vidas. Que ya tienen las suyas.

Hablar sintiendo

Yo casi nunca digo “te quiero”. Y es que se trata de algo muy delicado. Si se expresa, debe sentirse. Jamás entenderé los “te amo” que maduran en apenas una semana. Sí los “me gustas”, sí los “me molas”, sí los “quiero verte otra vez”.

Y luego a crecer si procede.

Pero no, solo ponía un ejemplo. Esta vez va sobre palabras. Aquellas que decimos. Por qué las decimos. Si hacemos bien diciéndolas sin estar seguros de que así lo percibimos.

Y es que es muy fácil hablar. Más a día de hoy. Se habla por hablar, no por sentir. Ahí está el problema. Se afirman muchas cosas sin pensarlas, sin buscar la profundidad que quizás nuestros enunciados requieren. Es como aquel “ya nos llamamos” que nunca llega. Pero más grave.

Yo tengo mi opinión y mi proceder. No puedo comprometerme si no estoy dispuesto. Pero con cualquier causa. Un trabajo, un fin, una relación…

¿Sabéis esas amistades que siempre están pero que luego no están? Es que yo no quiero ser algo así. De modo que estoy o no estoy. Si alguien me importa se lo haré saber. Y si se lo hago saber iré hasta el final. No hay condiciones, no hay tratos. En todo caso uno conmigo mismo. He descubierto muchas veces a personas que están cuando les llegan mal dadas desaparecer en tiempos de bonanza. He visto a gente extender su brazo y sacar del pozo a otro individuo y este último llenar el aire de promesas vacías y evaporarse si la situación se daba a la inversa.

Puede que no entiendan de empatía. No lo sé.

No puedo castigar a alguien porque no actúe de la manera que espero. No si significa algo. Intento comprender. Puede que tenga sus motivos. Desaparecer es para quienes se ganan la vida con trucos de magia. En la vida real toca estar, aunque el impacto visual sea menor. Y conversar para solucionar, para interpretar.

No entiendo de conversaciones que se diluyen…

Decimos las cosas para quedar bien, admitámoslo. Si nos conviene reímos las gracias del jefe; si acercándonos a determinado grupo llegamos a un tipo o una tipa que nos atrae o interesa (ya sea por su posición o capacidad), lo hacemos; y si tenemos que vendernos inventando sobre nuestros gustos debido a que son aquellos de quien perseguimos, no se nos cae la cara de vergüenza al hacerlo. Por momentos somos una patraña.

Y es que luego nos cuesta un abrazo de verdad, una conversación a pecho descubierto o una cena sin filtros. Nos supone un mundo adentrarnos en el lenguaje, en un diálogo sincero, en una charla auténtica.

¡Cuidado! No vaya a ser que nos agrade.

Me he desviado…

Aunque bueno, se trataba de expresar en sintonía con el sentimiento. Y en cierto modo, en ello estamos.

Total…

Que yo casi nunca digo “te quiero”, del mismo modo que son extraños mis “ahí estaré” o “ese día no me lo pierdo”. Casi nunca digo “te quiero”, de igual manera que muy rara vez proclamo un “voy a estar siempre que me necesites” o “llámame a cualquier hora”. No me salen esas manifestaciones tan alegres sin fondo. De manera que si de mi boca brota algo así, tómalo en serio.

Tómame en serio.

Y por favor, intenta que exista reciprocidad. Si no estamos en el mismo punto, no me hagas creer que sí. Si soy solo un pasatiempo mientras llega algo mejor, o si no soy un amigo que podrá contar contigo cuando lo requiera, para cuanto antes.

Un secreto: a veces me dan envidia los niños. Porque a esas edades no se engaña. Lo que manifiestan, lo creen.

Enanos sentados

Nosotros, los adultos, deberíamos tener mucho cuidado con lo que decimos. Y a quién se lo decimos. Porque el receptor puede pensar que hablamos de verdades.

Y aunque nos importe poco, no es para nada justo.

 

Dilo a tiempo

Tengo una hermana y un puñado de hermanos. A dos de ellos me los regalaron mis padres después de haberme traído a mí antes al mundo. Supongo que conmigo practicaron para luego hacer mejor las cosas… Les salió bien; son dos tipos fantásticos. A los otros me los regaló la vida. A la mayoría de pequeño (algunos en el colegio, otros en el barrio); y luego hay dos con los que topé ya con cierta edad. A uno lo conocí en una página web caduca en la que disfruté como un enano muchos años atrás, y desde el primer momento fue como verme reflejado, solo que con otro acento. El mismo que comparte con mi hermana. De ella supe en la universidad y me costó muy poquito quererla. Fue quien inspiró este post…

Con mi hermana hablo de cuando en cuando. No soy muy amante de las llamadas, pero necesito escuchar a algunas personas cada cierto tiempo. Con ella me pasa una cosa: suelo mostrarle mi cariño muy a menudo y jamás nos enfadamos, a pesar de que muchas veces no entendamos algunas decisiones del otro. Más ella las mías, he de confesar; y es que soy un desastre, aunque eso ahora no viene a cuento. La cuestión es que siempre que nos comunicamos trato de que no se me quede nada que decirle con respecto a nuestra relación.

¿Y sabéis? Tal vez eso sea algo que debiéramos hacer con cada una de las personas que forman parte de nuestra vida.

Porque nunca se sabe. Un día, por lo que sea, no estás. O no está alguien. No me estoy poniendo en lo peor, que también. Hablo de cualquier circunstancia que haga perder la conexión. Imaginad. Nosotros con cosas en el tintero. Sin decir, sin hablar, sin soltar… Recrea en tu mente la imagen de ti mismo en ese instante en el que te das cuenta de que ya no vas a volver a conversar con esa determinada persona. Añádele la pregunta que siempre quisiste hacerle pero que posponías en el tiempo y de buenas a primeras ya no tendrá respuesta. O súmale lo que pensabas contarle cuando llegase el momento adecuado.

Momento adecuado… (¿?)

Vale, sal de esa situación. Que es una mierda no es agradable.

No sé ustedes; yo a veces, cuando me bajo del mundo y me quedo a solas conmigo, recreo escenas en las que tengo charlas con mucha gente. Que luego no se dan. Y pienso que no tendría que ser así. Ya que si llega el día en el que vas a tener que callar todo aquello que antes no dijiste, el desasosiego puede acompañarte siempre que ese alguien regrese a tu mente. Definitivamente no me parece una buena idea.

Porque un día no está. O no estás.

¿Y entonces?

Entonces nada. Salvo las dudas, los silencios, la ausencia…

Nada, salvo cosas negativas.

¿Me vais pillando? Sí, de eso se trata; hay que decir las cosas. Y si es el caso de una persona que merece la pena o quieres, decirlas bien. A pesar de que no sea agradable, de que no exista acuerdo si llegáis a discutir. A pesar de todo… Cuando vayas a dormir, ve en calma. Hoy comprendo que es casi vital no irte a la cama enfadado con quien te importa. Enfadado tú, o enfadada la otra parte. Yo he permitido que me ocurriese alguna vez; la última no hace mucho. Un error, esas semanas aún me pesan. Me duelen. Crean distancia… No, cuando llegues al catre, hazlo en paz. Que no se te haya quedado nada.

Y si significa algo, díselo. Si algo te molestó, díselo. Si tienes un plan, díselo. Si te cae bien, díselo. Lo que sea, díselo.

Sé que no suena muy positivo.

0140

Mirad… Ojalá todos estemos aquí mucho tiempo. El suficiente para que no se nos quede nada por decir, el suficiente para charlar de todo lo que algún día tendremos que contarnos. De lo que te apetece decirle a tu familia, a tus amigos, a esa persona que te enamora o a cualquier otra que estés deseando conocer.

Ojalá. En serio. Ojalá.

Pero el tiempo, y sobre todo la vida, no hacen pactos. No te dan oportunidades extras. No puedes echar otra moneda y seguir la partida.

Por eso yo te planteo… ¿Piensas irte hoy a planchar la oreja así?

Reflexiona antes.

Siempre te estoy diciendo que te quiero

“Dime que me quieres”. Hace años tuve una novia que me pedía constantemente que le enunciara esa frase. Me lo preguntaba una y otra vez. “¿Me quieres?” “¿Me quieres?” “¿Me quieres?” Continuamente. Yo le respondía que sí, pero su contraataque llegaba veloz. “Nunca me lo dices”. “Siempre te lo tengo que demandar”

Creo que no se enteraba de nada.

Ella era insistente. Sus te quiero me taladraban masivamente. Como si necesitase reivindicarse. Martilleo incesante. Me lo decía al despertar, mientras desayunábamos; antes de irnos al trabajo, en las tardes de películas, cuando íbamos a acostarnos… Lo recalcaba en todo momento, legitimando su sentimiento, aunque también advirtiendo. Dejando constancia. Como para que no se me olvidase. Yo eso ya lo tenía presente, sin necesidad de que me lo repitiese. Es más, nunca me hicieron falta esas palabras. Es algo que se sabe. Del mismo modo que uno entiende cuando esa misma frase deja de tener validez pese a seguir escuchándola. Cuando deja de ser de verdad. Se siente.

Yo, por el contrario, apenas se lo decía.

O en realidad sí (al menos mientras existió el sentimiento) Pero se lo decía diferente…

No obstante insisto, creo que ella no se enteraba de nada. 

Era su caso. El de esa persona. No debería tener mayor trascendencia, puesto que únicamente afecta a sus relaciones. Solo que pienso que hablamos de un asunto universal. De algo que le ocurre a mucha gente. Resulta que lo he visto más veces. Le pasa a todos esos individuos que no son conscientes.

Y es que del mismo modo que el amor no es echar polvos, sino otra cosa, hay que escuchar cuando te dicen te quiero de otras maneras. Se trata de estar atenta o atento. De entender pequeños detalles que marcan la diferencia. Porque igual que amar, por ejemplo, es decidir estar siempre sin que nadie te lo imponga o te lo pida, un te quiero es algo que se puede manifestar de diferente modos.

¿Te has parado a pensarlo? ¿Has querido entenderlos?

¿No se te ha ocurrido prestar más atención cuando alguien te dice que le avises al llegar a casa? ¿Por qué motivo querrá saber que llegaste bien? Igual te quiere. ¿Y esas mañanas en las que abres el ojo y ves un mensaje de buenos días en la pantalla de tu móvil? Resulta que se están acordando de ti. Y no, no se hace con cualquiera. Pese a que tú, yo o quien sea nos cubramos las espaldas diciendo que es normal. Imaginad que fuésemos a darles las buenas noches a todas y cada una de las personas que figuran en nuestra agenda o lista de amistades en Facebook…

No, no es eso. Pero tienes que estar alerta.

Un te quiero es ten cuidado con el coche, no cojas el teléfono mientras conduces.

Un te quiero es cuando te compran ese helado que te gusta.

Un te quiero es contar los planes, o las dudas, o las ilusiones a otra persona.

Un te quiero es cuando te desean suerte para un examen, o en una entrevista de trabajo. Es cuéntame al salir.

Un te quiero es que te hagan compañía cuando debes ir a ese sitio que no te agrada.

Un te quiero es estar en un lugar y querer sacar una foto para enviarla.

Un te quiero es un me gustaría que estuvieses aquí y pudieras contemplar esto.

Un te quiero es un te llevarías bien con este amigo mío o te reirías mucho con mi madre.

Un te quiero es un estaría encantado de cocinar para ti en alguna ocasión.

Un te quiero es frustración por no poder aliviar un dolor.

Un te quiero es un libro, una película, una canción que te digan que debes leer, ver u oír.

Un te quiero es cuando te hace partcipe de su jornada, ya sea de manera presencial o no.

Un te quiero es una botella de vino, un perro, un color, un amanecer, una ocasión especial… Todo lo que comparten contigo cuando no tienen por qué.

Un te quiero es una llamada inesperada, un mensaje a altas horas de la madrugada, un detalle que aguarda la ocasión adecuada para ser entregado.

Un te quiero es hablar hasta que uno de los dos se quede dormido.

Un te quiero es que deseen que formes parte de sus planes.

Un te quiero es cuando te miran a los ojos y no a otra parte.

Un te quiero es inspiración…

Un te quiero es un yo siempre estoy, a cualquier hora.

¿Escuchas de verdad cuando te dicen te quiero? ¿En serio? Yo no estaría tan seguro.

experimento-Mirar-desconocido-ojos

Y quiero creer que a mí me lo han dicho, aunque no me haya dado cuenta. Y quiero creer que se han dado cuenta, cuando he sido yo quien lo ha dicho.

Yo quiero creer que todos decimos, y nos dicen te quiero. Más veces de las que pensamos.

Quiero creer que sabemos escuchar.

 

PD: este texto está incluido (ligeramente modificado) en el libro «Cartas a Destiempo». Disponible, aquí: https://www.amazon.es/Cartas-destiempo-Jacobo-Correa/dp/8491601228

La importancia de cuidar lo que importa

Tengo una amiga con la que últimamente hablo menos que siempre insiste en la importancia de las relaciones personales. Suele incidir en lo profundo que resulta para ella implicarse con alguien. De lo que le cuesta porque tiene miedo a sufrir. Y no habla solamente de relaciones de pareja. Abarca mucho más que eso. Creo que se refiere al amor en general. Amor hacia las personas que de un modo u otro se ganan pedacitos de nosotros a base de estar, o de ser. De personas que van calando poco a poco en el alma y se convierten en algo que no teníamos previsto. Me gustaría ser más concreto en esto que expongo, pero me da que eso es algo que se siente y que, como también sostiene esta persona, cada cual lo vive a su manera y con distintos niveles de intensidad.

Esta teoría, a la cual me he ido abonando despacito pese a que se la discutía en un principio, nos sugiere que perder a alguien con quien mantengamos una relación afectiva de pareja (noviazgo) no tiene por qué ser más doloroso que perder una amistad en la que nos hemos apoyado en momentos que pueden habernos resultado muy duros o aquella que viene de tan lejos que no recuerdas el momento exacto de su nacimiento.

Me sirve el ejemplo real de una persona que cuando comprobó que sentía algo más serio que la amistad por otra quiso poner distancia para no dañarse a sí misma, y acabó lastimando tanto o más a esta última por buscar un final a una conexión que se da muy pocas veces. Curiosamente, cuando quien quiso romper con todo entendió este punto, ya había apartado de su lado a quien no debió alejar y, a día de hoy, me da a mí que ni con calzador conseguirá que el zapato encaje como en su día lo hizo.

Dejando este pequeño apunte de lado, que si bien nos ha servido de modelo para introducirnos en materia no deja de ser un caso puntual, quiero incidir en que en el mundo en que vivimos las relaciones personales no se cuidan como debieran.

Puede ser que el que yo acabe de ver una película como es “Truman” (la cual aprovecho para recomendar encarecidamente) me tenga en este momento con el sensible subido. O puede ser que en realidad crea que somos muy gilipollas cuando la cagamos de tal modo que lo importante pasa a segundo plano y nos ponemos los primeros sin darnos cuenta de que por el camino del yo nos dejamos un nosotros que nos hace mejores, que nos completa.

Supongo que todos volvemos atrás en nuestra mente de vez en cuando. Y hoy me ha dado por pensar que quizás si a ese amigo con el que tuve un conflicto estúpido hace años que acabó enfrentándonos le ocurriese algo grave en el presente y yo no estuviese, me sentiría como un pedazo de mierda muy grande. Hoy me ha dado por pensar que nunca he tenido la oportunidad de decirle a aquella novia con la que terminé tan mal que posiblemente nuestra relación estaba viciada y por eso nos dijimos e hicimos cosas de las que seguro nos arrepentimos, cosas que debimos ahorrarnos para simplemente tomar cada uno su camino, y que espero y deseo de corazón que todo le vaya bien y que encuentre la felicidad que, como todos, persigue. Me ha dado por pensar que casi nunca le digo a mis padres lo importantes que son o a mis hermanos que me dan la vida y que yo daría la mía por ellos. Me ha dado por pensar que debería gritar a los cuatro vientos lo afortunado que soy por tantas personas magníficas que forman parte de mi vida; y no solo aquellas con las que voy a beberme unos vinos un día entre semana o los que comparten equipo de fútbol, sino también a las que veo cada demasiado tiempo o esas que ni siquiera conozco pero consiguen arrancarme carcajadas en alguna red social. Me ha dado por pensar que me gustaría tomarme algo con todas ellas. Y me ha dado por pensar que haría lo imposible por retroceder en el tiempo unos meses y hacer las cosas de otro modo.

Sí… Cuando me da por pensar me pongo pesado, es verdad.

En fin… No sé qué pasa. No sé a qué ha venido este arrebato. Pero necesitaba soltar. Y decir que tenemos que cuidar más las relaciones con los demás. Joder, tenemos que cuidarlas mucho, porque al final todo lo demás importa menos que nada. Todo lo demás son accesorios. Y en la vida los accesorios son solo eso, adornos que lucen pero que no son nosotros.

Solo eso. No son nada más.

Perdonad este texto si es un poco un caos y por momentos el hilo se pierde. Está escrito por un impulso repentino y ni siquiera me apetece releerlo. Ni revisarlo. Porque también es cierto que estoy seguro de que todo lo que está escrito, lo quería decir. No sé si elegí la mejor maneras, pero el contenido es real. Así que ahora buscaré una foto y lo colgaré sin más.

Ya en otro momento seremos más metódicos, ¿de acuerdo?

abrazos1

Perdón por la chapa. ¡Abrazos!

Creí verte esta vez

Creí verte esta vez. Y pensé en echar el resto. Me invité a inventar paseos al alba, botellas de vino, tardes de lluvia y manta, noches de luna llena por llenar y conversaciones en voz baja. Imaginé que serías a quien le confesaría mis miedos, por quien valdría la pena (y también la alegría) ser atrevido. Revisé en mis bolsillos para ver qué podría ofrecerte y solo soñé millones de ideas, nada infalible. Pero a mí me bastaba. Seguro de jugar mis cartas aún con una mano perdedora, pues estimé suficientes los arrestos para crecer al unísono y exponerme.

Creí verte esta vez. Y pensé en echar el resto. Hablé conmigo mismo de ti tantas veces que acabé atrapado en la contradicción de no divisar nada más. Los que como yo no buscan compañía tiemblan cuando reconocen una cintura a la que amarrarse. Un puerto en la tempestad, la luz de un faro para un barco a la deriva y un acantilado traidor al que darle la espalda. Y quise, claro que quise. Saltar a pesar del oleaje y nadar a contracorriente por llegar a tu bahía. Reencontrarme valiente en el espacio y volar. Volver a volar… También en avión.

Creí verte esta vez. Y pensé en echar el resto. Agotado de tanta belleza vacía, hastiado de desencuentros en una segunda conversación, cansado de conectar con todo el mundo menos con alguien. Hace tiempo que dejé atrás las tardes de gloria y las mañanas de pesar; en ti buscaba madrugadas de estrellas y sobremesas de caricias. Cuando ya no esperaba nada, la sombra de tu figura. Me pareció verte llegar con las manos vacías, y aunque cargaras con una mochila de cosas inservibles a tus espaldas a las que en realidad no quieres renunciar, yo no quise renunciar tampoco a intentarlo.

Creí verte esta vez. Y pensé en echar el resto. Te susurré cada noche antes de dormir sin que te dieras cuenta, desperté todas las mañanas contigo y viajé durante las horas del día hasta tu lado. Tan lejos. Y solo a la distancia del tiempo que tardo en cerrar mis ojos. Me miré en el espejo y vi la seguridad que había escondido muy al fondo. Y te quise grande, del tamaño del cielo. Grande hasta el horizonte. Grande hasta el infinito. A pesar de que no sería fácil, de que habría que pelear cada minuto, pues no llevo el atajo de la gloria en mi equipaje.

Creí verte esta vez. Y pensé en echar el resto. Planeé una historia en la que tú eras la protagonista. Me advertí desbocado por el incontrolable deseo de lo imposible. Me perdí en tus fotos cuando encontré en ellas el milagro de una sonrisa más tarde confirmado por lo brillante de una mirada. La magia de tus curvas cuando la alegría te come la cara, la magia de un pozo interno que alberga tesoros no descubiertos. La persona y no el personaje. Lo que no saben de ti quienes saben tanto de ti. Lo que eres cuando no quieres ser otra cosa. Lo que queda una vez desechados los envoltorios inservibles y los adornos solo útiles cuando todos miran.

Creí haberte visto antes, pero no como ahora. Nunca como ahora. Estaba convencido de que en esta ocasión no me había equivocado. No esta vez. No era posible tanta casualidad, ni tantas señales, ni tantas ganas por mi parte. Pensé en echar el resto. Derramar mis adentros y elevarte hasta el cielo. Desayunarme el mundo, contarte hasta mil, entregarte mi esencia. Adjudicarte las llaves de mi alma para que me destroces si quieres confiando en que no lo hagas. Poner mi brazo para que nunca tropieces, callarnos al ocaso.

Y es que era como otras veces antes, pero distinto como nunca. Ya había vivido este momento y sin embargo jamás de esta manera.

Pero volví a equivocarme, amor. Más fuerte que nunca.

Porque yo no conté contigo. O porque tú no me contaste contigo.

O porque tampoco eras tú. ¡Maldita sea!

No eras tú. O no eras ahora.

1255099671962_f

Posdata: donde quiera que estés y quien quiera que seas, nos veremos algún día.

 

Caídas y amnistías

Tú también lo hiciste, ¿verdad? Fuiste dando los pasos correctos, midiendo los tiempos, creándote espacio, construyendo en silencio… ¿Tú también lo hiciste? Claro que sí. Por supuesto. Porque cuando algo merece la pena tenemos paciencia, somos íntegros, mantenemos la calma y creamos de la nada. Cuando algo merece la pena cualquier hora es buena para seguir alimentando las sonrisas, regando ese jardín que esperas florezca y deslumbre algún día. Tratando de que la raíz del árbol sea firme, para que el tronco no se incline. Buscando que el tronco no se incline, para que broten los frutos. Durante ese periodo no miras el reloj, ni calculas la carga. Porque eso que quieres ver crecer merece la pena. Claro que sí.

Pero eres persona.

Tú también te equivocaste, ¿cierto? Tropezaste con un rumor, te pudo la prisa, moriste de distancia, te creíste tus propias irrealidades… ¿Tú también te equivocaste? Por supuesto. Porque eres humana o humano, porque odias ver lejos lo que quieres tan cerca. Y no sabes cuánta agua necesita el verde. Y ahogas tratando de dar vida. Las flores no se marchitan solo por carencia, puedes estropearlas por exceso. Y deambulas entre el caos, la espera eterna y el corazón contenido. Porque merece tanto la pena que te desbordas. Y lo estropeas.

Y te alejas.

Y sufres.

Porque eres persona.

Deja de depender de ti lo que un día te creó dependencia. Ya no tienes el control y eso descontrola. Vuelves a errar.

Y te alejas. Aún más.

Pero eres persona. Y deseas regresar.

Aunque depende de otro alguien. Ya no de ti.

Leí una frase en forma de pregunta estos días que rezaba lo siguiente “¿Nunca has deseado tener una segunda oportunidad para conocer a alguien por primera vez de nuevo?”

Todos, sin excepción, lo hemos querido. Con todas nuestras fuerzas. Y demostrar que podemos aprender, que no habrá más errores, que ganará la calma. No se puede cambiar lo que nunca quisiste hacer y aun así hiciste. No se puede volver en el tiempo. Lo del ‘DeLorean’ es solo fantasía. Simplemente se puede corregir para cuando llegue el futuro. El que quisiste… O el que te toque.

Todos hemos querido.

Yo soy de segundas oportunidades. Porque puede que quien haya fallado una vez quizás no vuelva a fallar. Se puede educar al instinto. No debe desaparecer, pero sí controlar. Y si existen dos caminos y un día tomas el incorrecto, hay una solución. Volver sobre tus pasos y recorrer el que sí correspondía. Aunque para eso no deben haber vallado la entrada. Soy de segundas oportunidades. Las he necesitado en cualquier ámbito de la vida. No soy perfecto. Nadie es perfecto. Las he necesitado. Las he dado.

Creo que se es grande cuando ves a otro trastabillarse y, aunque con su caída te salpique de barro, miras en su dirección por si se ha roto un hueso en lugar de fijarte en qué tan sucia ha quedado tu ropa por su culpa.

Porque en este mundo todos somos personas.

Y puede que algún día quien pierda el equilibrio y embadurnes a otro seas tú. Será entonces cuando desearás que te levanten. Y no que te miren diferente. Porque tú sabrás, pese a todo, que ese fallo no te define. Y sabrás, ante todo, que nadie más que tú lamentará ese error. Tu castigo será el hecho más que cualquier otra pena.

Sabrás si te trastabillas, y sabes aunque nunca ocurra, que hay más. Lo que eras y lo que serás. Lo que eres. Lo que quieres ser. En lo que te quieres convertir. Y lo que puedes ofrecer. Sabes que no eres, ni mucho menos, un momento de debilidad.

Levantar

Simplemente, eres persona.

Y también te gustaría que te conozcan por primera vez en una segunda ocasión.