Noviembre

Las dos de la mañana. No consigo dormir. Tiro de teléfono. Entretenimiento en redes sociales. Accedo a una de ellas que uso ya muy rara vez, por distraerme, por ver si el sueño llega de algún modo. Voy a recuerdos y lo que veo me parte por la mitad. Me invitan a celebrar años de amistad con alguien que se ha ido hace poco. Ojalá pudiera…

Noviembre fue un mes extraño. Una noche, sin querer, me llega la triste noticia de la pérdida de alguien que amaba la vida y lograba que amases la vida. Era el pegamento de un grupo dispar que compartía afición. Hay personas que hacen que todo fluya, que dentro del desorden todo esté en orden. O como debe estar. Y que priorices lo correcto. Las risas, los abrazos, la paz. Quiero pensar que, cuando toda esa gente que lo rodeaba nos reunamos, mantendremos ese espíritu tan suyo. Y bromeemos. Y compartamos. Y recordemos. Y soñemos…

La semana siguiente mi perra me da un aviso. No estoy en casa. Sí mi hermano, que se encarga de ella. Acudo a la clínica veterinaria donde me confirman que todo queda en un susto. Más medicación, pienso. Pero al cabo de unos días corre como siempre. El peaje es correcto si sigue teniendo calidad de vida. La que sea que le quede.

Me atrevo a abrirme como hacía tiempo y le digo a alguien que me ha traspasado poco a poco, sin darme yo cuenta. Tiemblan las montañas y se me abre el suelo. Caigo. Ya ha pasado antes, pero no así. Conciencia plena de lo que quiero en la vida, de qué y quiénes deseo en mi camino. La comodidad y serenidad que un alma aporta puede hacer que te replantees todo y que te asomes al abismo, a pesar de que hayas evitado las alturas durante lustros. Vértigo. Peligro. Daño. Pero menos mal. Sigo vivo y sigo sintiendo. Incluso de aquella manera que había enterrado.

Podría creer que ha sido un mes de mierda, seamos claros. Tengo tres motivos que valen por mil de los habituales. O más. Pero ya estamos en otro. Y vendrán más. Y después más todavía.

Repaso. Recuerdo. Resalto.

Fueron cientos de batallas y otras tantas tardes de charlas. Aprendizaje de un gurú que no sabía que lo era. Genio sin lámpara que concedía deseos sin darse cuenta.

Fueron y siguen siendo toneladas de amor por parte de algo que piensa que soy lo más grande del mundo. Seguramente he sido su mundo todos estos años. Objetivo imposible ser lo que ella proyecta de mí. ¡Qué responsabilidad tan bonita!

Fueron días de complicidad y aire, mensajes interminables con acento mágico que me arrancaron sonrisas incluso antes de escucharlos. Ganas casi olvidadas. Ni siquiera sé explicarlo y no sé si logré hacer entender lo profundo. Hogar en alguien, aunque sin acceso a zonas privadas… Bueno, seguirá siendo, espero, al menos lo que ha sido hasta ahora. Que no es poca cosa.

La vida da para lo que da y es como es. Cada vez lo tengo más claro. Hay cosas que no elegimos y otras que nos eligen. Para lo que esperamos o para lo que no tenemos ni idea. Entiendo mejor que la mortalidad es un recordatorio. Para ser la persona que deseamos ser. Para decirles a esas que nos importan lo que son. O lo que significan. Para transitar por la existencia armados con nuestra mejor versión. Para entregarla a quienes nos rodean. No podemos controlar lo que provocaremos en otros corazones. Sólo lo que compartimos con y en ellos. Lo que sembramos, sea cual sea la cosecha. Y eso es lo que importa.

Ya lo dijo el artista: cuanto más amor das, mejor estás.

Llegan fechas de reencuentro. Así que ya saben…

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