Empatía

Estaba pensado en una conversación de no hace mucho. Una persona sacaba el asunto del lenguaje inclusivo para criticarlo, insistiendo en el viejo mantra de que, si lleva así toda la vida y es correcto, para qué se demanda tanto cambio. Es un comentario que no tendría demasiada historia de no ser por lo recurrente en diferentes esferas.

Pero este post no va de eso. O sí. Pero no sólo de…

En realidad, esto del lenguaje no es sino otra metáfora de los tiempos que vivimos. Gente a la que no le afectan las cosas se oponen a que estas puedan cambiar. Tiene sentido en el aspecto sociológico, pues mantener determinadas cuestiones beneficia a grupos concretos que creen que sus privilegios son derechos, aunque exclusivos. Pero la lógica no se sostiene cuando eres uno o una más. La ausencia de solidaridad o empatía como punta del iceberg de una sociedad demasiado individualista.

Bajo a la cafetería a comer algo a media mañana. Diviso una mesa en la que cuatro personas atienden al teléfono. Sólo interactúan para mostrar algo de la pantalla. No sé si concursan por rescatar el mejor meme. Entiendo que, como yo, están en una pausa laboral. Puede ser que no desconecten. Puede ser que desconecten de todo, incluidas las personas. La vida en torno a un dispositivo móvil. Qué ironía. Cuando este aparato estaba sujeto a un cable éramos más libres. Cuando servía únicamente para hablar, más cercanos. Recuerdo pasar horas charlando con compañeras o compañeros de clase. Hoy es impensable. Tenemos que hacer otras cosas. Tal vez más urgentes, quién sabe. Dudo que más importantes.

Para no variar, me estoy desviando. Algún día habría que hablar sobre las pantallas y las redes…

Sigamos.

El individualismo nos vuelve a su vez egoístas. Preocupados o preocupadas por nuestras causas particulares. Olvidamos el principio de la solidaridad.  Hoy todo va de sacar algo a cambio. La empatía por intereses. Incluso si pertenezco a un colectivo minoritario. Reclamo comprensión y apoyo a una sociedad sin estar dispuesto o dispuesta a respaldar otros procesos. A mí no me afecta negativamente utilizar el lenguaje inclusivo y sé que de esa manera estoy siendo solidario con otras personas. ¿Es tanto problema? Pregunto… Lo traigo a colación como el ejemplo más básico.

Yo trabajo con un colectivo cuya cultura es tradicionalmente machista, pero que también padece señalamiento por su condición. Migrantes. Sufren de racismo casi cada día y lo único que piden es que no se les discrimine. Sin embargo, a muchos les cuesta aceptar que una persona no sea hetero. Incluso alguno de ellos niega una (su) orientación sexual que no eligen, del mismo modo que no eligen nacer donde lo hicieron. Pero precisamente lo segundo condiciona lo primero. Y no son libres. Tampoco todos aceptan de buen grado las figuras de autoridad femeninas, (mal)entendiendo que para liderar está la figura del hombre. Ni que alguien no sea religioso. La cuestión es que reclaman (legítimamente) no ser un grupo estigmatizado, pero mientras tanto apuntan a otros con una problemática distinta. Ojo, que esto también sucede a la inversa.

Creo firmemente que el objetivo es ser una buena persona. Al final no se trata de quién eres y de si estás en paz sabiendo que otras personas sufren persecución por lo que son. Yo pertenezco a ese grupo privilegiado en cuanto a lo socialmente aceptado. No me van a discriminar por ser mujer, por ser negro, por ser homosexual, por ser trans, por ser musulmán o por lo que sea. Porque salvo en lo de cristiano (en líneas generales pienso lo mismo de todas las religiones), ya que soy ateo, cumplo con todo lo establecido por el sistema. Que tu casilla de salida incluya todo esto puede hacer que pases de todo, incluso sin darte cuenta. Sin embargo, también puede hacer que te preguntes por qué ocurre todo lo que ocurre y nunca (o casi) sea a ti.

Hace pocas fechas, una figura pública que influye directamente en el pensamiento de mucha gente (además joven), se congratulaba porque jueces del Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminaron que la definición legal de mujer en la Ley de Igualdad de 2010 se refiere a una mujer biológica y un sexo biológico, no incluyendo a las mujeres trans que poseen certificados de reconocimiento de género. J.K. Rowling, creadora de la saga de Harry Potter, subía una foto a sus redes fumándose un pequeño puro a modo de celebración. Mi pregunta es: ¿qué tanto le importa que nieguen derechos a personas que no tienen nada que ver con su vida y cuyo reconocimiento no influye en su día a día? Sin embargo, con su post crea corriente de opinión y valida pensamientos arcaicos.

Yo sé que siempre que se avanza en derechos aparecen sectores reaccionarios que pretenden mantener el statu quo. El asunto trans es doloroso. Igual que otras causas. Me sorprenden que haya personas feministas (o personas que así se consideran) marcando líneas rojas en un tema tan sensible. Y es justo a lo que voy. ¿Hay causas que sí y causas que no? Hablamos de derechos, de progreso y de justicia. Si tienes ventaja, lo tuyo es privilegio.

En un mundo sin moral, en el que según dónde hayas nacido, si eres hombre o mujer, homo o hetero, blanco o negro, tu vida vale más o menos, o en el que se justifican genocidios y barbaries, lo único que nos queda es la integridad. Porque el final va a ser el mismo para todas y todos. Pero no es lo mismo morir a que te maten. No es igual ser tú (libre) a tener que ser tú solo en según qué contextos. El espacio, el momento o la compañía no debería condicionar a personas que únicamente quieren ser lo que son.

Comenzaba el post haciendo referencia al lenguaje inclusivo. Qué banalidad, dirá mucha gente. Pero tiene más importancia de la que piensan. Por ahí se empieza. Por detalles menores. Si somos capaces de entender que un pequeño gesto puede mejorar nuestro entorno, tal vez comencemos a dar los pasos correctos. A salirnos del sistema tradicional que no tiene en cuenta a minorías. Tu vida va a seguir siendo la que es. Pero las de otras personas pueden depender de cómo seas.

Es un sí, pero no

Imaginad que conocéis a alguien a distancia. Por teléfono, por ejemplo. Una conversación que nunca debió darse pero que ha llegado. Pierdes tu móvil y llaman a tu casa para avisar de que lo han encontrado, te telefonean para devolverlo. Luego, por lo que sea, comenzáis a hablar banalidades y os reís. Resulta que no es posible veros hasta dentro de unos días y que repetís llamadas en los días posteriores. Y que os gusta esa persona. Os atrae. Existe magnetismo. Dice todas esas cosas que piensas y sabe cómo dar con la tecla si entre broma y broma le comentas algo personal que en ese momento te preocupa. No imaginéis tanto. Seguro que os suena aunque sea de otra manera. Las redes sociales ahora mismo son capaces de conectar a desconocidos que en la vida real jamás hubiéramos imaginado encontrar. Y seguro que habéis vivido algo parecido a lo que describo en alguna ocasión. Claro que sí, nos ha pasado a todos…

Pero un día llega el momento. De la entrega del teléfono en el caso que puse como ejemplo o del encuentro inevitable que se acaba dando con quien conociste. Pero no es lo que esperabas. Una pena. Ella es demasiado bajita, o le sobran unos kilos. A él le falta pelo en la cabeza, o lleva unas gafas enormes que no esconden su falta de vista. Ella resulta que tiene un tono de voz más grave de lo esperado. Él no gana demasiada plata o directamente no tiene trabajo. Ella hace ruido masticando. Él cojea. Ella calza un número de zapato muy grande. Él no ha terminado sus estudios. Ella no puede disimular una cicatriz en la ceja. Él fuma.

Pero no hace falta que ocurra todo eso. Con un solo caso, a veces basta.

¿Qué dirán mis amigas de un chico que ha tenido que volver a casa de sus padres? ¿Qué pensarán mis colegas de una muchacha que tiene estrabismo? ¿Cómo se va a tomar mi madre que él no comparta las creencias en las que me educaron? ¿Entenderá mi padre que ella trabaje en una discoteca?

Basta para poner pegas. Basta.

Putas preguntas de mierda de un mundo hipócrita que habitamos. Mundo hipócrita, habitado por hipócritas.

Estamos tan mal educados…

Y encima nos enfadamos con nosotros mismos. Porque no entendemos cómo nos podemos llegar a sentir atraídos por una persona que no encaja en nuestro círculo, por alguien que aun poniendo patas arriba nuestra vida no era lo que teníamos pensado.

Nos enfadamos y la jodemos.

La jodemos porque así es como perdemos.

Mierda de contradicciones debidas al peso de lo que estipula la comunidad, con sus cánones de belleza, sus varas de medir y su formal corrección. Mierda de cerebro que no nos deja hacer lo que el corazón nos pide. Ser libres para intentar ser felices. Mierda de sociedad que nos quiere perfectos. También en las apariencias.

Deberíamos ser todos ciegos por momentos, joder. Para así dejarnos de estupideces. Deberíamos además, ser sordos a ratos. Para que no nos afecte el qué dirán.

Bueno, no. En realidad deberíamos simplemente ser conscientes. Y justos. Sobre todo con nosotros mismos. Para que no influya el dinero, ni los estereotipos, ni lo que venga de afuera. Debería solo importarnos lo que sentimos. Y que pese más el que alguien te haga reír, te escuche, te entienda…

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Debería importarnos lo que solo va a afectarnos a nosotros mismos. Que nadie va a vivir nuestras vidas. Que ya tienen las suyas.

Conversaciones pendientes

Hoy estaba pensando en las conversaciones. Las que tenemos, las que no tenemos, las que deberíamos tener. Y en la manera de tenerlas. En los formatos, por decirlo de algún modo. En cómo los mensajes de móvil sustituyen encuentros. Y en cómo estos mensajes no dicen todo lo que deseamos o en el tono en el que nos gustaría. Lo admito, yo los uso mucho. La sociedad nos ha conducido hasta el mundo de los emoticonos, sustituyendo risas de verdad, besos de verdad, sensaciones de verdad. Ocurre que tras este (no) contacto nos vamos dejando cosas por el camino del tiempo. Abrimos charlas que nunca cerramos por las prisas del día a día. Yo odio que me dejen a medias cuando estoy hablando de algo, por apurada que la otra persona esté. Aunque reconozco que también lo he hecho. Y no cuesta nada decir que en ese momento no puedes continuar de parloteo o que más tarde estarás disponible. En cualquier caso, lo realmente preocupante es dejar conversaciones pendientes. O mejor dicho, tener conversaciones pendientes.

Cuántas veces hemos retrocedido en el tiempo para volver a ese momento con alguien y decirle aquello que pensábamos, que sentíamos; todo eso que debimos dejar salir. Regresamos y creemos que de haberlo hecho, las cosas serían diferentes. Pero ya es tarde y por eso lo dejamos estar. ¿Y si aunque sea tarde, la tienes? Las que son posibles, digo. Esa conversación. Con ese familiar que estuvo allí cuando lo necesitaste. Con ese amigo con el que has perdido contacto por un malentendido que ya ni recuerdas. Con esa chica (o chico) que sabías especial pero nunca se lo hiciste saber. Yo tengo muchas conversaciones pendientes.

Habría que plantarse. Jamás podrás decirles a las personas que ya no están lo que significaron para ti. Esa gente que se ha ido, pero que dejaron tesoros en tu alma. ¿Hubiera estado bien, verdad? Pero lo que sí puedes es acabar con esas “llamadas perdidas”. Perdidas en el tiempo. Aquellas que pospones. Las que luego no haces. Nunca le manifestaste a esa profesora que fue una inspiración para ti. No has agradecido a tu gente todo lo que hicieron. Y no le cuentas a esa chica que no eres capaz de decirle lo que quieres decirle por miedo a perder también su forma actual. Vas dejando un reguero de palabras enfiladas en tu garganta que no salen nunca, provocando un atasco de sentimientos que deberían ser compartidos. Sigues teniendo conversaciones pendientes. ¿Por qué? ¿Y si llamas a ese amigo con el que un día te enfadaste para tomar un café y le dices que ya no tiene importancia? Igual es el momento de sorprender a esa persona con la que tanto intercambias mensajes con una llamada. Tal vez si cruzas unas frases con tu vecino descubras que no es un gilipollas. Incluso puede ser que tengas una conversación pendiente con personas con las que departes casi cada noche de manera infinita.

Charla con tus padres, con tu pareja si la tienes, con tus abuelos, con tus primos, con tus tíos, con tus amigos… Habla con ella, o con él de una maldita vez. Dialoga incluso con tu mascota. Te lo agradecerán, y te vas a sentir mejor. No sé si mi posición es la más acertada, pero a mi parecer deberíamos recuperar la comunicación.  Hoy lo damos todo por supuesto y nos vale. Joder, nos hemos vuelto autómatas. Y nos perdemos una de las mejores cosas de la vida. Que la vida son momentos. Y son conversaciones.

También ésas que tenemos pendientes.

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PD: este texto está incluido (ligeramente modificado) en el libro “Cartas a Destiempo”. Disponible, aquí: https://www.amazon.es/Cartas-destiempo-Jacobo-Correa/dp/8491601228

ME GUSTA / NO ME GUSTA

Me gusta la gente que no se conforma. Quienes tienen una vida fácil, pero aspiran a tener otra mejor.

Me gusta la gente valiente. Aquellos que desean otro trabajo o luchan por un proyecto que les realice, a pesar de poder vivir siempre de lo mismo.

Me gusta la gente que quiere y se quiere. Son los que renuncian al confort de la rutina con una pareja que aporta costumbre en busca de alguien que les haga sentirse vivos, aun cuando existe el riesgo de quedarse solos.

Me gusta la gente que se arriesga. Esos que a pesar de que les digan que es imposible su objetivo, son constantes y luchadores, son tenaces y persiguen su sueño hasta que lo alcanzan.

Me gusta la gente comprometida. Los que te dan lo que tienen sin esperar nada a cambio, que se sienten bien haciendo que otros se sientan bien.

No me gustan los acomodados. Esos que no luchan porque piensan que no va a servir de nada.

No me gustan los cobardes. Individuos que se escudan en un salario fijo, que muchas veces no se corresponde a la labor que desempeñan, pero que prefieren no protestar porque tienen miedo.

No me gusta la gente que no se valora y no valora. Eligen acostarse cada noche con alguien que no les hace sentirse vivos, que ya no les inspira, pero con los que avanzan por inercia, con ese miedo a que no haya nadie esperando detrás.

No me gustan los que se dejan intimidar. Aquellos a los que si les dicen que no son capaces, ni siquiera se molestan en averiguarlo.

No me gustan los egoístas. Solo pensando en sí mismos, que avanzan sin mirar a su alrededor, porque su mundo es solo ellos.

ME GUSTAN LAS PERSONAS. NO ME GUSTAN LOS AUTÓMATAS.

(Julio 2013)