¿Te has preguntado alguna vez si se te ha quedado algún “y si” por el camino? Estoy seguro de que la respuesta es afirmativa. Y el problema no es que haya ocurrido, pues es algo inevitable. Lo malo es que te siga sucediendo hoy en día, cuando se supone que deberías haber aprendido algo del pasado, de tus errores, de lo que dejaste ir.
Supongo que entran numerosas variables en la ecuación. La losa más pesada es nuestra zona de confort. Ésta nos invita a conformarnos, a que nos valga el simple aprobado cuando deberíamos aspirar al sobresaliente. Pero es que a veces, ni siquiera tenemos ese aprobado. Seguridad ante el riesgo. Thimothy Ferriss, en una de sus charlas dijo que “la gente elegirá la infelicidad sobre la incertidumbre». Incertidumbre. Cuánto miedo da esa palabra, esa sensación. No queremos ser trapecistas sin red, así que andamos un camino monótono porque es el sendero por el que hemos vagado toda la vida. Y con esto me refiero a tener una pareja estable, un trabajo seguro, los amigos de siempre… Una vida estándar.
Hay personas que lo soportan invariablemente. Otras que reaccionan tarde. Y pocas que se la juegan desde que ven que hay algo más. Éstas son las que normalmente suelen triunfar. Y gente, el que no arriesga, no gana. Vale que igual te la pegas, pero sabrás con toda seguridad que hiciste lo correcto. Esto es, el desasosiego no te va a devorar por las noches.
¿Y si hubieses aceptado aquel trabajo que tanto te entusiasmaba, pero rechazaste por no perder el que ya tienes? No sé si habría durado, la verdad. Y en términos económicos o eventuales quizás la jugada a la larga no te hubiese salido como esperabas. Aunque durante un tiempo te garantizo que habrías sido feliz. Y es que la felicidad no es un estado permanente, sino momentos. Podría haber sido el trabajo de tu vida, o solo transitorio; de un año o unos meses. Pero habrías sido feliz. El simple momento de elegir el cambio te habría hecho sentir vivo.
¿Y si te hubieses lanzado a por esa chica (o chico) que de repente hizo temblar tus cimientos? Es innegable que en algún momento no fuiste capaz de mostrar tus sentimientos hacia aquella muchacha que se sentaba en el pupitre de delante en el colegio o instituto, o a la vecina coqueta tu barrio, o a la chica que conociste esa noche en la que empezabas a salir de marcha. Claro. Por supuesto que te has contenido. Por la razón que sea. No voy a juzgarte. Sin embargo… ¿Hacerlo ahora? ¿Qué sentido tiene? ¿Y si en lugar de pensar en el rechazo, le gustas tú también? ¿Y si descubres que tienes mil cosas en común? ¿Y si encuentras magia?
¿Y si no te excusaras en los típicos tópicos de siempre? ¿Tienes una pasión? Aprovéchala. ¿Un motivo? Lánzate. ¿Un deseo? Captúralo. Al “y si” hay que darle la vuelta: en lugar de ¿y si no me sale bien? Te dices ¿Y si lo consigo? Aparca el ¿y si no se dan los condicionantes? Cámbialo por ¿Y si es mi oportunidad?
¿Y si piensas en lo que te emociona?
Persigue tu sueño, y no tengas miedo de lanzarte al vacío si sientes que puedes volar. Porque a quienes se les queda algún “y si”, les pesa cuando, a solas con su imaginación, vuelven a él.
Aunque a todo esto… Yo también tengo mi propio “y si” sin resolver.