Caídas y amnistías

Tú también lo hiciste, ¿verdad? Fuiste dando los pasos correctos, midiendo los tiempos, creándote espacio, construyendo en silencio… ¿Tú también lo hiciste? Claro que sí. Por supuesto. Porque cuando algo merece la pena tenemos paciencia, somos íntegros, mantenemos la calma y creamos de la nada. Cuando algo merece la pena cualquier hora es buena para seguir alimentando las sonrisas, regando ese jardín que esperas florezca y deslumbre algún día. Tratando de que la raíz del árbol sea firme, para que el tronco no se incline. Buscando que el tronco no se incline, para que broten los frutos. Durante ese periodo no miras el reloj, ni calculas la carga. Porque eso que quieres ver crecer merece la pena. Claro que sí.

Pero eres persona.

Tú también te equivocaste, ¿cierto? Tropezaste con un rumor, te pudo la prisa, moriste de distancia, te creíste tus propias irrealidades… ¿Tú también te equivocaste? Por supuesto. Porque eres humana o humano, porque odias ver lejos lo que quieres tan cerca. Y no sabes cuánta agua necesita el verde. Y ahogas tratando de dar vida. Las flores no se marchitan solo por carencia, puedes estropearlas por exceso. Y deambulas entre el caos, la espera eterna y el corazón contenido. Porque merece tanto la pena que te desbordas. Y lo estropeas.

Y te alejas.

Y sufres.

Porque eres persona.

Deja de depender de ti lo que un día te creó dependencia. Ya no tienes el control y eso descontrola. Vuelves a errar.

Y te alejas. Aún más.

Pero eres persona. Y deseas regresar.

Aunque depende de otro alguien. Ya no de ti.

Leí una frase en forma de pregunta estos días que rezaba lo siguiente “¿Nunca has deseado tener una segunda oportunidad para conocer a alguien por primera vez de nuevo?”

Todos, sin excepción, lo hemos querido. Con todas nuestras fuerzas. Y demostrar que podemos aprender, que no habrá más errores, que ganará la calma. No se puede cambiar lo que nunca quisiste hacer y aun así hiciste. No se puede volver en el tiempo. Lo del ‘DeLorean’ es solo fantasía. Simplemente se puede corregir para cuando llegue el futuro. El que quisiste… O el que te toque.

Todos hemos querido.

Yo soy de segundas oportunidades. Porque puede que quien haya fallado una vez quizás no vuelva a fallar. Se puede educar al instinto. No debe desaparecer, pero sí controlar. Y si existen dos caminos y un día tomas el incorrecto, hay una solución. Volver sobre tus pasos y recorrer el que sí correspondía. Aunque para eso no deben haber vallado la entrada. Soy de segundas oportunidades. Las he necesitado en cualquier ámbito de la vida. No soy perfecto. Nadie es perfecto. Las he necesitado. Las he dado.

Creo que se es grande cuando ves a otro trastabillarse y, aunque con su caída te salpique de barro, miras en su dirección por si se ha roto un hueso en lugar de fijarte en qué tan sucia ha quedado tu ropa por su culpa.

Porque en este mundo todos somos personas.

Y puede que algún día quien pierda el equilibrio y embadurnes a otro seas tú. Será entonces cuando desearás que te levanten. Y no que te miren diferente. Porque tú sabrás, pese a todo, que ese fallo no te define. Y sabrás, ante todo, que nadie más que tú lamentará ese error. Tu castigo será el hecho más que cualquier otra pena.

Sabrás si te trastabillas, y sabes aunque nunca ocurra, que hay más. Lo que eras y lo que serás. Lo que eres. Lo que quieres ser. En lo que te quieres convertir. Y lo que puedes ofrecer. Sabes que no eres, ni mucho menos, un momento de debilidad.

Levantar

Simplemente, eres persona.

Y también te gustaría que te conozcan por primera vez en una segunda ocasión.

Incoherencia

Duele.

Es como una muerte.

O peor.

Porque tienes que vivir de otro modo.

Cuando no fue la naturaleza quien te apartó.

Sino ir justo en contra de la tuya.

 

Duele.

Da igual quién tenga razón. Lo duro es la pérdida. Porque eso es lo que daña.

Nos pasamos la vida esperando un fallo del otro. Como si tú no fallaras.

Todos fallamos. Somos humanos.

 

¿Qué es lo importante?

Lo verdaderamente importante, quiero decir.

No, no es tener razón o dejar de tenerla.

No es sentirse legitimado para tomar una decisión.

Lo importante es lo que dejas de tener al decidir enfrentarte a alguien.

Culpar a alguien.

Apartar a alguien.

Lo importante es lo que tachas.

 

Como si no perdiésemos nada.

Y perdemos tanto…

 

Elegimos creer palabras de terceros y no preguntamos directamente.

Preferimos crear una estúpida película que justifique nuestros actos.

Resulta más sencillo romper por esa grieta que asoma a poner un parche sobre ella.

¿Qué demonios ocurre? ¿Acaso no había confianza?

 

¿Eso es lo que te ha importado?

¿Dónde queda lo que compartes?

Esos ratos en los que no hay nadie más y solo ustedes comprenden.

Donde desnudas tu alma, cuando hablas a pecho descubierto.

Y confiesas todo eso que no eres capaz de hablar con otra persona.

Porque ésa es la persona que entiende tu mundo interno.

 

¿Te sientes bien al perderla?

Quizás tienes miedo. Miedo a que desaparezca ese secreto tan bello.

Y cuando deja de ser un secreto, lo pierdes.

Porque la magia no se cuenta, es un susurro.

 

Y luego… Cuando las dos partes se alejan todo se llena de vacío.

Vacío al llegar a casa.

Vacío por las mañanas.

Vacío en una cabeza llena de recuerdos.

 

Y si te sientes atacado, brota el orgullo.

Dices que jamás perdonarás.

Y que al otro le toca pagar.

Las cuentas a la larga siempre son a medias.

Pero tú has decidido levantar un muro de silencio.

Y te prometes que no volverás a asomar por la mirilla.

“Ha de ser así, me ha hecho daño”.

Deja de contar todo lo que cuenta.

 

Un minuto de enojo puede acabar con un año de cimientos.

Cimientos conquistados a base de alientos y presencia.

 

Siempre uno gana y el otro pierde.

Es mentira.

Puede parecerlo al principio.

Mientras dure la incoherencia.

Pero en la mayoría de los casos, se pierde en ambos lados.

Porque se deja de tener tanto…

Solo que no te has parado a pensarlo.

Y te dedicas a correr

A darte más prisa.

Más gente.

Más ocupar el tiempo.

 

¡Qué no pare la vida!

 

“Yo aquí no me quedo.

No en mi memoria.

Tengo demasiado por hacer, demasiado por vivir.

Demasiados retos, demasiados viajes.

Demasiado.

Y no.

No era tan importante.

Tal vez jamás lo fue”.

 

Da igual que todo lo que anhelas un día se lo hayas contado a quien queda atrás.

Todos tus sueños a quien queda atrás.

 

Lejanía

 

Te voy a decir algo, en voz baja:

No da igual.

Nunca da igual.

Aunque aprendas a vivir con ello.

 

Que aprenderás.

 

Otro cantar es que valga la pena.

Pues ha dejado de valer la alegría.

 

 

 

Abrir la puerta

Han pasado muchos años. Recuerdo que era primavera. Los días eran cada vez más largos y las tardes de sol daban para mucho. Da igual de qué manera la conocí y cómo empezamos a compartir ratos. Lo pasábamos bien hablando. Nos entendíamos. Éramos un poco compinches a deshoras, cuando la vida nos daba una tregua y olvidábamos la prisa de un mundo que no para.

Una mañana un mensaje de buenos días, una tarde un “tengo ganas de verte” y una noche un beso enviado antes de dormir. Todo de repente, sin avisar. Hermoso, solo que yo no estaba, o no quería estar así. Mientras crecían sus ganas el agobio me subía y cada vez más frecuentemente yo buscaba ocupaciones que me escondieran tras la cortina queriendo que el tiempo devolviera un estado que ya no regresaría.

Por entonces yo ya sabía que nuestra complicidad le vino grande y su mirada había cambiado. Le brillaban un poco más los ojos, aunque evitara contacto visual si la descubría observándome de cerca. Incómodo, di paso a la indiferencia, que consumió su paciencia y en un acto irracional brotaron reproches y deseos que yo no podía atender y tampoco entender.

Y pensé: “ella me quiere”.

Pero no. Ella solo estaba enamorada.

Son cosas diferentes que suelen confundirse.

Para querer a alguien esa persona debe dejar que la quieran. ¿De qué vale tener amor para otro si no puede entregarse? Puedes enamorarte y tener que tragarte tus mariposas. Han de dejarte querer.

Estaba enamorada, pero no me quería. Y ése era el problema principal. Ahí nos confundimos todos, no solo yo. Claro que comenzó a hacer cosas que me incomodaron, claro que aparecieron altibajos en su mente, claro que su rabia me hizo daño. Ella no me quería. Aunque solo porque yo no la dejé hacerlo. Pero ella quería quererme, convencida. De tal forma que llegado a un punto de no retorno su fracaso cambió el decorado. Lo que para mí era azul se tiño de un gris incomprensible (no quiero ni imaginar sus colores), nubes donde siempre brillaba el sol (no quiero ni imaginar su cielo).

Sofoco en mi garganta. La di de lado. Nos alejamos.

La alejé…

Pero dicen que el karma existe, y siempre aparece.

Años más tarde, en otro escenario, me tocó interpretar el papel que no entendí antes. Al otro lado del decorado me descifré deseando darle lo mejor de mí a otra persona, aspirando a compartir más tiempo, suspirando por más buenos días y buenas noches. Mas al querer crecer solo yo, desesperación, impotencia, incomprensión. Era yo ahora el que actuaba de manera absurda. Haciendo cosas que solo podrían alejarme.

Y me di cuenta de lo que ocurría.

Estaba enamorado. Pero no me dejaban querer.

Frustración.

¿Cómo se le pide al alma que deje de sentir lo que siente? ¿De qué manera se controla lo que no es controlable? La mayoría de las veces no sabemos. Y nos volvemos seres ilógicos.

Entonces fui yo el ilógico.

Da igual.

Yo no he vuelto a saber de ella. Espero que le vaya bien. Pero si en algún momento nos volvemos a encontrar, le diré que he aprendido. Que ella no fue, pero que quizás si descubro de nuevo en otra parte las ganas que ella tuvo, abriré la puerta y dejaré entrar a quien las traiga, aunque luego no se quede… A pesar de que probablemente no se quede.

Pero abriré la puerta.

abrir-puertas

Y es que, ¿quién sabe? Tal vez si de veras alguien está tan empeñado en hacerte feliz, puede que quizás lo consiga…

Memoria

Aquella bofetada me costó un lustro. Mi orgullo dañado levantó un muro de piedra que no dejó pasar una palabra. Él, que ya tuvo mi carácter antes mi existencia sabía a ciencia cierta que las cosas serían diferentes a partir de ese momento. Aun doliéndome del golpe, caminé escaleras arriba y arremetí contra lo primero que vi a mi paso. Una papelera inservible desde entonces, un trozo de madera convertido en dos. Pero hablamos solo de cosas materiales que poco importan a la hora de la verdad, objetos sustituibles, complementos que llenan espacios vacíos, cosas… Habíamos discutido por la que entonces era mi novia. Yo, joven, justificaba actitudes que a ojos de mi abuelo no eran correctas. Yo, centro del mundo, con un ombligo que ocupaba tanto que ocultaba a mi vista todo aquello que me rodeaba, y ella, idolatrada por la ceguera que provoca el primer amor, contra la tozudez un hombre rudo que entendía la vida desde el sacrificio y la rectitud de quien tuvo que construir con sus manos luego llenas de cicatrices un futuro para una familia en un hogar que no era el suyo. Mi ego y la suficiencia de los 20 años apartando de mi lado a quien tuvo mi sangre antes que yo.

Pasaban los años y nuestras miradas se evitaban si coincidíamos, cada uno por su lado y un saludo forzado que solo se daba cuando alguien nos veía. A solas con mi abuela las noches de tormento él confesaba sentirse culpable, y una vez lo supe en lugar de decirle que ya bastaba, hinché mi pecho para salir victorioso por la puerta de la nada y ser aplaudido por el silencio de todas aquellas personas que no sabían de una historia que nunca se contó. Así, más importante yo que las arrugas del tiempo en la piel de un hombre en el ocaso de su presencia. Notable alto en suspenso para mí si nos cruzábamos sin testigos, la cara de quien cree ganar sin saber que va perdiendo.

Llegaron los tiempos oscuros. Un señor con bata blanca anunciaba que su memoria comenzaba a fallar y que la lucidez iría menguando. Aquella roca que un día nos sostuvo a todos sentía de pronto barro en los zapatos y resbalando en cada paso decrecía su brillo. El niño altivo entonces había dejado paso a un joven arrepentido que tirita en mano buscaba aquel lugar donde se produjo la herida, perdido en una piel que ocultaba el corte pero que seguía sangrando. Caminando sin rumbo en el remordimiento. Aquella chica por la que discutieron era pasado desde hacía un tiempo y con todo nunca encontraron el momento para sanar la rotura.

Pero un día cualquiera, seguro hoy de que fue en un momento luminoso en su mente, la sonrisa le comió la cara al verme. Aquel simple gesto tiró por tierra cualquier defensa y derrumbándome devolví el gesto y nos dimos la mano. No como quienes se saludan, sino diferente. Mientras él se apagaba con el tiempo nuestros lazos se hicieron fuertes hasta que perdió su partida, una mañana de mierda después de apretarme el brazo con lo que le quedaba dentro la noche anterior. Carácter indomable, una dosis de malas pulgas que pocas veces asoma y testarudez infinita cuando me sé con la razón confirman que mucho suyo quedó dentro de mi cuerpo.

abuelos-y-nietos-1

Y hoy pido memoria, aquella que se le escapaba por la rendija del deterioro es la que anhelo para no olvidar que a quien le importas no hay que alejarlo nunca de tu vida, aunque no estés de acuerdo con su diagnóstico, a pesar de no entender sus maneras. Memoria, para saber quién discrepa contigo por tu bien, quién se aleja o acerca según el momento, y con quién no tener palabras que hieran. Memoria, para no abusar del egocentrismo, para recordar de dónde vengo y entender que en la vida los aplausos son el cheque en blanco de un presente que quizás tiña de negro un futuro y para acordarme de que tan importante es ser perdonado como saber perdonar. Memoria, para que no me fallen mis amigos por fallarles, para comprender que no siempre tengo la razón y para aceptar que cualquiera en un mal día puede hacer algo que, como aquel tremendo cachetón, no quiso, y descifrar que ello no vale más que todo lo bueno que hay detrás de una persona que te quiere.

Hoy pido memoria…

Discordancia

Con el tiempo que avanza las palabras se pierden mientras los silencios se prolongan. Lo que no hace tanto era luz hoy son nubes. Tengo miedo de encontrarte apurando el andar si me ves llegar por el espejo retrovisor. Y por mi parte que todo ese vendaval que despiertas se esfume por alguna rendija que queda abierta en un rincón de mi pecho.

El amor que no puedo dar me deja vacío y me ciega el deseo. Voy a contracorriente cuando el mundo me aconseja olvidarte. Y me pregunto por qué no quiero que cicatrice la herida que me provocas. Si todo me indica que debo lanzarme al agua y nadar buscando tierra en otra parte, ¿por qué mi estúpida tozudez suelta el ancla cuando apareces en mi mente?

No debería pensarte tanto.

El milagro de tu acento, con el que desafinas maravillosamente cuando cantas si la noche da lugar a lo imprevisto, me invita a ser valiente en un universo de cobardes. Parado en el tiempo si me dedicas un escrito, miro al resto del mundo, que no sabe tanto de ti. La gente no sabe de ti… De los colores, de amaneceres, de risas en la memoria, de inspiración, de la vida.

Los días se convierten en semanas y éstas en meses. Tus ausencias aumentan. Entonces invito a mis recuerdos a hacerme daño y el deseo se muere. Quería dejarte estrellas en las gavetas y cartas debajo de la almohada. Y sin embargo me siento como un loco que no quiere querer ya más y necesita del mar para curar sus heridas. No quiero seguir insomne de ti. Ni de nadie.

No debí pensarte tanto.

Aunque no lo entiendas quiero olvidarme de tu alma, acabar para siempre y no estar aquí. Doblar la esquina y partir el amor. Partir, soltar amarras y volar. Quise caminar contigo y en los pocos paseos que imaginé te quedaste atrás, entretenida con cantos de sirena y todo aquello que te llamó más la atención que yo. Mi amistad no pudo crecer y mi corazón quedó pequeño.

Seguro no me entiendes. No sabes de mis adentros, de cómo siento y de profundidades. Perdóname si vi el cielo abierto en una frase tuya una mañana, si avisté el paraíso en tu alegría, si quise que fuese para siempre una vez. Lo siento, no contaba con contar contigo y luego no supe contar sin ti. Me equivoqué. Todo esto lo quise a tu lado, pero no era tuyo. En realidad es mío, y si acaso será de alguien que sí se atreva.

No debo pensarte más.

sas

 

Aceptar lo bueno

¿Sabéis? Hay personas que no saben aceptar lo bueno. Que cuando les ocurren cosas positivas no las asimilan como debieran y eso crea barreras en ellas mismas. En ocasiones son gente que está tan acostumbrada a lidiar con lo negativo y luchar hasta darle la vuelta, que las veces en las que de manera natural llega a su vida algo favorable siempre le busca el fallo, como si se tratase de un error en el envío de un paquete. ¿Dirección equivocada? ¿Destinatario incorrecto? ¿Mercancía cruzada? Lo que sea; se empeñan en que algo no debe ser y actúan de modo erróneo inconscientemente a veces, y provocado en otras ocasiones, creando situaciones contraproducentes que pueden llegar a causar daños colaterales. Y, si por alguna razón no existe error y les llega lo bueno, piensan que no les toca, que no debería ser para ellas y/o que no se lo merecen. De modo que no lo reconocen y crean un extraño conflicto consigo que acaba agotándoles mentalmente.

¿Se imaginan un mundo así? ¿En el que sin desearlo te niegues de esa manera situaciones o elementos deseables? Pues es algo que se da. De hecho, creo que en algún momento de nuestras vidas muchos de nosotros hemos pasado por algo parecido, nos hemos comportado de aquella manera. Cuando es absolutamente innecesario.

Le sugiero algo a toda esa gente: que desde hoy se propongan cambiar la tendencia, su receptividad con respecto a lo que llega. Igual que le dan la vuelta a lo negativo para hacerlo positivo. Desde ahora, si algo es bueno, pues lo es, y no necesariamente tiene que haber gato encerrado. Yo siempre intento convencer al resto del mundo de que existe gente buena porque sí, que pueden ocurrir cosas buenas porque sí y que la vida tal vez de depare sorpresas buenas porque sí. Y es que las cosas buenas a veces pasan y solo hay que aceptarlas. Seamos agradecidos, no tontos, ¿les parece?

Sonrisa

No sé muy bien por qué he escrito esto, y por qué lo comparto. No es el típico post al uso. Tal vez porque pueda pensar que quizás en determinados momentos me suceda lo mismo. Tal vez porque igual existe algo o alguien que ha sido una de esas cosas buenas a las que puse pegas. Tal vez porque sin quererlo hice daño (colateral) en alguna ocasión con mi actitud debido a este comportamiento. O tal vez porque sí y punto, que igual no tiene que existir motivo para todo.

No hay que cuestionar tanto y sí fluir más.

Tú huyes. Yo me escondo.

Parece que ya hubiera pasado demasiado tiempo desde que la foto de aquel niño ahogado nos partiera por la mitad a todos. Poco a poco el drama de los refugiados va pasando a segundo plano en un mundo que avanza siempre con las prisas de lo inmediato, que olvida rápido y aunque aparente preocuparse, se ocupa muy poco. La noticia deja de serlo cuando lo extraño se convierte en habitual, y lo aceptamos como parte de la vida sin pararnos a cuestionarnos su lógica. Pero siguen muriendo cada día personas que solo aspiran a poder prosperar. Creyentes o no, a ninguno nos parece atractivo el infierno y corremos en busca de las puertas del cielo en la tierra, que el otro ya se verá si existe.

La huida de los refugiados debería seguir en primera línea, continuar siendo actualidad. Porque continúa ocurriendo. Todos los días. A todas horas. En cualquier lugar. Y sigue doliendo. A mí me duele. No sé a ustedes, pero a mí me duele. Muchísimo. Duele dentro, ahí donde no llegas a curarte y te asfixias.

Imagina un mundo en el que la única manera de vivir sea desertando. Dejando todo atrás, dejando tu lugar atrás. Imagina familiares que mueren: hijos, hermanos, padres, abuelos… Amigos que mueren. Imagina que no conoces otra vida, que ésa es la que existía desde que llegaste. La única. Imagina que con un poco de suerte, puedes correr, marcharte. Repito, con suerte. Porque hay quien no puede escapar. Que esa es otra… Imagina que tú, que has conseguido salir, ves como tu propia especie, tus iguales, te cierran el paso, poniendo excusas de mierda que únicamente esconden sus pocas ganas de compartir lo que tienen.

Imagina…

¿Sabéis? Nadie elige donde nace. Que tú seas español, por poner un ejemplo, es una casualidad. Cuestión de azar. Si cualquiera de nosotros pudiera decidir, no sería en Siria, ni en Irak, ni Sudán del Sur, ni en Somalia, ni en Palestina… Pero es ahí donde algunos ven la luz. Porque les toca. Y no por ello son menos. Son congéneres. Personas que habitan un mismo planeta, Personas con menos fortuna. Sin fortuna. Que, igual que el resto, buscan un futuro. Un futuro que en la tierra de sus antepasados no existe. En ese lugar el futuro es pasado.

Pero solo te ponen pegas por escapar de tu pesadilla. Y es que ni siquiera estás persiguiendo tu sueño. Solo corres.

Yo me avergüenzo y maldigo a todos los que tienen coartada, los que se exculpan alegando que las condiciones económicas no son las mejores, en que no pueden decidir por sí mismos al estar sometidos a un conjunto de naciones que deben ponerse de acuerdo en cuántos humanos se pueden salvar (¿CUÁNTOS? ¿Se trata de eso, de dar cifras, de ser un número y esperar que te toque la lotería de la salvación?), o en cualquier otra estupidez que les valga. Cualquier vida vale más que toda la burocracia mundial.

No me valen los pretextos. No me vale el «primero los de aquí»; que joder, también los de aquí. Pero es que quizás se pueda con todo. Pero eso no se mira. Solo el «primero los de casa». Ahora, que llegan además los de fuera. Porque antes, cuando te cruzabas con los de casa, mirabas a otro lado. Asco de sociedad. Asco de gobernantes. Asco de actitud.

A Syrian refugee kisses his daughter as he walks through a rainstorm towards Greece's border with Macedonia, near the Greek village of Idomeni, September 10, 2015. Most of the people flooding into Europe are refugees fleeing violence and persecution in their home countries who have a legal right to seek asylum, the United Nations said on Tuesday. REUTERS/Yannis Behrakis - RTSFW6

Tenemos un problema muy serio. Un problema de conciencia. Y afecta a toda la humanidad. A la que precisamente le falta eso, humanidad.

Estoy harto de que no hagamos nada. De que nunca hagamos nada. Estoy harto de mí mismo.

Ir a medias, no ir

Hoy me dirijo a ti, que una noche bajaste las estrellas para ella y pintaste un mundo de colores lleno de senderos por los que caminar de la mano. Invertiste tu tiempo en ganarte su corazón y conseguiste que decidiese pasar su tiempo a tu lado. Te entregó su cuerpo y su mente, su alma y sus labios. Sí, hablo contigo, la misma persona que hacía piruetas con la imaginación para contrarrestar la falta de recursos, con quien esperaba ansioso sus mensajes o llamadas. Contigo, maldita sea, ese ser humano al que se le dibujaba una sonrisa en la cara al despertar y leer sus buenos días, ese individuo que sufría sus ausencias y deseaba una próxima vez colmada de oxígeno para sobrevivir dentro de una realidad asfixiante. Te hablo a ti, que temblabas al girar la esquina de esa calle en la que habíais quedado para tomar café.

Ya no recuerdas cómo veías amanecer cuando mirabas al fondo de sus ojos, te has olvidado del miedo a encontrarla y no saber si podrías controlar las ganas de acercarte a su boca, olvidaste la magia del roce de su piel. Luego, la primera vez que se quedó dormida en tus brazos, el olor de su pelo, la camisa arrugada de andar por casa en la mañana y el calor de su rostro en tu pecho. Después, todas las noches en vela hablando de nada y de todo, arreglando una vida en común o los problemas universales. Las miradas cómplices, las canciones que hablaban de ambos y el fuego escondido bajo las sábanas.

Ya no te acuerdas de todo eso, ahora no te la ganas cada día… Ya no te vale aquello, es solo rutina y la emoción se ha diluido, de modo que dispones buscar en otro lugar. Eso sí, sin abandonar tu trinchera.

¿Por qué te has acomodado? ¿Por qué tus esfuerzos se mudan a otra parte?

Y es que de pronto deseas más, y el tiempo no da para tanto. Así que decidiste una tarde no bregar a diario. Pensaste que ya estaba hecho y te habías ganado la eternidad. Sin entender que el infinito se inventa cada día, se pelea cada día, para que se valore asimismo cada día. Mientras, jugando en otros jardines en las noches de rocío porque de pronto la rutina te ha comido la ilusión. Te ves apostando en la ruleta rusa del amor convencido de que tú sí podrás ganar a la banca. Pero no sabes que quien cree poder ganar ante ella, se engaña a sí mismo. ¿Merece la pena? ¿De verdad?

Y entretanto, ella sigue mirando por ti. Aunque por suerte, otros la miran a ella.

Tal vez un día vuelvas a despertar y desees volver a centrar tus ganas y sea tarde. Cada minuto que no le dedicaste fue un minuto en el que corrías un riesgo. Un riesgo hermoso, por otra parte, que en condiciones normales te mantiene alerta. Es el riesgo de perder. Ése que te empuja a ser diferente al resto, una mejor persona, a buscar su risa entre las sombras. Pero con un poco de suerte, alguien la habrá descubierto como en su día lo hiciste tú, aunque sin descuidarla como sí te permitiste. Y se hará justicia. Precisamente por no haber sido justo. Por no hacerle saber que te guardarías algo, que no era un todo o nada, sino un veremos. O por no confesarle tu desencanto, si se trata de eso, cuando éste llegó sin avisar.

engaño

Amigo, cuando se va, se va con todo. Y si no es así, mejor no vayas. Es mejor esperar a estar preparado que, como hacen tantos, tomar una carta de la baraja que te permita una buena partida en lo que llega la mano ganadora. A mí nunca me gustaron los que pretenden ganar con trampas.

Si vas, ve con todo. Si vas, sé honrado. Y si no, no hagas que se la jueguen contigo.

Mis primeras palabras para ti

Hola chiquitina. No me conoces, no me has advertido. Pero yo a ti sí. Hace unos días, a través de la pantalla de un pequeño monitor. Aun no estás, pero en realidad, sí que estás. Y nos veremos pronto. Yo de nuevo a ti, y tú por primera vez a mí. No creo que te enteres de nada, ni que recuerdes mi cara, pero ya me encargaré yo de que sea habitual para ti. Porque resulta que vamos a estar unidos. Por un hilo invisible e irrompible a pesar de la distancia. Y es que no viviré todo lo cerca que quizás me gustaría, pero estaré todo lo cerca que sea necesario.

¿Sabes? Tus padres se han encargado de hacerme sentir importante. Y, aunque no soy de demostrar emociones, el shock aun me dura pasados los días. Pienso en ello y no puedo evitar sentirme afortunado. Tu padre y yo no nos conocimos hasta hace unos años. La manera te va a resultar extraña, aunque seguro que reirás cuando te la cuente. No crecimos juntos, no fuimos al mismo colegio ni instituto, y tampoco compartíamos vestuario en un equipo de fútbol. Ni siquiera sabíamos de la existencia del otro. Y es que era complicado, estando separados por un pedazo de océano. Lo que quiero decir es que no soy un amigo de su infancia, ni parte de su familia (a pesar de que tengamos ambos la sospecha de que nos separaron de pequeños, otra historia que algún día habrá que explicarte), lo que hace que le dé más valor a lo que significa la amistad que mantenemos. Y a tu madre la he visto apenas un puñado de veces. Eso sí, las justas para saber de qué pasta está hecha. Por todo ello, que hayan pensado en mí para la responsabilidad que tendré contigo es motivo de orgullo por mi parte. Intentaré estar siempre a la altura.

Dicho esto… Te voy a dirigir mis primeras palabras, si me lo permites.

Fíjate en tu entorno. Ése que empieza en tus progenitores. Son el mejor ejemplo que podrás tener. Y pídeles consejo cada vez que lo necesites. No habrá nadie en este mundo que quiera más lo mejor para ti que ellos dos. Ten esto presente siempre. No existirá una persona que pueda amarte más que ellos, que sufran más por ti que ellos, que deseen verte brillar más que ellos. De modo que cada vez que dudes, que sean tu primera opción para aclarar tus pensamientos. No temas que no te entiendan, porque ya habrán pasado por cualquier edad en la que te encuentres, y han vivido lo que tú. Además, difícilmente encontrarás mentes más abiertas que las suyas, créeme.

Respétate y hazte respetar. Eres única. Irrepetible, inigualable. Que nadie te haga sentir menos de lo que seas. Márcate objetivos. Piensa en grande. Aunque no alcances tus metas, el intentar llegar lejos será una gran recompensa. Puede que esto no tenga sentido cuando lo leas, pero lo comprenderás pasado el tiempo. Te lo prometo.

Conoce gente y dales la oportunidad de que te conozcan. Ríe, vive, aprende. Cada día, aprende. De eso se trata esto. De crecer. Incluso cuando empieces a menguar, sigue creciendo. Piensa en ti, pero no olvides que convives con otros seres humanos. Sé eso, humana. Una personita, con todo. No te dejes accesorios. Sé consciente de lo que te rodea. Entiende que eres afortunada. Mantén tu esencia y que nadie te la robe. No cambies por agradar, ya que gustarle a gente por ser como eres es lo más grande que te puede ocurrir.

Diviértete. No sufras sin sentido. Y que no se te quede nada por hacer. Volver atrás y pensar que te dejaste algo produce sensaciones nada recomendables. Equivócate. Eso también es vivir. Pero edúcate con tus errores. Si algo te hace daño, no lo repitas. Si un camino es inaccesible para llegar al fin que te has propuesto, toma otro para alcanzarlo.

Da amor. Y acéptalo cuando te lo entreguen. Llena tu corazón. Sé feliz.

No quiero alargarme, ni resultarte pesado así de primeras. Tendremos tiempo para ello en el futuro. Ya lo verás. Pero antes de despedirme, una última cosa: yo siempre estaré para cuando me necesites.

Columpio

Nos vemos pronto, Tindaya.

Maldita distancia necesaria

De cuando dos se entienden y valoran, pero crece el sentimiento por una de las partes, solo por una. Una historia que se repite a menudo, aquí y allá, con diferentes protagonistas.

Una mañana él se dio cuenta. Lo que le ocurría, lo que descubría, quería contárselo, enseñárselo a ella antes que a nadie. Tratarlo, hablarlo… Siempre brotaba en su mente cuando se sorprendía con cada nueva revelación, con cada hallazgo. Desde lo trascendental a lo más sencillo. Cualquier detalle sin importancia sabía que iba a ser de su agrado, pues tenían tantas cosas en común que incluso llegó a asombrarse por ello. El deseo de compartir le reveló entonces que en sus ideas ella brillaba con luz propia y brotaba por encima de cualquier fantasía. Él no sabe por qué le sorprendió, pues todo en esa mujer apuntaba directamente a la base de sus cimientos.

El cambio propició que de pronto, motivado porque la pensaba más de la cuenta, los días acabaran pareciéndose demasiado a su reflejo. Había caído irremediablemente en sus manos y quería vivir. En solo un instante aquella muchacha dejó de ser una más, a pesar de que ella ni se inmutara. Era como si no fuera consigo, como si se tratase de algo trivial. No parecía percatarse de que el mundo se había frenado en seco. De un modo inevitable, se convertiría para él en el estribillo de sus mejores ratos y de pronto comenzó a descontar los minutos que precedían su siguiente conversación. Presentía adivinar sus gestos en la distancia y casi creía poder respirar el mismo aire que ella.

Una utopía. Ella no quería compartir su oxígeno. No con él. O, al menos, no así. A pesar de que le reservara en su mente una fracción de su tiempo cada día… Puedo llegar a asegurar sin temor al error que le consideraba su amigo, incluso tal vez, no cualquier amigo. De manera que igualmente, a ella él le dolía, solo que distinto.

Tras poner las cartas sobre la mesa, perdió claramente la partida. Boca arriba la bajara y una jugada que no admitía ni siquiera un farol. Consecuentemente, él debió alejarse. No importan las maneras, o lo adecuado del momento. Se presentaba una herida cada vez más enconada que no cerraba, y por la que se le escapaba el sentido sin querer. Correspondía huir, porque después de cada rato compartido, el vacío posterior lo volvía todo gris. Intentando salir ileso, acabó recogiendo los escombros de lo que quedaba tras el huracán de su musa. Mientras ella intentaba conservar todo lo bueno que creó aquel extraño vínculo, a él le pesaban cada una de las frases que deseaba decirle y ya no podía. De modo que a sabiendas de que le haría daño con sus palabras, las usó como lanza para atravesar su entereza, para romper su insistencia, para minar su paciencia. Y es que no, no podía flotar con ella cerca, no de ese modo, pese a que la chica se ofreciese a tender su mano si se hundía. Aquellas alas no soportaban el peso de todo lo que él aglomeró en su pecho. Tuvo que partir, sin consenso, sin conformidad. Era la única manera de que el tiempo y el espacio hicieran su trabajo y reparasen esa grieta por la que se le escapaba el alma.

Enfado. Decepción. Dolor. Rabia. Impotencia. Tristeza.

Maldita distancia necesaria.

Irse

Él ahora es mudo, sordo, ciego. Es invisible. Queriendo Sabiendo (no) estar. A una distancia prudencial. La correcta, la adecuada. La debida para no volver a mostrarle sus adentros, a diseccionar de nuevo su corazón. Aunque la justa para, si algún día a ella le duele el entendimiento o necesita de sus remedios, poder llegar a su lado en tan solo un suspiro.

Y hoy… Hoy él simplemente anhela algo que ella ya sabe. Que más adelante ojalá vuelvan a ser amigos, a hablar cada día y cada noche, a contarse y aconsejarse. Ojalá vuelvan a saber cómo hacerse sentir mejor, a alegrarse las horas y reírse de nuevo. Ojalá adivinen que vuelven a provocar la sonrisa del otro en la distancia. Ojalá todo vuelva. Él vuelva y ella vuelva. Sin saber de qué manera. Pero que vuelvan. Y sobre todo, que estén de acuerdo en el modo.

Porque él la echa de menos cada día. Y puede que, a su manera, ella a él también.

La historia de ellos. La historia de tantos…