Han pasado muchos años. Recuerdo que era primavera. Los días eran cada vez más largos y las tardes de sol daban para mucho. Da igual de qué manera la conocí y cómo empezamos a compartir ratos. Lo pasábamos bien hablando. Nos entendíamos. Éramos un poco compinches a deshoras, cuando la vida nos daba una tregua y olvidábamos la prisa de un mundo que no para.
Una mañana un mensaje de buenos días, una tarde un “tengo ganas de verte” y una noche un beso enviado antes de dormir. Todo de repente, sin avisar. Hermoso, solo que yo no estaba, o no quería estar así. Mientras crecían sus ganas el agobio me subía y cada vez más frecuentemente yo buscaba ocupaciones que me escondieran tras la cortina queriendo que el tiempo devolviera un estado que ya no regresaría.
Por entonces yo ya sabía que nuestra complicidad le vino grande y su mirada había cambiado. Le brillaban un poco más los ojos, aunque evitara contacto visual si la descubría observándome de cerca. Incómodo, di paso a la indiferencia, que consumió su paciencia y en un acto irracional brotaron reproches y deseos que yo no podía atender y tampoco entender.
Y pensé: “ella me quiere”.
Pero no. Ella solo estaba enamorada.
Son cosas diferentes que suelen confundirse.
Para querer a alguien esa persona debe dejar que la quieran. ¿De qué vale tener amor para otro si no puede entregarse? Puedes enamorarte y tener que tragarte tus mariposas. Han de dejarte querer.
Estaba enamorada, pero no me quería. Y ése era el problema principal. Ahí nos confundimos todos, no solo yo. Claro que comenzó a hacer cosas que me incomodaron, claro que aparecieron altibajos en su mente, claro que su rabia me hizo daño. Ella no me quería. Aunque solo porque yo no la dejé hacerlo. Pero ella quería quererme, convencida. De tal forma que llegado a un punto de no retorno su fracaso cambió el decorado. Lo que para mí era azul se tiño de un gris incomprensible (no quiero ni imaginar sus colores), nubes donde siempre brillaba el sol (no quiero ni imaginar su cielo).
Sofoco en mi garganta. La di de lado. Nos alejamos.
La alejé…
Pero dicen que el karma existe, y siempre aparece.
Años más tarde, en otro escenario, me tocó interpretar el papel que no entendí antes. Al otro lado del decorado me descifré deseando darle lo mejor de mí a otra persona, aspirando a compartir más tiempo, suspirando por más buenos días y buenas noches. Mas al querer crecer solo yo, desesperación, impotencia, incomprensión. Era yo ahora el que actuaba de manera absurda. Haciendo cosas que solo podrían alejarme.
Y me di cuenta de lo que ocurría.
Estaba enamorado. Pero no me dejaban querer.
Frustración.
¿Cómo se le pide al alma que deje de sentir lo que siente? ¿De qué manera se controla lo que no es controlable? La mayoría de las veces no sabemos. Y nos volvemos seres ilógicos.
Entonces fui yo el ilógico.
…
Da igual.
Yo no he vuelto a saber de ella. Espero que le vaya bien. Pero si en algún momento nos volvemos a encontrar, le diré que he aprendido. Que ella no fue, pero que quizás si descubro de nuevo en otra parte las ganas que ella tuvo, abriré la puerta y dejaré entrar a quien las traiga, aunque luego no se quede… A pesar de que probablemente no se quede.
Pero abriré la puerta.
Y es que, ¿quién sabe? Tal vez si de veras alguien está tan empeñado en hacerte feliz, puede que quizás lo consiga…