Duele.
Es como una muerte.
O peor.
Porque tienes que vivir de otro modo.
Cuando no fue la naturaleza quien te apartó.
Sino ir justo en contra de la tuya.
Duele.
Da igual quién tenga razón. Lo duro es la pérdida. Porque eso es lo que daña.
Nos pasamos la vida esperando un fallo del otro. Como si tú no fallaras.
Todos fallamos. Somos humanos.
¿Qué es lo importante?
Lo verdaderamente importante, quiero decir.
No, no es tener razón o dejar de tenerla.
No es sentirse legitimado para tomar una decisión.
Lo importante es lo que dejas de tener al decidir enfrentarte a alguien.
Culpar a alguien.
Apartar a alguien.
Lo importante es lo que tachas.
Como si no perdiésemos nada.
Y perdemos tanto…
Elegimos creer palabras de terceros y no preguntamos directamente.
Preferimos crear una estúpida película que justifique nuestros actos.
Resulta más sencillo romper por esa grieta que asoma a poner un parche sobre ella.
¿Qué demonios ocurre? ¿Acaso no había confianza?
¿Eso es lo que te ha importado?
¿Dónde queda lo que compartes?
Esos ratos en los que no hay nadie más y solo ustedes comprenden.
Donde desnudas tu alma, cuando hablas a pecho descubierto.
Y confiesas todo eso que no eres capaz de hablar con otra persona.
Porque ésa es la persona que entiende tu mundo interno.
¿Te sientes bien al perderla?
Quizás tienes miedo. Miedo a que desaparezca ese secreto tan bello.
Y cuando deja de ser un secreto, lo pierdes.
Porque la magia no se cuenta, es un susurro.
Y luego… Cuando las dos partes se alejan todo se llena de vacío.
Vacío al llegar a casa.
Vacío por las mañanas.
Vacío en una cabeza llena de recuerdos.
Y si te sientes atacado, brota el orgullo.
Dices que jamás perdonarás.
Y que al otro le toca pagar.
Las cuentas a la larga siempre son a medias.
Pero tú has decidido levantar un muro de silencio.
Y te prometes que no volverás a asomar por la mirilla.
“Ha de ser así, me ha hecho daño”.
Deja de contar todo lo que cuenta.
Un minuto de enojo puede acabar con un año de cimientos.
Cimientos conquistados a base de alientos y presencia.
Siempre uno gana y el otro pierde.
Es mentira.
Puede parecerlo al principio.
Mientras dure la incoherencia.
Pero en la mayoría de los casos, se pierde en ambos lados.
Porque se deja de tener tanto…
Solo que no te has parado a pensarlo.
Y te dedicas a correr
A darte más prisa.
Más gente.
Más ocupar el tiempo.
¡Qué no pare la vida!
“Yo aquí no me quedo.
No en mi memoria.
Tengo demasiado por hacer, demasiado por vivir.
Demasiados retos, demasiados viajes.
Demasiado.
Y no.
No era tan importante.
Tal vez jamás lo fue”.
Da igual que todo lo que anhelas un día se lo hayas contado a quien queda atrás.
Todos tus sueños a quien queda atrás.
Te voy a decir algo, en voz baja:
No da igual.
Nunca da igual.
Aunque aprendas a vivir con ello.
Que aprenderás.
Otro cantar es que valga la pena.
Pues ha dejado de valer la alegría.