Amor, el propio

Lo siento. Me enfadan esas actitudes. Las de no saber quererse. Las de las personas que no ven más allá e insisten en lo mismo, todo el tiempo, de cualquier manera.

Me refiero a la gente anclada a “alguien especial”. Que no es malo… Salvo que para ese alguien tú no seas más que una carta de su baraja, más bien un entretenimiento pasajero, un rato de su tiempo. Hoy pienso en el caso de una chica que una amistad común me ha comentado. Es la situación de esa persona, pero es que también ha sido alguna vez la de todos. O, al menos, la de muchos. Pero solo la advertimos desde fuera. Y yo (también) he estado en ella…

Dos veces. Dos he creído que no había alguien igual en el mundo. La primera es comprensible, pues fue mi primer amor, y todos sabemos lo que es eso: descubrir cosas nuevas, vivir sensaciones hasta entonces desconocidas, desplegar las alas que no sabías que tenías… Todos tenemos un primer amor. Ése que normalmente no sale bien. La juventud, la inexperiencia, la inseguridad… Lo bueno de esta aventura es que, una vez pasado el tiempo, solemos sonreír cuando miramos hacia atrás, por la ternura que te inspira. La otra persona, y ese joven tú.

Luego está esa persona. La que aparece cuando ya has alcanzado cierta madurez. El amor de tu vida hasta que se demuestre lo contrario. Y a pesar de que las probabilidades de éxito son mayores, tampoco tiene por que acabar en triunfo. Ahí entran determinados factores a tener en cuenta. El más importante se llama reciprocidad. Me explico, porque aquí radica todo. Habitualmente hay alguien que, por decirlo de algún modo, toma las riendas de la relación. Marca un compás y la otra mitad camina a su lado. Cuando eso ocurre, genial, pero cuando no pueden pasar dos cosas: que uno se dé cuenta de que no marcha y decida parar o que estés cegado y sigas adelante. Éste es el caso que me pone de mal humor. El de la no reciprocidad.

Justificamos cualquier cosa y siempre disculpamos actitudes que para otros (generalmente nuestras amistades y/o familia) no son correctas. Inclusive dándonos cuenta, seguimos empeñados en que ésa es la persona adecuada, la que queremos, la que nos va a hacer felices. Aunque vivamos en nuestras propias carnes desencuentros, advirtiendo que no se nos da el lugar que nos corresponde, o el valor que tenemos. Eso sí, a la otra parte le interesa tenernos ahí, por eso de jugar con red. Y nosotros nos mantenemos en nuestros trece. “Ha sido mágico”, pensamos, sin tener en cuenta el tiempo verbal que usamos. Y se extiende en el tiempo, como un chicle que se puede estirar hasta el infinito sin que se rompa, creemos que vamos a hacerles cambiar de parecer y que las cosas volverán a ser como en ese momento puntual. ¿Y sabes? No. No lo va a ser porque ya ha dejado de ser natural; no lo va a ser porque el esfuerzo de uno será el que tienen que hacer dos; no lo va a ser, y si lo va a ser, será porque otras opciones (oh, sí, otras opciones, no nos escandalicemos, porque en el 90% de los casos es así y lo sabemos aún negándolo) no le han salido como esperaba.

Una vez escribí que mientras tú estás pendiente de alguien que a su vez lo está de otra persona, existe una tercera pendiente de ti. Solo que no vamos a tener la oportunidad de descubrir si merece la pena mientras tengamos en nuestra mente a ésa a la que idealizamos constantemente. Que yo tampoco creí, en su momento, que algo pudiera ser mejor (incluso igual) con otras personas que vinieron después de aquellas dos “grandes aventuras”. Y me equivocaba. Mucho. Muchísimo. Aunque durante mucho tiempo me costó verlo.

20060814082525-hayunaplaya5

Solo me queda decir que toda pasión empieza por uno mismo, que el amor propio debe ser el primero, de manera que quien camine luego contigo no lo haga adaptándose a ti o modificándose. No. Que sea porque de verdad te acepta, y no tiene una lista en la que eres la tercera, segunda o, poniéndonos en lo mejor, primera opción, sino que carezca de lista, y solo haya una opción para sí, que es la tuya, que eres tú. Está en tu mano insistirle a quien no te cuidó o abrirte y hacerte visible para quienes apuesten solo a una carta contigo. Sin ases en la manga ni trucos de trilero.

 

PD: este texto está incluido (ligeramente modificado) en el libro “Cartas a Destiempo”. Disponible, aquí: https://www.amazon.es/Cartas-destiempo-Jacobo-Correa/dp/8491601228

Renacimiento

Ésta es la historia de un muchacho que había olvidado sentir, pero que se curó sanando…

Se conocieron por casualidad. Aunque realmente no es así. Supieron de la existencia del otro, que no es lo mismo. Buena sintonía propiciada por intereses comunes crearon un vínculo de amistad fuera del círculo habitual de cada uno. Conversaciones distendidas que lograban evadirlos de la realidad y les daban un enfoque de la vida que no iba a ser parcial, pues no estarían condicionadas por intereses, ni viciadas por un mundo repetido hasta el infinito. Ratitos de escape, tiempo desocupado a rellenar. Ni más, ni menos.

Hasta que de pronto, un día él la vio sangrar. Reconoció sus heridas en ese espejo y en una noche de arrebato creó en papel virtual un apósito para ella, una venda para un alma que en aquel instante amagaba teñirse de gris. Y no, no esperaba nada a cambio.

Por entonces él había dejado su esencia a un lado, cambió su forma tiempo atrás. Recubrió su corazón con cemento y, aunque seguía pensando en los demás, comenzó a existir de otro modo. Sin arriesgarse, sin grietas, sin daños. Sus entrañas ya no eran cosa de nadie; terreno vedado para quien quisiera acercarse a comprobar si conservaba el pulso tras su piel. Más tranquilo, más seguro, más confiado… Menos vulnerable. Jamás expuesto.

Pero poniendo tiritas en interior ajeno, fue sonriendo a sus propias cicatrices. A medida que ella se sentía mejor, él llenaba su espíritu; y poco a poco, su armadura alumbraba fisuras por las que el brillo de esa otra persona penetraba, debilitando una coraza algo oxidada, que si bien le había defendido del daño foráneo, negaba el paso a pasiones potencialmente peligrosas para su cordura.

Una tarde, ella intuitivamente le preguntó directamente si quería hacerle saber algo más, y su evasiva fue tan sorprendente para sí mismo como la certeza de que todo había cambiado. No quería, claro que no. Pero una cosa es querer y otra despertar. Aseguró que no, impulsado por ese ánimo de sobreprotección forjado a la fuerza día tras día. Pero pensó que sí, queriendo saltar al vacío. En ese momento entendió que aquella madrugada, tras esas líneas trazadas de remiendos, él comenzó a modificar su interior. Y en el momento actual, hubiera deseado cambiarse por ella, pasar por todo aquello con tal de mitigar el dolor que la tuvo presa. Recuperándola, ella sin pretenderlo también lo había rescatado a él, poniendo otra vez en marcha el motor de sus aspiraciones.

De repente, él volvía a respirar

Hoy las aguas han vuelto a su curso, él la observa desde la distancia por si ella precisa de su presencia. Le prometió un día que no la dejaría caer, y así será, para siempre. En el fondo, le alegra que no lo reclame, pese a que sin su figura le faltan cosas y los espacios reservados a deshoras ahora queden huecos. Porque sabe que esas alas rotas han vuelto a brotar. Y no ambicionaría otra cosa que saberla riendo, de nuevo inhalando a todo pulmón, comiéndose el mundo como siempre hizo, con actitud guerrera.

Él, por su parte, sabe que vuelve a estar preparado. Que su pasión no había desaparecido. Simplemente estaba dormida, esperando el rescate de quien de verdad valiese la pena. Y, aunque tal vez ella haya pasado, consiguió que renaciera. Es algo que él nunca olvidará. Y es que ha vuelto a la vida.

Y vivir es increíble.

Cima

Te miro de lejos

Te miro de lejos y en silencio. ¿Cuántas veces que me he aprendido de memoria las líneas que dibujan tu interior y el milagro de una personalidad que tira abajo mis muros y hace inútiles mis trincheras? Peleo con mi cabeza y me enzarzo en el mar de dudas de mis sentimientos. Necesito urgentemente explicarte que has abierto mi alma de nuevo; pero que mi lado salvaje, ése que me hace saltar al vacío cuando se trata de arriesgar en otros campos, también me frena cuando siente que puedo perder. Y no quiero perder, aunque confieso que me dejaría vencer, si se trata de ti. No quisiera perder tus ratitos. Esos que ahora, quizás intrascendentes pero emancipadores, tenemos cuando coinciden nuestros desvelos.

Voy recogiendo tus pensamientos y me los guardo en el bolsillo de lo importante, cuento los millones de minutos que mi almohada almacena cuando mi insomnio sabe que algo no te va bien y no soy capaz de ayudarte, o no me dejas hacerlo. En cierto modo, eres una contradicción en ti misma. Pero me asombra tu espíritu. Eso a mí me puede. Me ganan las personas fuertes y nobles al mismo tiempo, con carácter y también corazón. No abunda la gente auténtica. No son comunes los seres humanos que despierten en mí ese interés. Los que me cautivan con la mente.

Y es que en la mente reside todo. En que me sobrepases y saques de mí lo mejor para hacerte frente en tus diálogos o estar a la altura. En un mundo de conversaciones vacías, hallo en ti sustancia en las frases que escribes o pronuncias. Por eso te advierto hermosa. Estás provista de una belleza diferente. Me derrotas de otra manera, menos habitual. Por tu fortaleza; derribando cada muro que pretenda no dejarte avanzar. Por tu actitud; siempre de frente cuando hay que dar la cara. Por tu independencia; no necesitas a nadie para ser grande. Por tu integridad; las injusticias no se llevan nada bien con tu espíritu. Por tu altruismo; pendiente de los demás sin requerir cuidados que a veces necesitarías. Y por un millón de cosas inusuales en un mundo donde abunda lo común.

Yo te diviso de lejos y admiro todas esos elementos que saltan a la vista cuando miras por dentro, a lo que importa. Te contemplo callado, dejándome sorprender una y otra vez por tus entrañas, por eso que solo se ve cuando se observa lo esencial, lo que nos hace únicos. Que no es una fachada, por brillante que sea; ni es una posición, por elevada que se encuentre; y tampoco una profesión, por apasionante que resulte. Lo que somos está adentro. Para conocernos, hay que mirar a los ojos, pero más allá de ellos. En tu caso, lo que deslumbra por fuera solo es una proyección de lo que hay en tu interior. Todo aquello que quiero seguir observando. Y es que lo expuesto aquí es solo una pincelada de un lienzo sublime. Por eso, yo te miro de lejos. Por eso, yo te miro en silencio. Sin ganarte. Sin perderte, a pesar de que quizás lo esté haciendo ya un poco cada día.

horizonte

Yo te miro de lejos. En silencio.

Ojalá más amor incondicional

«Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales». Inmanuel Kant.

Dos meses. Una pata rota. A su suerte en la puerta de una clínica veterinaria. Seguramente abandonado por no ser un perro de raza. Arreglar una fractura conlleva un gasto, y la persona que le dio la espalda tendría otras prioridades en ese momento. Aunque pueda no parecerlo, éste es el comienzo de una historia de amor verdadero…

Hoy ella juega con él en la cama, donde lleva retozando varias horas. Una mano traviesa se esconde debajo de las sábanas y llama la atención de ese revoltoso que cumplirá pronto nueve años, todo un señor. Mueve la cola mientras trata de adivinar el próximo movimiento, con la desventaja de no saber por dónde asomará esa presa ficticia que trata de capturar. Al fin, ella le muestra la palma, y tras recibir una suave mordida, gime fingiendo un dolor que más bien le da risa. Él suelta, y tras una breve mirada, acaricia con su lengua los dedos de su amiga. Amor. Amor de verdad. Amor incondicional.

Han pasado ya muchos inviernos. Una joven descubre que hay otro animal desamparado. No es el primero, ni será el último. Días atrás el timbre del veterinario de su pueblo había sonado, y en la entrada se encontraba él: pequeño cachorrito blanco de orejas negras y mirada auténtica. Ella planea una visita para aliviar el dolor de ambos. No soporta saber del sufrimiento animal y entiende que él agradecerá unas caricias sinceras. Flechazo. A casa juntos, su hogar definitivo. La mejor decisión de su vida. El mejor momento de la vida de ambos.

Golfillo

Un muchacho con suerte. Una chica afortunada. La historia de un amor inmortal.

Mientras, en el mismo mundo, a diario leemos noticias tristes. El pan de cada día en una sociedad enferma. Absuelto un hombre que castigaba a su mascota echándole sal en los ojos, una perrita encerrada en un coche a más de 40 grados, un cachorro lanzado desde un segundo piso, animales muriendo asfixiados en centros comerciales, en tiendas donde olvidan que ellos también beben y necesitan que el calor recibido no sea precisamente el provocado por la falta de aire, el de una nula ventilación. Estamos en verano, época favorita del año. Vacaciones en familia. Solo que algunos no entienden que ellos también son familia. Abandonos, y albergues al límite de su capacidad, desbordados, superados. Tristeza en las calles. Dolor en un asfalto caliente de día y lúgubre por las noches.

Lo siento. No entiendo a las personas que quieren a un perro de determinadas características, despreciando a aquellos que no llevan pedigrí en su ADN. Al igual que nosotros, debajo todos ellos comparten lo mismo. Asiático, caucásico, negro o albino: todos con un corazón y dos pulmones, sangre roja y un cerebro, ojos para ver, oídos para escuchar, tacto para sentir. Del mismo modo, tras esos pelos más o menos desordenados, los suyos, hay tanto cariño que no sé a ciencia cierta cómo les cabe dentro. Quien no ha tenido nunca una mascota, no conoce el amor de verdad.

Dos realidades. La historia de un can venturoso, las historias de tantos desvalidos. Yo sé cuál prefiero, cuál pretendo…

Ojalá cada día fuese como aquel de 2006. En el que aquella joven conoció a quien más alegrías le proporciona y más seguridad le trasmite. Ojalá cada ser humano pudiera sorprenderse una y otra vez, como le ocurre a ella, con ese sexto sentido animal que adivina estados de ánimos y actúa en consecuencia. Ojalá más recibimientos desbordados, más besos espontáneos, más mimos sinceros. Ojalá más personas como ella, y más fortunas como la de ese pequeño desamparado.

SeñorGolfo

Ojalá más humanidad. De esa en la que nos aventajan ellos. Ojalá más amor. Del que son unos maestros. Y menos mirar para otro lado. Ojalá más responsabilidad.

«La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados». Gandhi.

Comportamientos aprendidos

¿En el trabajo la gente hace las cosas de la manera correcta porque es la propia o porque les están supervisando? A veces se trata de lo que proyectemos a la otra persona implicada. En este caso, a un responsable, a alguien que está por encima en la empresa en cuestión. Y es que casi siempre, cuando hacemos algo, esperamos respuesta de otro implicado: aprobación, consentimiento, atención, afecto… Se trata de provocar un sentimiento, una reacción. En el trabajo y en la vida. Un niño llora porque quiere comer, más adelante por obtener algo y luego aprenden que con determinados comportamientos conseguirán lo que desean. La cuestión es hasta cuándo un ser humano puede mantener esa actitud.

Queda más o menos claro, que de un modo u otro que todo tiene relación y que la postura que alguien tenga repercute en un segundo actor. Una acción conllevará una reacción. No hay más. Así de simple. Hacer algo esperando una respuesta por parte de otro.

Partiendo de lo expuesto, creo que absolutamente todos en algún momento de nuestra vida hemos sido egoístas, poniéndonos por delante del resto para conseguir lo que hemos deseado. Es algo innato en el ser humano. Hacer lo que hay que hacer para lograr un objetivo. El asunto es que tal vez no sea un juego limpio. No cuando una forma de actuar implica condicionar la vida de otro sujeto. No cuando entramos en el terreno de la manipulación.

Algunos individuos reconocen que ciertas conductas harán que puedan lograr de otros lo que desean. Consideran que todo vale si logran su fin. No piensan en que implican a otra parte solo porque quieren algo. Yo lo llamo egoísmo social. Y engaño. Engaño propio, sí. Pero sobre todo engaño emocional. Como cuando somos pequeños, asimilamos que determinadas maniobras provocarán en el receptor una acción que es la que deseamos. Pero siendo mayores y con cosas más serias en juego… ¿Es también la que ellos desearían? Eso ni se plantea. Tampoco importa si se le roba la energía a quien sufre este trato, que poco a poco vayan minando su paciencia o que anulen su persona. ¿Para qué? Si ellos están logrando lo que deseaban…

Me canso de ver personas vinculadas a otras porque estas últimas saben lo que tienen que hacer, qué tecla tocar. Saben hasta dónde pueden tensar la cuerda, llegando siempre a un punto límite pero sin que llegue a romperse. Así no hay desapego, y una especie de nudo invisible priva de la libertad a quienes, condicionados por ciertos actos, sienten que deben mantenerse ahí, que tienen que permanecer ahí. Y casi nunca lo merecen.

Hacerlo es rastrero. Sufrirlo un sinvivir. Distinguirlo desde fuera, desasosegante. Todos hemos estado en alguna de estas situaciones. O en dos. Incluso puede que en las tres. La idea es reconocerlo lo antes posible. Te encuentres en la posición que sea. Y pararlo.

Careta

Igual la clave sea tratar de ser íntegro. Tratar de hacer lo justo. Sin pensar en el propio beneficio, sino en lo correcto. Nos iría mejor a todos. Le iría mejor a los demás.

A pesar de todo, que te vaya bien

Antes de empezar, advertir que este post es diferente…

Hoy esto que escribo te lo dedico a ti.

No hace falta que te demuestre lo mucho que te quise. Creé a partir de ti un mundo de azul y esperanza. Te di lo que llevaba dentro hasta vaciarme del todo. Quise que crecieras, que te convirtieras en huracán y arrasaras con los infortunios. Deseaba verte volar y que llegaras a tocar las estrellas con las yemas de tus dedos. Sé hasta dónde influencié tu cambio. Creíste en tu persona como jamás imaginaste y diste pasos de grandeza, uno tras otro.

Un día las cosas se torcieron. Tú tropezaste y yo renegué. Aunque al cabo de un tiempo, puse un parche en mi corazón y tendí mi mano. Yo también me había equivocado antes. No de ese modo, pero había errado. Y partí de cero de nuevo. Como si no hubiese ocurrido nada, aunque sí. Yo había dejado de ser yo mismo cuando cedí ante una herida de ese calibre. Y tú ya te sabías con el poder de controlar la situación, por mucho que yo hubiese resistido.

Andamos un tiempo como si todo fuese igual. Por fuera. Tus desprecios crecían de manera exponencial mientras otros aspectos de mi vida me habían hecho pequeñito. Nunca me sentí tan solo como contigo en aquella enorme cama que compartíamos. Aun con todo, seguí remando. Hasta que dije basta.

Idas y venidas que se alargaron en el tiempo. Mientras tú quisiste. Una tarde, creyendo arribar de nuevo a tu puerto con todo, me trataste como a un polizón de poca monta. Y yo entonces obré mal. Cuando te clavan una segunda daga en el alma la razón no ayuda a la paz interior. Y dije cosas que no debía, actué de manera irracional. No lo justificaré jamás, aunque tú hayas puesto una lupa de gran aumento en mis erratas, o inventaras otras muchas que jamás se dieron. Durante más de un año desmentías ante el resto del mundo cosas que solo tú y yo vivimos en tu transición afectiva. Y es que yo seguía estando cuando tú así lo requerías.

Pero una noche la tormenta paso. Y yo seguí de largo.

Hasta que quisiste desatarla de nuevo poniendo en medio a personas otrora comunes en nuestras vidas y al nuevo guarda a tu servicio, falseando testimonios y creando una burbuja tan irreal como tu ejemplo. Yo en momentos muy lejanos lo había hecho mal también, pero nunca quise herir a conciencia. Te fue bien esa estrategia. Perdí la guerra de los sentidos y lo dejé estar cuando adiviné que esto no acabaría jamás.

Sin embargo, cuando comprendiste que yo ya no estaba, intentaste de nuevo llamar la atención, esta vez con apariciones y desapariciones esporádicas en mi mundo virtual. Yo creía que era pasado. Hasta que días atrás, de nuevo la enésima solicitud. Yo ya no guardo rencor, ni resentimiento, así que acepté pasado un tiempo tu demanda. Admitida, con la misma celeridad desapareces.

La realidad es que poco me importa. Que si acepto tus (no) acercamientos es porque todo queda muy atrás y ya no me dueles. Desde hace tanto no me dueles… Solo que yo siempre querré que te vaya bien. A pesar de todo. Solo te pido que no sigas actuando de esta manera. Que si quieres algo de mí, que sea de cara. Yo te mostraré mi vida aunque algunos círculos de mi ser ahora veten tu asistencia, aunque aquellas llaves que sangraban ya no volverán a ser tuyas. Pero, de otro modo, estaré.

Porque, a pesar de todo, yo siempre querré que te vaya bien.

Ojalá algún día seamos capaces de tomar un café y hablarnos como personas.

Café

Perdón por esta entrada. Era necesaria, para no ahogarme.

Sálvate

“Nadie puede salvarte sino tú mismo. Y mereces salvarte. No es una guerra fácil de ganar, pero si algo merece la pena ganar es esto”. Charles Bukowski.

A todos nos pasa que hemos tenido una relación afectiva que nos cuesta mucho abandonar definitivamente. Por un motivo u otro, volvemos a intentar confiar en alguien que en su momento nos hizo sentirnos especiales, pero que acabó fallándonos. Damos la cara por esa persona ante terceras que no ven con buenos ojos su regreso. Tendemos a ver lo positivo de lo que en su día vivimos, esos instantes de plenitud que nos acercaron a las estrellas por segundos. El roce de su piel, sus palabras al oído, simplemente esa presencia.

Con el paso del tiempo, a veces ocurre que nuestra mente aparca los malos recuerdos, quedándose con lo bueno y haciéndonos dudar de la que en su día fue una decisión meditada, consciente y segura. Por algún motivo decidimos parar, aunque ya no lo recordamos. Nos faltan esos ratos en compañía, y evocamos a nuestro satélite más preciado, a quien estuvo durante el espacio temporal más largo, o más intenso. Nos sentimos únicos entonces y queremos rememorar esa sensación.

Pero… ¿Puede ser con la misma persona? Es poco probable. Ojo, no digo imposible, pero sí poco probable. Cuando somos capaces de ordenar nuestra mente, despejamos dudas al respecto. Mas no siempre ocurre. Normalmente las mejores personas son las que caen de nuevo, las que siempre tienen otra mejilla que poner. Anteponen la felicidad externa a la propia, porque de algún modo son capaces de filtrar un extraño sentimiento de culpa. En algunos casos, ven a esa compañía del pasado en un mal momento y no son capaces de soportarlo.

Existen seres que quieren hasta el extremo. Estiman profundamente. A otros individuos, a su trabajo, a sus pasiones, a cualquier otra cosa, menos a ellos. Capaces de amar de una manera sobrenatural, solo que no a sí mismos. Y esto es un problema. A la larga se hacen daño, siempre innecesario. Yo les propongo una pregunta a esa gente que esté planteándose dar un paso atrás, devolver al presente su pasado y optar por revivirlo en el futuro. La cuestión que debes hacerte, querida amiga o amigo es la siguiente: ¿es esa persona mejor que tú?

Y es que yo creo que debemos aspirar a estar con alguien siempre mejor que nosotros, que no piense de manera egoísta, que no se acuerde cuando nos necesita, que no tenga miedo, que se la juegue siempre por nosotros y no solo cuando nos ve como un caballo ganador. Alguien que no ponga excusas a su pasión. ¿O no vas a cumplir tú todas esas premisas? Yo creo que sí.

Nunca es demasiado tarde para tomar mejores decisiones. La primera podría ser valorarte por fin. Quererte tanto como has querido a otros. En esta vida solo estás obligado a soportarte a ti mismo, que para piedras ajenas no hay capacidad en nuestra maleta.

Voy a finalizar este post con un párrafo de un escrito del genial Charles Chaplin:

“Cuando me amé de verdad, comencé a liberarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama amor hacia uno mismo”.

Amor propio

Dedicado una mujer con un corazón demasiado grande, que nunca usa para sí misma.

Esclavo (del pasado) o arquitecto (del futuro)

Existe una antigua historia oriental que cuenta que un elefante recién nacido es atado a una cuerda muy fina amarrada a una pequeña estaca. Durante los primeros días de vida, el animal, aun bebé, tira de la cuerda tratando de liberarse, sin conseguirlo. Lo intenta una y otra vez durante sus primeras semanas de vida, cuando las fuerzas no son todavía suficientes para poder soltarse, y termina quedando dormido al término de cada intento. El elefante, poco a poco se hace mayor, hasta alcanzar un peso considerable, con la consiguiente potencia que atesoran los paquidermos adultos, y sorprendentemente sigue atado a aquella cuerda. El motivo no es otro que el darse por vencido en un momento dado, pensando que sus intentos serían en vano para siempre. Se rindió un día y aceptó vivir el resto de su vida privado de su libertad.

Ahora pensemos en nosotros. ¿A que nos suena de algo? ¿Cuántas veces dejamos de intentar cosas porque en el pasado no nos han salido como hubiésemos querido? En ocasiones, tenemos los medios de los que en su momento no dispusimos, pero no los aprovechamos. ¿Para qué, si no me salió antes?

En nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en nuestro día a día… Somos esclavos de nuestra mente, cuando en realidad tenemos libertad absoluta para actuar, para reiniciar, para resetear. Condicionados por un pasado que ya queda muy lejos del momento actual, y que en su día no nos permitió hacer lo que deseábamos o ser como nos hubiera gustado. Abrazamos la resignación y seguimos andando sin esas ilusiones que un día tuvimos.

La mayor parte de las veces, es porque dejamos de insistir.

«Cuando nada parece ser de ayuda, miro a un picapedrero golpeando la roca tal vez hasta cien veces sin que aparezca ni una sola grieta. Sin embargo, al golpe ciento uno la rompe en dos. Sé que no fue ese último golpe el que la partió, sino todos los anteriores», Jacob Riis. Este frase se ha convertido en un lema que puede leerse en la entrada del vestuario de San Antonio Spurs, equipo 5 veces campeón de la NBA. Lo pidió su entrenador, alguien que lleva en su puesto más años en los que ha mordido el polvo que los que ha saboreado la gloria. Pero no se rindió. Llevado a su terreno, decidió no ser esclavo. Nosotros también podemos elegir en nuestro campo, en lo que hagamos, en lo que queramos ser, en lo que anhelamos convertirnos. Debemos intentar alcanzar nuestras aspiraciones. Ser arquitectos de nuestro futuro.

En la vida podemos ser como el elefante, o como el picapedrero. Podemos rendirnos, o buscar las condiciones propicias, y seguir picando la piedra hasta que ésta, en un momento dado, por fin se rompa.

Spurs-Championship-Banners-800x800

¿Y si..?

¿Te has preguntado alguna vez si se te ha quedado algún “y si” por el camino? Estoy seguro de que la respuesta es afirmativa. Y el problema no es que haya ocurrido, pues es algo inevitable. Lo malo es que te siga sucediendo hoy en día, cuando se supone que deberías haber aprendido algo del pasado, de tus errores, de lo que dejaste ir.

Supongo que entran numerosas variables en la ecuación. La losa más pesada es nuestra zona de confort. Ésta nos invita a conformarnos, a que nos valga el simple aprobado cuando deberíamos aspirar al sobresaliente. Pero es que a veces, ni siquiera tenemos ese aprobado. Seguridad ante el riesgo. Thimothy Ferriss, en una de sus charlas dijo que “la gente elegirá la infelicidad sobre la incertidumbre». Incertidumbre. Cuánto miedo da esa palabra, esa sensación. No queremos ser trapecistas sin red, así que andamos un camino monótono porque es el sendero por el que hemos vagado toda la vida. Y con esto me refiero a tener una pareja estable, un trabajo seguro, los amigos de siempre… Una vida estándar.

Hay personas que lo soportan invariablemente. Otras que reaccionan tarde. Y pocas que se la juegan desde que ven que hay algo más. Éstas son las que normalmente suelen triunfar. Y gente, el que no arriesga, no gana. Vale que igual te la pegas, pero sabrás con toda seguridad que hiciste lo correcto. Esto es, el desasosiego no te va a devorar por las noches.

¿Y si hubieses aceptado aquel trabajo que tanto te entusiasmaba, pero rechazaste por no perder el que ya tienes? No sé si habría durado, la verdad. Y en términos económicos o eventuales quizás la jugada a la larga no te hubiese salido como esperabas. Aunque durante un tiempo te garantizo que habrías sido feliz. Y es que la felicidad no es un estado permanente, sino momentos. Podría haber sido el trabajo de tu vida, o solo transitorio; de un año o unos meses. Pero habrías sido feliz. El simple momento de elegir el cambio te habría hecho sentir vivo.

¿Y si te hubieses lanzado a por esa chica (o chico) que de repente hizo temblar tus cimientos? Es innegable que en algún momento no fuiste capaz de mostrar tus sentimientos hacia aquella muchacha que se sentaba en el pupitre de delante en el colegio o instituto, o a la vecina coqueta tu barrio, o a la chica que conociste esa noche en la que empezabas a salir de marcha. Claro. Por supuesto que te has contenido. Por la razón que sea. No voy a juzgarte. Sin embargo… ¿Hacerlo ahora? ¿Qué sentido tiene? ¿Y si en lugar de pensar en el rechazo, le gustas tú también? ¿Y si descubres que tienes mil cosas en común? ¿Y si encuentras magia?

¿Y si no te excusaras en los típicos tópicos de siempre? ¿Tienes una pasión? Aprovéchala. ¿Un motivo? Lánzate. ¿Un deseo? Captúralo. Al “y si” hay que darle la vuelta: en lugar de ¿y si no me sale bien? Te dices ¿Y si lo consigo? Aparca el ¿y si no se dan los condicionantes? Cámbialo por ¿Y si es mi oportunidad?

¿Y si piensas en lo que te emociona?

Persigue tu sueño, y no tengas miedo de lanzarte al vacío si sientes que puedes volar. Porque a quienes se les queda algún “y si”, les pesa cuando, a solas con su imaginación, vuelven a él.

Tomar riesgos

Aunque a todo esto… Yo también tengo mi propio “y si” sin resolver.

Que brille por dentro

Estaba viendo una conferencia de Emilio Duró cuando llegado a cierto punto, una frase inspiró este post: “Como te cases con el guapo tonto… ¿Qué le cuentas durante 60 años?” Genial. Y es que la vida del postureo nos invita siempre a regirnos por determinados estereotipos, cánones de belleza implantados por una sociedad que entra por los ojos, que nos incita a lucir a nuestras parejas como si de trofeos se tratase.

No voy a ser un hipócrita. Claro que me gustan las chicas que cuidan su aspecto. Decir lo contrario sería faltar a la verdad. Pero, ¿y la segunda vez que nos veamos? ¿La tercera? ¿Cuándo hablemos por teléfono o nos enviemos mensajes? ¿Si necesito una conversación algo más profunda, otro punto de vista inteligente, más que el mío?

Veo cada día por ahí cómo parejas miran más a sus teléfonos que a los ojos de quien tienen delante, más pendientes de qué o quién les habrá dado al me gusta en alguna de sus publicaciones de sus redes sociales. Un día y otro, la música del coche como acompañante cuando van de camino a casa de unos amigos, al cine, a la playa… Diálogos que brillan por su ausencia. Imagina una vida así. Una vida entera así.

También nos ocurre que nos aferramos a lo conocido. A un idilio increíble que nos parece inalcanzable con otra pareja. Ése que nos pilla en el instante adecuado y que está dispuesto a compartir todas tus locuras… Hasta que deja de hacerlo, hasta que deja de ser lo que esperábamos. Y luego no queda sino vacío. Pero te encaprichas. Tratas de recuperar esos momentos a toda costa, sin darte cuenta de que precisamente son momentos lo que anhelas. Esa persona no vuelve, y pasas a desconocerla. Entonces… ¿Por qué sigues apurando hasta tu último aliento ese (deteriorado) amor? Si ya no está en tu onda, déjala ir y mantén un buen recuerdo, porque dudo que quieras pasar el resto de tu vida recordando esos pedazos que tuviste que pegar cuando todo se rompió una vez.

¿Qué nos hace ser tan estúpidos como para no ver más allá? Lo peor es que la mayoría de las veces tenemos a otra persona pendiente de nosotros. Que nos levanta el ánimo cuando estamos abajo y siempre tiene tiempo cuando la necesitamos. De esas personas no obtenemos excusas. Y es que, realmente, la falta de tiempo no existe, es un invento. Existen las prioridades. Y aunque quizás tú tengas otras (pregúntate si erróneas) para alguien tú eres su prioridad, solo que quizás no te lo diga, o no lo veas.

Siempre digo que la vida es tan sencilla como queramos hacerla. En esto, también. Y no quiero decir que dejes tus instintos de lado, tu pasión aparcada. No. Porque aconsejaría algo que yo tampoco controlo. Solo comienza de otra manera. Con alguien que te llene también la cabeza y el alma. Con quien te aporte, te haga crecer y tenga algo que enseñarte. Que sea un desafío intelectual. Con una persona buena, de esas que vienen con corazón. Que el corazón, aunque no esté a la vista y puedas lucirlo, vale más que todo eso que brilla por fuera.

Búscate a una persona que brille por dentro.

Brillo persona

 

PD: este texto está incluido (ligeramente modificado) en el libro “Cartas a Destiempo”. Disponible, aquí: https://www.amazon.es/Cartas-destiempo-Jacobo-Correa/dp/8491601228